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Merezco una explicación

El portazo aún retumba en mis oídos, como si con ese golpe hubiese sellado su condena. La habitación se mantiene en un silencio sepulcral, tan denso que logra aplastarme el pecho. No puedo moverme de mi lugar, sigo quieta en medio de la habitación, temblando, mirando la puerta sin saber qué hacer.

El brazo que sostuvo y apretó, se siente pesado. La misma piel me arde.

Tomo aire y lo dejo salir un poco desesperada, llevando mis manos al vientre. Me siento asfixiada, el aire me falta.

—Contrólate, Harriet —susurro.

El desespero me invade con fuerza, me impulsa y con manos torpes, busco en mi espalda el cierre del vestido para quitármelo porque ahora siento que me aprieta demasiado.

El mismo vestido que todos aclamaron en la catedral, se siente en mi cuerpo como una enredadera llena de espinas que cada vez se entierran más en mi carne.

Comienzo a quitármelo como si me quemara, lo bajo con dificultad por la silueta de mi cuerpo con las manos, temblándome de la desesperación que siento. Las lágrimas caen, las siento rodar por mis mejillas sin control. Aprieto mis labios con fuerza para reprimir el llanto que quiere salir de lo más profundo de mi ser.

Me odio por llorar, por dejar que las lágrimas salgan de mis ojos, pero no puedo evitarlo.

Cuando al fin el vestido cae por completo al suelo junto con mi dignidad, reviento a llorar. Caigo de rodillas sobre la tela de seda, con mi cuerpo únicamente cubierto con la delicada lencería que escogí solo con la ilusión de mostrársela a él. Sé que no debería llorar, que no debería darle este poder sobre mis emociones. Y, sin embargo, aquí estoy, de rodillas en el suelo, llorando por la certeza cruel de que mi esposo pertenece a otra mujer.

Hubiera sido menos humillante que me dijera que no deseaba estar conmigo por la diferencia de edad, porque no me consideraba aún una mujer, porque no terminé siendo lo que le enseñaron o porque simplemente no le apetecía compartir la cama con una total desconocida. Todo eso me hubiera dolido menos.

Enterarme de que tiene una amante, conocerla el mismo día de habernos casado y de la peor manera, es un golpe duro que no creí recibir.

Me abrazo mi propio cuerpo semidesnudo, como si con esto pudiera recomponer los pedazos rotos de mi orgullo herido.

El dolor junto a la impotencia me corroe, la humillación me sofoca y la rabia me prende fuego por dentro. Quiero gritar, arrojar cada maldito jarrón de esta habitación contra las paredes, romper algún espejo o tirarme de los cabellos hasta que no quede nada del elegante peinado que tengo. Pero en lugar de eso, cierro las manos en puños y me obligo a respirar.

Lo hago como cuando estaba cumpliendo el servicio en mi nación. Mi trato fue como el del cualquier soldado para enseñarme carácter, valentía, resistencia. Muchas veces fui avergonzada, pero no por placer, sino por la intensidad del mismo entrenamiento. Cuando quedaba sola, sentía todo lo que estoy sintiendo justo ahora y la única manera de calmarme, era respirar con calma hasta que mis emociones se aplacaban.

No voy a darle el gusto de verme destruida. No pienso dejar que Maximilian me pisotee sin resistencia.

—No me vas a humillar —lo juro entre dientes, apenas para mí misma. La voz se me quiebra—. A mí no me vas a quebrar con tus actos sin pagar las consecuencias.

Me limpio las lágrimas con manos temblorosas, aunque de todas formas siguen saliendo de mis ojos. Siento la vergüenza hundida en mis huesos, el recuerdo de sus palabras parece no querer salir de mi cabeza. Me duele el pecho, me arde. No sé cómo explicar la impotencia y el dolor que siento, pero me repito una y otra vez que no le debo darle el poder de desarmarme como ahora.

Se me enseñó a obedecer a mi esposo, a no cuestionarlo nunca en nada. Durante dos años estuve aprendiendo para lograr ser una esposa amorosa, llena de bondad, leal y obediente. Puedo ser todo eso de corazón, porque me nace, porque quiero. Pero si Maximilian quiere jugar sucio, entonces no me quedará más que aprender a jugar como él.

Alzo la cabeza, no necesito mirarme al espejo para saber que soy un desastre. Los ojos me arden y en mis manos puedo ver restos de maquillaje. No necesito mirarme al espejo para saber que estoy rota, pero hay una fuerza interna que se ha despertado dentro de mí que me ayuda a recoger los pedazos de mí misma.

«Necesito levantarme de aquí».

Me obligo a dejar de llorar, me seco las mejillas con la misma falda del vestido. El desastre se nota, la tela blanca se mancha de maquillaje, pero no me importa. Sigo limpiando mi rostro para borrar las huellas de la humillación que he recibido.

Me levanto del suelo con un esfuerzo que parece sobrehumano; todo el cuerpo sigue templándome por dentro. Cuando estoy de pie, miro el vestido en el suelo con el corazón, doliéndome más de lo que puedo admitir. El día en que miré ese vestido por primera vez, me emocioné, me alegré más de lo que pensé y prometí guardarlo en lugar muy especial.

