Mundo ficciónIniciar sesiónSavannah Bennett nunca pensó que su vida se rompería en un segundo. Siendo madre soltera y camarera de un bar, su mundo gira Bianchi: un mafioso italiano de treinta y nueve años, tan atractivo como letal. El mismo hombre que una vez la persiguió con una propuesta indecente y que ahora vuelve para ofrecerle un trato imposible de rechazar: su hijo a salvo... a cambio de convertirse en su esposa. Obligada a aceptar, Savannah entra en un matrimonio marcado por la tensión, el odio y una atracción que quema. Massimo es peligroso, posesivo y obsesivo. La quiere toda para él, en cuerpo y alma, aunque ella lo desafíe con cada palabra y con cada mirada.
Leer másEl bar olía a cerveza derramada, a humo de cigarrillo y a sueños rotos. Savannah Bennett se acomodó el delantal, apartando con el dorso de la mano un mechón rebelde que siempre se escapaba de su coleta. Eran las diez de la noche y sus pies dolían como si llevara encima el peso de todos los clientes que había atendido. Sin embargo, su sonrisa se mantenía intacta, aunque fuera más por costumbre que por ganas.
El murmullo de conversaciones, las risas escandalosas y el tintinear de vasos formaban la música de fondo de su rutina. Savannah sabía que nadie entraba allí buscando glamour: ese bar de mala muerte era refugio de camioneros, obreros y hombres con más sed de olvido que de licor. Para ella, significaba una sola cosa: sobrevivir, aunque en el fondo de su corazón deseaba algo mucho mejor, no solo para ella, sino para su pequeño hijo. —Sav, dos cervezas más en la mesa tres —gritó Mike, el encargado, desde detrás de la barra. —Voy —respondió ella con voz firme, mientras equilibraba la bandeja entre las manos. La mujer de veinticinco años tenía curvas que nunca pasaban desapercibidas para nadie, aunque ella las escondiera bajo uniformes flojos, había recibido una cantidad insana de asquerosos cumplidos morbosos que nunca había pedido. No era la típica belleza que se veía en portadas de revista, pero poseía una naturalidad que desconcertaba y un rostro angelical que exudaba atracción. Sus ojos marrones transmitían calidez, aunque muchas veces ocultaban el cansancio de quien lucha contra la vida todos los días. Llevaba meses trabajando en turnos dobles para pagar las consultas médicas de Mateo, su hijo de seis años. Cada moneda que caía en su bolsillo iba directa a ese pequeño con sonrisa desdentada y ojos brillantes, el único motivo que la mantenía en pie y la hacía ponerse una armadura de acero. Esa noche, sin embargo, algo cambió. La puerta del bar se abrió de golpe, dejando entrar un viento frío que apagó algunas risas y provocó un silencio breve, extraño. Savannah lo sintió antes de verlo, era como si el aire se hubiera vuelto más denso, como si alguien hubiera entrado arrastrando consigo el peligro. Un hombre apareció en el umbral con un porte imposible de ignorar. Alto, hombros anchos, traje oscuro perfectamente cortado que contrastaba con el lugar decadente. Su cabello negro, peinado hacia atrás, brillaba bajo las luces amarillentas. Y sus ojos… oscuros, intensos, con un filo que parecía atravesar piel y hueso. Savannah tragó saliva. Reconocía esa mirada, no porque lo hubiera visto antes, sino porque sabía lo que significaba: poder y peligro. Un tipo así no entraba a un bar cualquiera sin un propósito, menos a ese, que parecía caerse a pedazos. Él tipo avanzó despacio, como si el mundo entero le perteneciera, y se sentó en una mesa al fondo. Ningún cliente se atrevió a cruzarle la mirada, porque sabían que aquel hombre era letal. Mike, nervioso, hizo un gesto hacia Savannah que ella no comprendió de momento. —Ve tú, atiende a ese hombre. Ella quiso protestar, pero algo en el rostro del encargado le dejó claro que no era una sugerencia. Tomó la bandeja, respiró hondo y se acercó. —Buenas noches, ¿qué va a tomar? —preguntó con voz firme, aunque por dentro el corazón le latía como un tambor desbocado. El hombre levantó los ojos hacia ella. Una sonrisa lenta, peligrosa, se dibujó en sus labios. —Buenas noches —dijo con un acento italiano marcado, ignorando la pregunta—. Tú eres mucho más interesante que cualquier bebida. Savannah parpadeó, incrédula. Se cruzó de brazos, dispuesta a dejar claro que no era una de esas camareras fáciles que buscaban propinas con coqueteos o que se iban con el primer