Trampas

Al día siguiente

Londres

Williams

La lluvia no cesa y el despacho huele a tabaco. Estoy de pie junto al escritorio, el habano se consume entre mis dedos, la luz de la lámpara recorta sombras largas sobre la alfombra. Vigilo la puerta con la paciencia de alguien que guarda una trampa: la sorprendí hablando con Lance y no quiero sorpresas. Margaret tiene la lengua suelta; pero bien dirigida puede ser un arma.

La puerta se abre con un quejido. El bolso cae sobre el sofá y el abrigo gotea un rastro oscuro. Ella enciende la luz; la penumbra desaparece y sus ojos se clavan en mí.

—Williams, ¿Qué haces allí a oscuras?

Deslizo una fotografía sobre la mesita, la dejo a medio camino entre los dos. La humedad del papel hace juego con la humedad de la tarde.

—Esperándote. ¿Vas a ayudarme con Martha? —la pregunta queda en el aire mientras la foto cae en sus manos—. Solo debes hacer lo que te dije: hazle creer que este es su nieto.

Margaret aprieta los labios. La rabia le tensa el rostro; la mano izquierda se aferra al asa del bolso como si fuera un salvavidas.

—Ya te dije mil veces que no me involucres en tus porquerías. No pienso perder a mis nietos.

La respuesta sale con filo, pero yo no muerdo. El habano tiembla entre mis dedos; la calma se vuelve amenaza contenida.

—Vamos, Margaret. Si no quieres que Lance salga lastimado, convéncelo de trabajar en mis empresas.

El nombre de Lance la provoca. Un temblor de memoria atraviesa su mirada y la palabra estalla con dolor acumulado.

—No voy a permitir que le arruines la vida a él también. Ya perdí a Christopher por tu culpa; lo alejaste de nosotros por no aceptar a Martha y… se murió sin perdón.

El silencio traga la sala por un segundo. Siento el golpe en el pecho, pero no cedo; cada herida tiene un lugar en la estrategia.

—¿Crees que no me duele la muerte de Christopher? ¡Era mi hijo! Y Martha me lo arrebató. Y ahora quiere hacer lo mismo con los muchachos: los está poniendo en mi contra.

Margaret niega con violencia, las arrugas alrededor de los ojos le marcan la furia.

—Eso es mentira. Ella siempre los acercó a nosotros a pesar de las negativas de Christopher. Tú eres el único culpable.

El gesto de ella me irrita; empujo con la palma la mesa y acerco el teléfono, la pantalla brilla como una orden.

—Habla con Martha. Cítala en el lugar donde se veían. Ten cuidado; te estaré vigilando. Nada de trucos.

Un suspiro profundo nace en su pecho, mezcla de desafío y cansancio. La negativa se forma en sus labios antes de que pueda disimular.

—No lo pienso hacer.

No dejo que la negativa cuelgue como excusa. La mano va al brazo de Margaret con firmeza medida, sin estrangular, solo para que sienta la presión del mandato.

—Hazlo —afirmo con voz baja pero helada—, o tendré que recurrir a otros métodos.

La resistencia se quiebra un instante; su mandíbula cae, la voz se vuelve negociadora.

—Está bien. Pero Martha no va a creer tan fácilmente que ese niño es su nieto. ¿Por qué no me dices dónde está el hijo de Lance realmente?

Contengo la verdad, la guardo como carta de triunfo. Coloco el teléfono en su palma como si fuera una balanza.

—¿Por qué habría de confiar en ti? —la frase queda corta, afilada—. Dile lo que haga falta: prométele que lo va a conocer.

Margaret aprieta la pantalla, la duda pelea con el orgullo. Afuera, la lluvia sigue marcando un compás inmutable; adentro, el despacho respira tabaco, planes y la sensación de que he movido otra pieza en el tablero. La partida continúa, y no pienso perderla.

New York

Lance

Toda la noche me desvele pensando en el sabotaje a la empresa. La angustia me apretó el pecho con la duda bailando: ¿y si mi familia resultaba dañada? Para agregarle más tensión buscamos otro hijo, entonces esa posibilidad me consumía.

Y aquí estamos en la casa entre papeles y extractos bancarios, con Karina y Roger, desplegando pruebas sobre la mesa mientras les explico lo de Rogelio López.

—¿Qué podemos hacer Roger? ¿cómo hacemos para que este imbécil caiga? —mi voz se quiebra un poco al apoyarme sobre la mesa, mis dedos tamborilean nerviosos sobre el mármol.

Roger inclina la cabeza, suspira profundo y pasa la palma de la mano por su rostro, dejando ver su preocupación.

