Promesas

La fresca brisa me acaricia el rostro cuando Maximilian abre la puerta para yo salir. Levanto la mirada al tiempo que acepto su mano y el estúpido corrientazo me azota de nuevo. Se extiende por el largo de mi brazo y baja por toda mi espina dorsal.

Por reflejo lo suelto, pero Maximilian vuelve a tomar mi mano y esta vez con un poco más de fuerza. No hay delicadeza en su agarre, por mucho que mantenga el porte de príncipe intachable.

Aprieto los dientes, desvío la mirada de la suya porque no quiero verlo. No me siento cómoda haciéndolo. Salgo al fin del auto, forzando una sonrisa para que todo el personal del castillo no tenga nada que cotillear en mi contra.

Los duques de Estenmark al fin han llegado a casa y todos están felices por nuestra presencia.

Inevitablemente, vuelvo a sentirme un poco nerviosa con todas esas miradas sobre mí. No sé si pueda fingir a diario que amo al hombre que me sostiene la mano.

Sigo avanzando a su lado con sonrisa amable, saludando y dándole las gracias a todos ellos por habernos esperado. Nos dan la bienvenida, nos desean buena fortuna. Quiero acercarme, pero en cuanto me alejo un poco, el apretón en la mano me detiene.

Volteo a ver a Maximilian y él me mira con su mejor sonrisa, se acerca a mí, pero cuando noto que me hablará al oído, miro hacia el frente sin dejar de sonreír.

—No te he dado permiso para eso —susurra—. Tienes prohibido acercarte al personal, al menos que yo te lo ordene, Harriet.

«¿Es en serio?».

Trago grueso, me armo de valor y, sin importarme que todos nos estén mirando, busco sus ojos solo para dejarle algo claro.

—Soy tu esposa, no tu sumisa —ensancho la sonrisa—. Tú eres mi esposo, no mi amo. Yo no tengo por qué pedirte permiso y tú no tienes por qué condicionarme a eso como si fuese un soldado. Las cosas se hablan, se dialogan para que la comunicación sea agradable —me acerco más a su rostro—. Pero si eso no te importa, tienes dos opciones.

—¿Cuáles?

—Darme el divorcio o soportarme, mi querido duque de Estenmark.

Sus ojos brillan, pero no por emoción ni alegría. Es la rabia contenida que hay detrás de esos ojos azules verdosos que están que echan fuego.

No suelo ser así de irrespetuosa, no me gusta crear conflictos. Siempre he tratado de ser la Harriet buena, educada y amable. Pero tengo varios defectos y uno de ellos es que soy muy radical en momentos de tensión.

Y eso es algo con lo que tendrá que lidiar Maximilian si no cambia su actitud conmigo.

Aparta un mechón de mi cabello hasta llevarlo detrás de la oreja. Su cercanía me acelera el pulso, todos a nuestro alrededor aplauden, siguen celebrando como si aquí los dos estuviéramos cruzando palabras cargadas de amor antes de entrar a nuestro hogar. Pero la realidad es otra.

—Bienvenida a su nuevo hogar, mi duquesa —susurra, su voz áspera e imponente me estremece—. Prometo hacerla sentir en el infierno todos los días, hasta que me ruegue piedad.

El corazón me salta un latido. Su elegante amenaza es la crónica de una muerte anunciada, de un matrimonio fatídico, de una vida miserable.

Pero, hay muchas cosas que Maximilian desconoce de mí. Además de radical, soy bien competitiva y si cree que por declararme la guerra voy a echarme a llorar y volverme moldeable para él, está equivocado.

—Y yo prometo no dejarlo dormir, hasta que se arrastre, suplicándome un poco de atención.

Soy la que rompe el contacto visual y la que retoma el paso al interior del castillo. Maximilian me sigue, pero el agarre en mi mano se siente más firme que antes. Los dos, continuamos sonriéndole a todo el personal hasta que entramos al interior de la propiedad.

