Mundo ficciónIniciar sesiónHarriet Valemont es una joven de veinte años que ha vivido una vida tranquila bajo la sombra de su noble linaje. Al cumplir la mayoría de edad, su abuela le confiesa que desde el vientre de su madre, fue prometida al príncipe de una rica nación en el continente de Europa. Al verse obligada a quererlo con un matrimonio concertado de por medio que cambiará su vida para siempre, Harriet pasa dos años preparándose en silencio para ser la esposa de Maximilian Lóvenhart, el imponente y enigmático príncipe de Saldovia. Un hombre diez años mayor que ella, frío, calculador, indiferente y con poca gracia en los temas del amor. Un príncipe con una intensa mirada que parece esconder secretos que Harriet no está preparada para descubrir. Mientras la prensa internacional junto a la nación celebra la unión con regocijo, Harriet descubre que la realidad del matrimonio es muy distinta a la fantasía que le prometieron. Porque el príncipe que le presentaron no es tan encantador como le contaron. Es irreverente, cruel y con poco tacto. Y ella, aunque es una princesa, le demostrará que no es de las que suele bajar la cabeza.
Leer másPOV Harriet Valemont
Me aferro con fuerza al brazo de mi tío Felipe, como si mi vida dependiera de esto. No quiero soltarlo, no quiero que me deje sola. Él parece notar mis nervios, porque posa su mano sobre la mía.
Deslizo la mirada y lo veo con la misma sonrisa que he mostrado desde que salí del auto. Su mirada conecta con la mía, veo en ella la empatía que me ha ofrecido desde que mis padres fallecieron en ese accidente.
Vuelvo la mirada hacia al frente. El corazón me salta cuando mis ojos se conectan con los suyos y por un instante, el mundo se detiene para mí, por mucho que no deje de caminar. El sonido de la marcha nupcial desaparece. No hay murmullos, no oigo mis pasos. Solo somos él y yo. Y este espacio entre los dos que parece extenderse con cada paso que doy.
Mi corazón comienza a comportarse como si hubiera olvidado que debe latir con normalidad porque soy plenamente consciente de lo que estoy haciendo, pero no lo hace. Late impetuoso y se descontrola desesperado cuando él me sonríe.
«Es más hermoso en persona».
Parece irreal, se ve como si fuese un sueño, una imagen sacada de un cuento de hadas que nunca creí vivir. Ahí, en medio del altar, está él esperando por mí. De pie, erguido con la solemnidad de un hombre que sabe que el momento que vive será histórico y único.
Ahí, usando su uniforme de levita de la Caballería Real con guantes blancos, está con una enorme sonrisa en los labios, Maximilian Lóvenhart, el príncipe de Saldovia y mi futuro esposo. Y hoy, justo hoy, es la primera vez que lo veo en persona desde que supe que me convertiría en su esposa.
«Todo será para bien».
Repito las mismas palabras que no he dejado de repetir como mantra desde mis dieciocho años, cuando mi abuela me contó que desde pequeña, estaba prometida para el segundo en la línea de sucesión del trono de Saldovia.
Me costó entender por qué aún en pleno siglo XXI, los matrimonios concertados siguen siendo legales cuando la libertad abunda en el mundo. Pero solo fue el pensamiento rebelde de una chica que olvidó a qué casa pertenecía, en qué vida le tocó nacer y lo que se espera de ella al ser la última nieta de la reina de Inglaterra.
Ahora es más común que los miembros de la realeza elijan a sus parejas por amor, pero en la mayoría de los casos, las consideraciones políticas y dinásticas siguen teniendo un papel muy importante en todo esto.
La Reina Madre de Saldovia lo sabe, por eso me escogió desde muy pequeña para que sea la esposa de su segundo hijo en la línea del trono. Y aunque yo estoy en el sexto lugar de la línea de sucesión, el peso que tiene mi título, junto al impacto político que todo esto causará, es tan fuerte como el mismo peso que tiene Maximilian Lóvenhart sobre sus hombros.