—Lance, esto es alarmante, tienes razón Karina —hace una pausa larga, como midiendo cada palabra—. Vamos a perder la licencia sino hacemos algo. Tengo un amigo en fraudes fiscales que nos puede ayudar a limpiar el nombre de la empresa, pero no es suficiente lo que tenemos, nos faltan pruebas —la tensión en su voz me hace apretar los puños bajo la mesa.

Karina se inclina hacia adelante, los labios apretados, las manos sobre los papeles, como si tocarlos le diera control sobre la situación.

—Podemos tenderle una trampa, tenemos una licitación próxima —dice con determinación, la voz baja pero firme—. Entonces, podría hablar con unos colegas para que me ayuden fingiendo que será difícil obtener la adjudicación. Así Rogelio podría sobornarlos —su mirada se clava en mí, esperando aprobación o reacción.

Enderezo la espalda, siento el peso de la responsabilidad aplastando mis hombros.

—Amor, Karina eso es peligroso, no quiero que te involucres más de lo que ya estás. Además, ¿cómo hacemos para que se entere Rogelio? —mis palabras salen rápidas, pero controladas, intentando que no note mi miedo.

Roger cruza los brazos, apoyando la espalda contra la silla, con un destello de humor en los ojos.

—Chicos, me enteré que el imbécil tiene un romance con Ana —dice en un susurro, inclinándose hacia nosotros—. Saben cómo es ella de chismosa, basta con soltar la información delante de ella y correrá a contárselo a Rogelio.

Frunzo el ceño, la preocupación aprieta mi mandíbula.

—Sí, pero nos faltarían pruebas —respondo, la voz más firme ahora—. Seguro sabe que lo estamos investigando a estas alturas.

Roger deja escapar una risa corta, casi burlona, y sacude la cabeza.

—Chicos, ¿dónde ustedes conversan las cosas importantes? ¿En la cama, como la mayoría de parejas, durante el sexo o me equivoco? —el comentario rompe la tensión y un escalofrío recorre mi espalda.

—¿Adónde quieres llegar, Roger? —mi voz se mezcla entre incredulidad y curiosidad, mis cejas se arquean.

Karina me mira, los hombros rectos, el semblante serio.

—¿Lance, no entiendes lo que propone Roger? Pongamos micrófonos en el departamento de Ana. Yo puedo ponerlos —su voz se endurece, su decisión clara y sin espacio a dudas.

El instinto protector me hace erguirme, el corazón golpeando fuerte en el pecho.

—Karina, definitivamente no. Es peligroso. Sí Rogelio tiene tratos con Harry, seguro tienen vigilada a Ana. No te expongas y menos ahora —la urgencia se nota en cada palabra, mi respiración se acelera.

Roger interviene, más calmado, con voz medida, buscando equilibrio.

—Lance tiene razón. Yo me ocupo, hablo con mi amigo y él se encargará de ponerlos sin levantar sospechas —sus palabras traen un pequeño alivio, pero la tensión sigue flotando en el aire.

Un pitido agudo corta la habitación: el monitor de la cuna anuncia que Emma se despierta. Karina se levanta de inmediato, sus movimientos rápidos y precisos, instintivos.

—Lo siento, Roger. Emma está llorando, parece que se despertó. Ya saben, pueden contar conmigo —susurra mientras se dirige al pasillo, cada paso seguro pero urgente.

Queda un silencio denso. El zumbido del aire acondicionado parece amplificarse, y yo me inclino sobre la mesa, los ojos clavados en Roger.

—Roger, ¿puedo saber qué está sucediendo? ¿Por qué mi abuelo nos está perjudicando? Estoy seguro que sabes la verdad, cuéntamela —mi voz se eleva, mezcla de frustración y necesidad de respuestas.

Respira profundo, apoyando una mano sobre la mesa, su mirada fija en mí.

—Lance, lo único que te puedo decir es que tengas cuidado. El viejo está empecinado en que te hagas cargo de sus empresas, pero no sé con qué fin. Tu madre está investigándolo, quiere saber qué oculta realmente —su tono grave me cala hasta los huesos.

Me incorporo, el corazón acelerado, la rabia y la preocupación golpeando juntas.

—No me gusta esto. Conozco a mi madre, seguro está revolviendo el avispero. Ella le ha declarado la guerra al viejo —mi voz vibra de tensión y enfado, mis manos se aprietan en puños sobre la mesa.

Roger apoya la palma en mi hombro, intentando calmarme, su voz tranquila y firme:

—Lance solo quiere protegerlos, pero tienes razón, le advertí a Cristina que esto no traería nada bueno —sus palabras me dan un segundo de claridad.