Me suelta la mano, pero no se aparta de mí. El teatro debe continuar y esta vez, nos detenemos en medio del vestíbulo, donde el personal está alineado de ambos lados con uniformes impecables, rostros serenos y hermosas sonrisas.

Algo llama mi atención al detallarlos. Los que estaban afuera vestían uniformes diferentes, lo que significa entonces que son los que trabajan en las afueras del castillo y todos estos, son los que trabajan aquí dentro.

A la caballería real y al personal de seguridad si reconocí de inmediato por sus uniformes reales y especiales.

Una mujer algo mayor, muy elegante, nos da la bienvenida al castillo. Comienza a presentar al personal y, aunque la oigo, no dejo de mirar el interior de lo que será mi nuevo hogar a partir de hoy.

El estilo monarca de Inglaterra es totalmente diferente al de Saldovia, pero no deja de ser hermoso e impresionante. Las paredes altas, cubiertas de pinturas hechas a mano, cada detalle en los marcos e incluso la misma escalera, gritan siglos de historia en cada rincón.

Me siento como si hubiera viajado en el pasado.

Salgo de mi trance cuando la voz de Maximilian llama mi atención. Dirijo mis ojos a él y, para mi sorpresa, cumple con las tradiciones a pesar de haberme jurado un infeliz matrimonio. Me presenta ante todos ellos como la señora de la casa, como la única autoridad después de él y como la única a que deben seguirles órdenes si él no está presente. Todo es parte del protocolo.

Cuando las presentaciones acaban, Maximilian se asegura que la habitación esté lista y luego de eso, le ordena a la misma mujer que habló al comienzo, que ya todos pueden volver a sus labores.

Siento a Maximilian a mi lado, pero no volteo a verlo. Puede que sea rubio y que su piel sea bronceada debido a sus años en servicio, pero el príncipe de Saldovia no irradia luz, sino todo lo contrario.

Su presencia es como una nube gris dispuesta a lanzarme un rayo.

—La llevaré a lo que será su nueva habitación, mi duquesa.

Evito rodar los ojos. No tiene caso darle réplica a un comentario que no esconde las intenciones. Este hombre ha comenzado a cumplir su promesa, no me queda más que tolerar y aprender a escoger mis batallas para no morir antes de la guerra.

Apenas tenemos un par de horas de esposos y ya me está exasperando que me llame así, usando precisamente ese tono tan odioso. Pero no tiene caso demostrarle cuánto me irrita eso.

Como todo un caballero, me invita a tomar las escaleras y en silencio lo hago. No me guía, me acompaña y eso me inquieta más de lo que ya estoy.

Pudo pedirle a una mucama que me llevara, pero es más satisfactorio intimidarme, supongo. Levanto la pesada falda de mi vestido y camino a su lado, en silencio, hacia las escaleras.

Cuando estamos en los corredores, la misma decoración me saca una leve sonrisa. No dejo de mirar los cuadros, las hermosas lámparas de diseño antiguo que cuelgan del alto techo. Y el mismo techo… es una hermosa obra de arte hecha a mano.

Una vez en la universidad, estuvimos hablando de los castillos que existen en el mundo con más años de antigüedad. Recuerdo que hablamos de este y una de las cosas que lo hacían resaltar, eran precisamente sus techos pintados a mano.

Si me hubieran dicho en ese momento que terminaría siendo la duquesa del castillo que estábamos estudiando, sin duda hubiera llorado de la emoción. Pero mi emoción habría sido efímera, al entender que con el castillo, vendría el “príncipe encantador” que haría de mi vida un precioso infierno.

—Todo un cuento de hadas... —murmuro entre dientes.

—¿Qué dijiste?

Me detengo en seco, dándome cuenta de mi pequeño error.

—Nada. —Miento descaradamente, mirándolo a los ojos—. Yo no he dicho nada.

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