Ahora quiero quemarlo, tirarlo a la basura o cortarlo en mil pedazos. Parece un trofeo marchito de una guerra que no pedí ni imaginé enfrentar. Respiro a fondo sin dejarlo de mirar.

Me duele el alma, admito que tengo el ego herido. Me ha calado hasta los huesos la humillación que esos dos me han hecho, pero me niego a que vean lo rota y lastimada que me han dejado. Me niego a que vean lo vulnerable que soy.

Un suave golpe en la puerta me sobresalta. Volteo, sintiendo cómo el corazón se me encoge. De solo pensar que sea él, no sé qué haré. Levanto el vestido solo porque debo cubrirme y en ese momento, una voz femenina, madura y muy respetuosa, rompe el silencio del otro lado.

—Duquesa… soy Emma —vuelve a presentarse ante mi silencio—. Soy su mucama personal —su tono es dulce, casi maternal—. ¿Desea que entre para ayudarla?

Trago saliva y me apresuro a limpiarme otra vez las últimas lágrimas con la falda del vestido. No quiero que sepa que estuve llorando el primer día de casada, no quiero que nadie del personal tenga motivos para cotillear de mí a mis espaldas.

«Seguramente todos saben de la relación de Maximilian con esa mujer, ¿para qué dales más motivos?».

Con el vestido apenas puesto, respiro hondo y me obligo a fingir entereza.

—Sí… puede pasar.

La puerta se abre despacio y la mujer llamada Emma entra con pasos medidos. Sus ojos recorren la habitación y cuando se posan en mí, inclina la cabeza con reverencia. Me obligo a sonreírle cuando ella se endereza, volviéndome a ver a la cara.

—Buenas noches, duquesa —Me mira con dulzura—. Es un enorme placer para mí asistirla en lo que necesite.

Es una mujer madura, de unos treinta años o quizás un poco más. Sus facciones son suaves y tiene un porte firme a pesar de que no hay dureza en su expresión. Ella solo me muestra una amabilidad muy cálida.

—Muchas gracias —le digo, bajando la mirada para que no descubra mi vergüenza.

Me encantaría decirle algo más, pero me siento tan devastada y sofocada que no sé cómo interactuar con ella. Aprieto los labios en una delgada línea y debo levantar la mirada cuando oigo sus pasos acercándose con calma hacia mí.

—¿Desea que prepare la tina para que se dé un baño, o prefiere descansar un poco antes de la cena? —su tono es suave, lleno de empatía.

—El baño está bien —La voz se me oye rota, así que carraspeo para que no se note que sigo con ganas de llorar.

Levanto la mirada un poco para verla. Esta mujer no merece mi silencio, ella no ha hecho nada para que yo sea tan irrespetuosa.

—Por favor —sonrío un poco.

Ella siente con delicadeza, me hago a un lado para que se sienta cómoda y no crea que, por estar de pie en medio de la habitación, sea con la intención de vigilar cada uno de sus pasos. Sostengo la falda manchada del vestido y me acerco a la ventana para mirar hacia el jardín mientras ella prepara el baño.

Aparto con cuidado la cortina y cuando mis ojos notan la belleza de jardín que hay detrás del castillo, sonrío sin poderlo evitar. En el centro hay una inmensa fuente en forma circular que a simple vista se roba toda mi atención, pero las flores que decoran parte del césped del lado derecho e izquierdo, también son capaces de robarme el aliento.

—Es más hermoso que nuestro jardín en Inglaterra —susurro, sin dejar de mirar.

Puedo ver más allá el inmenso espacio que hay hasta que al fondo se alza una barrera de árboles altos. Trato de asomarme un poco más para ver si logro ver las caballerizas, pero apenas y puedo ver la esquina de una estructura gracias a la luz, aunque al final no logro distinguir qué es. Es de noche y, a pesar de que todo está iluminado, sigue viéndose oscuro para mí.

Tomo aire y lo dejo salir con calma, vuelvo la mirada hacia la fuente pegando la frente del cristal.

¿Cinco años con esa mujer y nunca se atrevió a formalizar? No comprendo cómo es que ella ha soportado estar en el anonimato por tantos años. Nunca he visto nada en las noticias, jamás he escuchado ni siquiera rumores.

«No sé si me indigna más el hecho de que jamás consideré que Maximilian tuviera un amante o que me haya enterado de esa manera tan… denigrante».

Me pregunto si, por la cabeza de Maximilian, se le pasó en algún momento decirme la realidad de lo que sería nuestro matrimonio. El hecho de que me haya soltado después del beso, que nuestro matrimonio es únicamente un acuerdo, no significa que eso lo exonera de darme explicaciones.

«Creo que las merezco, por mucho que no haya amor en medio de esta unión».

Romy D.A

A todas mis lectoras de siempre, ¡muchísimas gracias por la oportunidad que le han dado a esta nueva historia! Y a ti, que me lees por primera vez, ¡muchísimas gracias por recibirme en esta casa! Espero que mis escritos logren brindarte una montaña rusa de emociones y que logres amar a mis personajes ❤ A todas, las invito a seguirme en mis r.e.d.e.s IG: @romy_d_a_ y FB: Romy DA GRUPO PRIVADO: Romy D.A Historias Las leo❤

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