Miro por la ventana, la ciudad sigue con su indiferente ritmo nocturno, y siento la determinación ardiendo en mí.

—¡Demonios! —exhalo con fuerza, la tensión recorriendo mis venas—. Me has dejado preocupado, tengo que proteger a mi familia como dé lugar ahora más que nunca —cada palabra retumba en la habitación, mezclándose con el aroma a café y el papel desperdigado sobre la mesa.

Horas más tarde

Karina

Me levanto de la cama con el cuerpo pesado y la mente inquieta. La casa duerme en silencio; solo se escucha el leve tic-tac del reloj y el murmullo lejano de la ciudad. Busco a Lance con la mirada, pero no lo encuentro. Cada paso sobre la alfombra me hace sentir más consciente de la tensión que nos rodea.

Llego a la habitación de Emma y lo veo sentado en la mecedora, su figura recortada por la luz suave de la lámpara. La niña duerme plácida en sus brazos. Lance me mira con los ojos cargados de preocupación, pero también de ternura.

—Hola amor, ¿qué haces aquí? Emma duerme profundamente —mi voz suena débil, casi un susurro, mientras me acerco con cuidado.

Él inclina la cabeza y con un gesto suave me invita a sentarme en su regazo. Siento su calor envolviendo mi cuerpo, y por un momento, las preocupaciones parecen más lejanas.

—Solo pensaba en todo —confiesa, y su voz se quiebra un poco. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en su pecho, sintiendo los latidos que tratan de calmar los míos.

—Lance, tranquilo… todo va a salir bien. La empresa no se va a ir a la quiebra —mi tono es firme, intentando convencerme a mí misma también.

Él suspira, dejando caer los hombros, como si cargara con un mundo entero. Su mirada se pierde un instante en Emma, y luego vuelve a mí, intensa, penetrante.

—Eso es lo que menos me preocupa… Sabes, tenemos dinero guardado; podríamos comenzar nuevamente algo nuestro. ¿No te gusta la idea? —su voz es baja, casi un murmullo, pero llena de esperanza.

—Me gusta… pero ahora tenemos otras prioridades. No podemos dejar la empresa en medio de tantos problemas; tu familia nos necesita —respondo, acariciando su brazo, buscando darle seguridad.

Lance se inclina y me mira directamente, con los ojos húmedos, reflejando miedo y determinación.

—Karina… mírame —susurra, y su mano se posa sobre la mía, apretando suavemente—. He puesto parte del dinero que tenemos en un fideicomiso para Emma y el resto está a tu nombre. Si alguna vez sientes que estás en peligro, retira el dinero y huye con Emma a tu país, al lugar que me dijiste. Yo las buscaré apenas pueda.

Siento un escalofrío recorrer mi espalda, y un nudo se forma en mi garganta. Su cercanía me calma, pero el miedo persiste.

—Lance, ¿qué te dijo Roger para que estés tan nervioso? ¿Por qué crees que estamos en peligro? —mi voz tiembla apenas, pero necesito saberlo todo.

—Karina… se ha desatado la guerra con mi abuelo. Mi madre lo está investigando para hundirlo. Esto que descubrimos es apenas el comienzo… Tengo miedo, amor, de que les puedan hacer daño —susurra, y sus ojos se clavan en los míos, suplicando que lo entienda.

Aprieto su brazo contra mi cuerpo, buscando transmitirle fuerza y coraje al mismo tiempo.

—Lance… estamos juntos en las buenas y en las malas. Si tenemos que irnos, nos vamos los tres… o cuatro —susurro, intentando dibujar una sonrisa en mi rostro.

Sus ojos se abren, y un brillo de emoción lo invade. Lleva su mano a mi vientre, tocándolo suavemente.

—Karina… ¿estás embarazada? ¿Me estás diciendo, amor, que hay un bebé aquí? —la emoción tiembla en su voz, y su respiración se entrecorta un poco.

—Tenemos que esperar unos días para confirmarlo… recuerda que no me estoy cuidando, y todo el tiempo hacemos el amor —respondo, con una mezcla de nervios y ternura.

Lance inclina su rostro hacia el mío, y con cuidado, sus dedos recorren mi mejilla antes de depositar un beso lento, cargado de amor y esperanza.

—Sé que tal vez no sea el momento adecuado… pero estaría feliz si hay una parte de ti y mía creciendo en tu vientre. Te amo —susurra, y su aliento roza mi piel, mientras Emma duerme entre nosotros, como si el mundo entero pudiera esperar.

Siento que todo mi ser se llena de calor, de miedo, de amor… y por un instante, nada más importa que este momento, este hogar, y esta familia que estamos construyendo juntos.

 

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