Su hermano mayor es Rey de Saldovia. No tiene descendencia, es viudo y, al parecer, no desea casarse nuevamente para extender la linear de sucesión. Desde la muerte de su esposa e hijo, quedó devastado. Se dice que quizás claudique a sus cuarenta años, lo que pone a Maximilian en el ojo público y, en consecuencia, a mí.
Sería un enorme impacto que el nuevo Rey de Saldovia tenga como consorte a la nieta de la mismísima Reina de Inglaterra.
En este matrimonio no hay amor de por medio, pero no significa que no me sienta un poco feliz por contraer unión con un hombre como él.
Antes de hoy, nunca lo he visto en persona, pero sí conozco su reputación. Es un caballero, un hombre carismático y muy amable, con una inteligencia envidiable. Estuvo en la guerra de oriente, ha ganado títulos y medallas. Se ha ganado el respeto de todo un ejército, y puedo decir que del mundo entero al ser el estratega que es. Y aunque ya no es parte del ejército de Saldovia, nadie puede quitarle lo que se ganó cuando estuvo diez años en territorio hostil luchando en nombre de su nación.
Tengo entendido que no forma parte de la política y que sus apariciones son meramente simbólicas, porque desde hace varios años se volvió un empresario respetado, pero sigue siendo el segundo en la línea del trono. Y aunque es diez años mayor que yo, creo que puedo llegar a amarlo un día como mi madre logró amar a mi padre. Si las cosas marchan bien entre los dos, quizás surja el romance.
Desde mi mayoría de edad he considerado que estoy obligada a quererlo, pero ahora..., ahora puede que las cosas no resulten así. Tal vez deje de sentirme obligada y comience a apreciarlo por mi propia cuenta.
«¿Sería muy ingenuo de mi parte pensar de esta manera?».
Tomo una bocanada de aire sin borrar la sonrisa de mis labios. Si desde que entré a la catedral, Maximilian me pareció majestuoso, tenerlo frente a mí lo supera todo. Aun detrás del velo, su belleza me impacta demasiado.
Debo levantar la cabeza para poder verlo a la cara por lo alto que es. Su presencia irradia autoridad y destila una belleza que no se puede ocultar ni siquiera bajo el peso del protocolo real.
Muchas veces lo vi por fotos y por canales de TV, pero ahora al fin lo tengo frente a mí y no sé si llorar o sonreír.
Mi tío Felipe me entrega a él. Dice unas palabras que la verdad no logro entender, porque estoy embelesada mirándolo a través del delicado velo que nos separa. Noto el rubio de su cabello y la piel ligeramente bronceada. Su mandíbula es cuadrada, su propio rostro parece haber sido tallado por la mano de los dioses.
«¿De verdad este hombre tan apuesto será mi esposo?».
—Harriet, cariño —me llama mi tío, pero yo no dejo de ver a Maximilian—. Harriet, acepta la mano del príncipe.
Su uniforme de Caballería es en realidad de color azul noche. Desde la entrada de la catedral lo vi negro, pero admito que me gusta más que sea de ese color. El sombrero distintivo de la caballería con ese pequeño escudo colgando en el cetro del sombrero sobre una cinta roja resalta demasiado. Él lo lleva con orgullo, se le nota. Y aunque no está llevando su espada simbólica o el cordón dorado que indica un honor especial o un cargo importante, no deja de verse… perfecto.
—Harriet —su imponente voz me atraviesa el pecho, me acelera más el corazón—. ¿Me darías la mano?, por favor —me sonríe aún más.
Pestañeo, caigo en cuenta que su mano cubierta con ese perfecto guante blanco aguarda por mí. Los nervios me invaden, me siento tonta ahora por haber dejado al príncipe tantos minutos esperándome.
Asiento, me río nerviosa y espero que los invitados ni la audiencia me tomen por idiota solo por no haber racionado a tiempo. Hay más de quinientas personas en esta catedral presenciando esta boda y millones de televidentes observándola en los canales más importantes de noticias del mundo.