cliente que les mostrara un par de billetes. —Aquí servimos tragos —aclaró—. ¿Quiere una cerveza o prefiere whisky? El hombre rio por lo bajo, un sonido grave que le recorrió la piel como un escalofrío. —Un whisky doble y tu nombre. —Bien —ella rodó los ojos, fingiendo indiferencia. En silencio , sirvió el whisky y se dio la vuelta, dispuesta a alejarse de esa presencia que, aunque imponente, le provocó incomodidad. Y no era para menos, si es que ese hombre tenía una mirada muy pesada. —Un momento —la voz de él la detuvo, firme, imponente—. No suelo repetir ofertas, así que escucha bien: pasa una noche conmigo a cambio de lo que tú pidas. Savannah giró lentamente, incrédula. ¿Había escuchado bien? ¿Quién se creía que era ella ese imbécil? La rabia le subió a la cabeza, pero como no era la primera vez que lidiaba con ese tipo de propuestas, dejó en claro su posición. —¿Está bromeando? —espetó, con la indignación marcando cada palabra—. ¿Cree que soy una de esas mujeres que se venden por un par de billetes? El hombre la observó sin pestañear, con una calma que resultaba más peligrosa que cualquier insulto. —No, creo que eres una mujer que sabe lo que vale, y yo estoy dispuesto a pagar por lo que deseo. Savannah lo fulminó con la mirada, pero lo único que logró fue sentir cómo ese hombre la devoraba con los ojos. —Pues se quedará con las ganas. Dejó la bandeja sobre la mesa, con el corazón retumbándole en el pecho, y se alejó sin darle oportunidad de responder, lanzando una maldición entre dientes mientras se decía q sí misma que debía tener paciencia, un poco más, al menos hasta que lograra encontrar un trabajo mucho más decente y donde los hombres no se creyeran con el derecho de invitarlas a pasar la noche con ella a cambio de dinero. Por otro lado, el italiano no se movió. Simplemente, la siguió con la mirada, como un depredador que ha encontrado a su presa y sonrió, dándole un sorbo a su trago, viendo el vaivén de su trasero. Savannah no lo sabía, pero desde esa noche había sellado un destino del que ya no podría escapar. ...▪️▪️▪️... Hola, bellezas. Espero que estén muy bien y me hayan extrañado por aquí. En la siguiente historia encontrarás violencia, vocabulario soez, torturas, asesinatos, temas relacionados con el bajo mundo y lenguaje explícito. Si eres sensible al tipo de contenido fuerte, te recomiendo abandonar la lectura antes de empezar, todo con el fin de evitar pasar un mal rato. Habiendo aclarado esto, les deseo una lectura apoteósica.. De nuevo mil gracias por todo el apoyo y cariño que le brindan a mi trabajo. No olvides comentar, votar y guardar este libro en tu biblioteca si es de tu agrado. ¡Nos leemos muy pronto con este nuevo y retorcido mundo!Sus palabras, crudas y descaradas, resonaron en el silencio de la habitación, desnudándola más que como si estuviera quitándole la ropa. Intentó articular una protesta, un rechazo, pero su voz se negó a salir, atrapada por la mezcla embriagadora de miedo y una excitación que no entendía del todo de dónde provenía.Massimo la pegó aún más a su cuerpo, la diferencia de altura hizo que Savannah se sintiera pequeña y vulnerable entre sus brazos. Podía sentir la dureza de su erección a través de la tela de sus pijamas, una confirmación innegable de su deseo.La mano de él subió por su espalda, trazando una línea de fuego hasta la nuca, donde sus dedos se enredaron en su cabello, tirando suavemente hacia atrás.Sus ojos, oscuros y llenos de una intensidad depredadora, la encontraron. No había suavidad, solo una promesa de control y deseo absoluto.—¿Tienes miedo de lo que pase en nuestra habitación, dolcezza? —susurró.Savannah negó con la cabeza, una mentira débil que él no aceptó. Su pulg
Massimo se enderezó con una lentitud deliberada, su sonrisa oculta se hizo apenas visible en la comisura de sus labios. Había lanzado la bomba y ahora esperaba el ataque de vuelta, pero el silencio que siguió a su declaración lo puso a mil.Savannah se quedó inmóvil, sintiendo el calor del aliento de él desvanecerse en su oído, pero el eco de sus palabras seguía vibrando en cada fibra de su ser. Estaba ardiendo. Sus nervios, que ya estaban a flor de piel, se habían convertido en un incendio que amenazaba con consumirla.Dio un paso hacia atrás instintivamente, como si el espacio que compartían se hubiera reducido demasiado, buscando un punto de apoyo, cualquier cosa que la anclara a tierra. Su mirada se fijó en la puerta del baño, su única vía de escape.Massimo; sin embargo, parecía disfrutar de su evidente nerviosismo, después de todo, estaba provocando en ella algo diferente al oído y la molestia habitual. Dio un paso hacia la mesita de noche, y con un movimiento pausado, se quitó