«Respira, Harriet… dale la mano y respira».
Cuando suelto el brazo de mi tío y extiendo la mano para tomar la suya, veo el temblor de la mía. Acepto al fin su mano y lo siento de inmediato. En corrientazo que me estremece y me recorre todo el cuerpo. El vértigo me azota. Una inmensa sensación de que en mi vida algo está a punto de cambiar para siempre me envuelve con una fuerza que no logro describir.
Levanto la mirada y el corazón me salta al darme cuenta de la intensidad con que me observa. Pero todo dentro de mí se estremece cuando vuelve a sonreírme con esa sutileza elegante que me hace temblar las piernas.
La ceremonia comienza y yo solo ruego poder mantenerme en pie al lado de Maximilian Lóvenhart.
No sé en qué momento caminé sosteniendo su mano por el largo pasillo para salir de la catedral. No sé en qué momento pasé por el frente de toda la familia Real de Saldovia. No sé si le sonreí a la Reina Madre, si le hice una leve reverencia a su hijo, el Rey. Ni siquiera sé cuándo dejamos atrás a tantas personas, porque en toda la caminata, no podía dejar de mirarlo a él. Mi ahora esposo, el hombre hermoso con quien compartiré cama, el futuro padre de mis hijos.
No lo conozco, no sé nada de él salvo lo que se me dijo, pero siento que sí puedo amarlo. O tal vez es la misma magia de toda esta enorme boda digna de un cuento de hadas que me hace ver las cosas de esta manera tan… romántica. Pero estoy feliz. Me siento feliz.
Y ahora, estamos afuera ante todo el pueblo de Saldovia y miles de cámaras apuntándonos, pero yo solo tengo ojos para el hombre de mirada intensa que está frente a mí.
Maximilian levanta el velo que nos separa con una lentitud reverente. Intento controlar mi respiración, pero cuando nuestras miradas se encuentran, siento que algo estalla dentro de mí.
Sus intensos ojos azules verdosos me atraviesan de una manera que no puedo describir. Contengo el aliento cuando me sonríe con ternura. Juro por la memoria de mis padres, que mi corazón salta demasiado dentro de mi pecho. Le devuelvo la sonrisa, pero todo mi cuerpo tiembla por la misma emoción y adrenalina. Porque nunca he besado a un chico, porque no sé cómo hacerlo sin verme torpe.
Pero Maximilian no me da tiempo a prepararme. Sin previo aviso, sin perder la elegancia, sin soltarme la mano, se inclina hacia mí con la decisión latente en la mirada y me besa.
Maximilian me besa como nunca me ha besado nadie.
Sus labios tocan los míos con un gesto que rompe todas las reglas, todos los protocolos y todas las expectativas. No es un beso invasivo, pero es suficiente para que la algarabía de los millones de personas se haga presente a nuestro alrededor, ensordeciéndome por completo.
Cuando nos alejamos, no puedo siquiera pronunciar ninguna palabra. Solo sonrío con la mirada cristalizada, viendo cómo millones de personas, a cientos de metros de nosotros, alzan sus manos para saludarnos, levantan las banderas de Saldovia con orgullo y hasta lloran la unión de la nueva princesa de su nación.
—¿Lista para saludar a los ciudadanos de Saldovia hasta nuestra celebración, duquesa de Estenmark? —me pregunta con la misa perfecta sonrisa.
Se oye hermoso que me llame por el título que la Reina Madre le ha otorgado dcomo obsequio en la ceremonia de unión y que por derecho se extiende a mí, pero hay algo que me hace un poco de ruido en su pregunta, por eso aprovecho la algarabía de las personas y el sonido de la orquesta para poder hablarle directamente por primera vez.
—¿Y nuestra luna de miel? —inquiero, con la misma sonrisa en los labios pero un poco confundida—. ¿Nos iremos en la noche después de la celebración?
Mi pregunta parece estar llena de gracia, porque él ensancha su sonrisa. Pero en sus ojos veo algo diferente. Y ese simple gesto, causa que los vellos de la nuca se me ericen y el corazón me golpee con fuerza.
Maximilian se inclina hacia mí y yo no sé por qué no puedo moverme. Su cercanía se siente diferente, inquietante y, aunque me esfuerzo en mantener la sonrisa ante miles de presentes, realmente me cuesta.
—¿Cuántos años tienes, Harriet? —inquiere tan sutil que apenas y se logra ver que mueve los labios—. ¿De verdad crees que tú y yo llegaremos a eso?
—No te entiendo —fuerzo la sonrisa—. ¿Lo dices porque esta noche tú y yo…?
Me callo cuando se acerca a mi oreja.
—¿Conoces el término esposos de papel, Harriet? —Asiento con los ojos cristalizados—. Muy bien, porque eso es lo que seremos tú y yo a partir de hoy —dice en mi oído con frialdad, desarmándome por completo—. Esa será nuestra realidad y más te vale aceptarla cuanto antes.
Maximilian se endereza con la misma sonrisa encantadora y bastante atractiva. Sostiene mi mano con más fuerza y tira sutilmente de mí para que lo siga hacia el carruaje escogido de una de las caballerizas reales que nos llevará al castillo real para la celebración.
—Saluda a mi nación y más te vale mantener esa hermosa sonrisa, porque el día apenas comienza para nosotros, princesa.
«¿Sería un desperdicio si muero?».«¿Qué carajos le pasa y porque me habla así?»—No estoy sola —miento, cruzándome de brazos—. ¿Y a ti que te importa si me enfermo o no?Vuelve a reír suavemente al tiempo que expulsa el humo hacia arriba.—Claro que no estás sola, estás aquí hablando conmigo —Da un paso hacia mí—. Pero tranquila, que no muerdo.El corazón me late demasiado fuerte, me obligo a mantenerle la mirad. Hay algo inquietante, pero cautivador en él. Su elegancia relajada, sus gestos y esa arrogante sonrisa que me recuerda a la de Maximilian, me poner nerviosa.—No me has dicho quién eres —repito, menos suave esta vez.Ladea la cabeza.—Digamos que soy alguien que quería fumar en paz, hasta que la duquesa de Estenmark apareció como un espectro, despertando mi curiosidad, y sin más… me quise acercar para verla con mis propios ojos.El estómago me da un vuelco, se me contrae y el pulso se me dispara con fuerza, acelerándome el corazón con braveza.—¿Debería sentirme halagada o p
No sé cuántos minutos llevo mirando la puerta, esperando escuchar sus pasos, esperando verlo cruzar por ella y mirarme con esas perlas azules que tanto me gustan, pero nada pasa.Afuera todo sigue quieto, silencioso y aquí dentro… él sigue igual de ausente.Resoplo, comienzo a caminar por la habitación sin rumbo, necesito moverme para dejar de pensar tanto. He estado todo el maldito día en esto y siento que la cabeza me va a reventar.Pero es algo que no puedo evitar. Desde que escuché el nombre de James, no ha dejado de retumbarme en la cabeza. Es el hijo menor de la Reina, el hermano menor de mi esposo y del Rey de esta nación.¿Por qué no sé nada de él? ¿Por qué no logro recordarlo? Claro, si es que antes lo conocí y no me di cuenta. Y mierda, yo no estoy loca. Sé que, hasta ahora, no he conocido a ningún James Lóvenhart ni parecido.¿Dónde ha estado? ¿Quién es ese “rebelde” y por qué no estuvo en nuestra boda?—¿O sí estuvo y yo no lo vi? —susurro, deteniéndome en medio de la habi