Savannah observó a su hijo dormir plácidamente, agotado por haber quemado tantas energías jugando con sus nuevos juguetes, corriendo de un lado a otro, con una emoción que aún la hacía sentir atribulada.Durante la cena había estado en silencio y muy ausente, pensando que no podía seguir siendo egoísta cuando lo único que le importaba era la felicidad de su hijo. Y, a pesar de que no era así como una vez soñó en que lo fuera, en ese momento jamás lo había visto reír como lo había hecho.Suspiró profundo antes de agacharse y darle un beso en la frente a su pequeño, dejando sus labios un poco más de tiempo pegados a su piel.—Lo más importante es que tú seas feliz, mi amor —susurró.Lo observó dormir por largos minutos en completo silencio, pensando en todo a la vez y matando tiempo, después de todo, sabía que Massimo la esperaba en la que sería su habitación.Cerró los ojos con fuerza y se dijo que debía afrontar su nueva vida, pero en el fondo se sentía nerviosa. Nunca había compartid
Mateo recorrió toda la casa, haciéndole pregunta tras pregunta a Massimo que él, con cierta diversión, le respondió con tranquilidad al niño mientras Savannah los seguía de cerca y los miraba con el corazón hecho un puño y las lágrimas al borde de los ojos.Cuando recién se enteró de que estaba embarazada y le contó a Michael, aunque tenía miedo porque un bebé no estaba en sus planes en ese momento de su vida ni en un futuro cercano, aun así se hizo ideas en la cabeza donde serían una familia hermosa y que vivirían felices para siempre.Pero la realidad fue tan diferente a la que imaginó. Pasó noches enteras llorando en completa soledad luego de verse sola, embarazada y sin saber cómo seguir, tratando de ser fuerte por la pequeña vida que llevaba dentro y ahora era su motor. Días duros, donde trabajó sin descanso, arriesgando su vida y la de su bebé para que cuando naciera tuviera lo esencial, ya que no podía darle todo lo que deseaba.Por más de que le rogó a Michael que volvieran, q
A través de las ventanillas, las nubes parecían montañas de algodón que se abrían paso entre los rayos dorados del sol. Mateo no dejaba de moverse de un lado a otro del asiento, su pequeño rostro pegado al vidrio con la nariz aplastada contra él, los ojos encendidos de fascinación.—¡Mamá, mira! ¡Parece que estamos en el cielo de los ángeles! —exclamó con la voz llena de asombro.Savannah sonrió con suavidad, mirando a su hijo. Había pasado tanto tiempo sin verlo reír así, sin esa chispa genuina que iluminaba su rostro. Su corazón se apretó, entre alivio y nostalgia.—Sí, amor, estamos muy alto. Pero no te despegues tanto del asiento, ¿sí?—¡Pero es que es hermoso! —insistió el niño, con ese entusiasmo que parecía contagiarlo todo—. ¡Mira, mamá, todo se ve tan chiquitito! Las casas parecen juguetes.—Tienes razón —murmuró ella, mirando por la ventanilla. Desde allí arriba, el mundo parecía otro. Tan pequeño, tan ajeno, tan distante de lo que dejaban atrás.Massimo los observaba desde
🍂🍂🍂—¡Mira, mamá! ¡Es enorme! —exclamó un emocionado Mateo, tirando de la mano de su madre para soltarse e ir corriendo hacia el avión privado que los esperaba tan pronto bajaron del auto—. ¡Es como de esas películas que nos gusta ver!—Sí, mi amor, es muy grande. Pero quédate quieto.—¡Déjame ir! ¡Déjame ir!—No, Mateo.—¡Por favor! ¡Por favor!—Ya dije que no. No puedes correr, entiende.Savannah se aferró a la mano de su hijo con fuerza, recordando aquel fatídico día en que tuvo el accidente y el miedo le atenazó el corazón de nuevo, haciendo que el agarre fuera de muerte.Estaban en una pista solitaria en medio de la nada, apenas un par de autos los rodeaban y no había peligro evidente para que su hijo corriera hacia el avión, pero el miedo aún la perseguía. Además de que hacia un par de semanas aún seguía en cama. Para ella, su hijo seguía delicado de salud.Pensar en soltarlo, en que algo le llegase a suceder de nuevo y tener que sufrir en medio de una fortaleza que no sabía
Último capítulo