El sonido de la porcelana al chocar contra la mesa es lo único que rompe el silencio. El almuerzo terminó hace un par de horas, pero mi suegra nos invitó a tomar el té y no hubo cómo negarnos.Después de almorzar, caminamos junto a ella por el Jardín Real manteniendo una conversación bastante normal. Nada personal, solo temas de gustos y un poco de política. Lo que sin duda hizo gruñir a Maximilian.Aún me sigo preguntando por qué aborrece tanto la idea de ser parte del parlamento o al menos de la cámara directiva.Luego de ese paseo, vino la invitación del té y aquí estamos, sentados en la mesa en un silencio bastante exasperante, la verdad.Por más que sonrío, que le sigo la corriente a mi suegra, no me siento cómoda. Y no por ella, de hecho, hasta ahora se ha portado muy bien conmigo. Me demostró que, en un ambiente menos formal y protocolar, podemos actuar con normalidad.Y lo ha hecho, ha sido gentil y, aunque hubo momentos donde soltaba comentarios extraños, su trato hacia mí has
El silencio me despierta y la claridad que se filtra por las cortinas que percibo a través de mis parpados, me recuerda que el mundo allá afuera sigue girando, aunque yo sienta que el mío se detuvo hace horas.No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me rendí al letargo del sueño, pero me obligo a abrir los ojos.Me cuesta hacerlo, los parpados me pesan más de lo habitual. Respiro hondo, con calma, sintiendo cómo mi cuerpo pesa más de lo normal. Mi cuerpo parece suspendido entre el agotamiento y una deliciosa calma a pesar del dolor que siento en medio de mis piernas.Un dolor que no me incomoda, al contrario, me recuerda lo bien que se siente experimentar, sentir, probar. Respiro hondo otra vez, el aire que invade mis pulmones es tibio, con ese aroma inconfundible que reconozco y se me cuela bajo la piel.Un hormigueo placentero vibra en mi vientre, sonrío como idiota sin dejar de ver la ventana.Quiero moverme, pero siento las piernas adormecidas, los músculos en mis muslos tiemblan
Me cuesta respirar. Es como si todo el oxígeno del mundo se hubiera evaporado justo en este instante, cuando mi cuerpo se rinde, temblando, desbordado por las sensaciones que me despierta el orgasmo, convirtiéndome en estado líquido. No sé qué me pasa. No sé si estoy llorando, riendo o simplemente desesperada por el fuego que me quema mientras intento respirar con normalidad. Siento cada pulso arderme en la piel, en la garganta, en los labios y en medio de mis piernas. La humedad que hay ahí, es descomunal. Se siente como si me hubiera… como si me hubiera orinado encima. No es algo que hice, pero estoy empapada, siento el charco en medio de mis piernas y no me avergüenza. Soy una marioneta movida por cada arremetida que me da, pero realmente no quiero que pare. Se siente demasiado bien lo que me hace. Trato de sostenerme, le entierro las uñas en sus hombros anchos. Grito. Yo grito y él gruñe contra mis labios. Y lo siento. Maximilian tiembla sin dejar de besarme. Gruñe como best
Me levanto de la silla con una calma que no siento.Por dentro, todo en mí está alterado; necesito un momento para procesar cada palabra, cada mirada, cada advertencia que me ha soltado con sutileza.El peso de su mirada sobre mí, me causa un escalofrío que me recorre toda la piel con una electricidad brutal y difícil de ignorar.—Harriet —su imponente voz me detiene cuando paso frente a él—. Siéntate.Pero no lo hago. No me detengo, necesito un poco de espacio. Necesito controlar este maldito resquemor que siento en mi pecho, por lo que sus últimas palabras me han causado.Escucho sus pasos detrás de mí, firmes, decididos, pesados. Lo siento acercarse sin que me toque, pero de todas maneras mi piel se eriza.—Harriet.—Voy a vestirme —digo sin más, entrando al vestidor—. No pretendía desayunar desnuda, Maximilian.Es mentira. Es una estúpida excusa para poder marcar un poco de distancia.Al llegar donde están mis cosas, escojo lo primero que alcanzo. Un vestido causal en color azul cl





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