Soy algo peor

El agua ya se ha enfriado cuando decido salir de la tina. Me enjuago el rostro por una última vez, intentando con esto borrar las huellas de mi llanto. No quiero que Emma me vea peor de lo que ya me vio, por eso me obligo a recomponerme, aunque por dentro me siga sintiendo hecha trizas.

Cuando salgo de la tina, camino hacia donde Emma me ha dejado la toalla. Comienzo a secar mi cuerpo antes de cubrirlo con el albornoz, mirando todo lo bonito que hizo por mí. Sé que es su trabajo, pero se siente agradable que me intente hacer sentir bien y no peor de lo que ya estoy.

Con mi cuerpo envuelto, me acerco a las velas y las apago, soplando sobre ellas. Me enderezo y respiro hondo antes de salir del baño.

Al abrir la puerta, lo primero que hago es buscar a Emma con la mirada. No la veo alrededor de la cama, así que doy por sentado que sigue en el vestidor preparando todo para mañana. Siento un poco de vergüenza por hacerla esperar por mí o por no haberla despachado, aunque no creo haberme tomado más de treinta minutos en la tina.

Al llegar al vestidor, la veo de pie frente al enorme closet lleno de todos mis vestidos. Tiene uno de color rosa pálido en sus manos y otro de color marfil, sencillo, elegante, sin adornos excesivos, colgado en el perchero dorado que está su lado.

Recorro el interior con la mirada y me doy cuenta de que el closet está dividido en dos. Al menos toda la pared del fondo. En la parte de la derecha, están todos los vestidos y conjuntos en colores claros, sombríos y muy elegantes, escogidos por mi abuela. Es el estilo de Inglaterra, las normas de etiquetas que allá debemos cumplir cuando se trata de vestir.

Pero en la parte izquierda, hay vestidos que aún siguen viéndose elegantes desde acá, aunque con algo de frescura por los mismos estampados. Eso me saca una leve sonrisa. Los colores siguen siendo pasteles, uno que otro un poco más llamativo, pero se ven delicados, preciosos y muy hermosos.

«Se parecen a los que suelo usar en mis días, donde no tenía responsabilidades reales que cumplir».

—¿Quién ha escogido los vestidos de la izquierda? —inquiero, acercándome a ella—. Están lindos.

Emma se gira mostrándome una sonrisa bastante dulce. Deja en el perchero el vestido color rosa y se acerca al lado de los floreados para sacar uno.

—Yo le estaba escogiendo de los vestidos enviados por su abuela, pero si desea probarse uno de estos, con gusto le muestro todos.

—Me gusta el que tienes en la mano —comienzo a verlo más a detalle—. Descarta el rosa y el marfil. Mañana me pondré este.

—Es una perfecta elección —me dice, para luego acercarse donde están los tacones. Se toma unos segundos y, cuando se decide por unos, los alcanza para mostrármelos—. Estos stilettos blanco, están perfectos, ¿qué dice?

—Me encantan, Emma.

Realmente me siento complacida por el trabajo que está haciendo, incluso deseo ayudarla, pero se niega rotundamente, así que me mantengo en silencio, observando todo lo que hace y oyendo cómo continúa haciéndome sentir bien.

Casi media hora después, tenemos tres atuendos para usar el día de mañana dependiendo de mis actividades. Comenzaré con el primero que elegí y, conforme a mi estado de ánimo, veré si me cambio para pasear por el castillo o simplemente me pongo una pijama para encerrarme en mi habitación.

«Mi matrimonio es una farsa, no tiene caso que ande detrás de mi esposo llamando su atención».

—Mañana volveré para ayudarla, señora —me dice, dejando sobre el otro perchero la pijama de seda que me pondré—. Pero si necesita algo durante la noche, lo que sea, no dude en llamarme.

—Gracias, Emma.

Con una leve reverencia y dándome las buenas noches, se despide de mí, dejándome sola en el vestidor. Cuando oigo cómo cierra la puerta principal de mi habitación, me quito el albornoz para ponerme la ropa interior con la pijama. Pero antes de eso, me acerco a la repisa donde están mis productos personales y empiezo a perfumar mi cuerpo.

Salgo del vestidor, cerrando la puerta detrás de mí. Camino hasta la cama con pasos pesados, sintiendo cómo el camisón de seda acaricia mis tobillos y me recuerda, irónicamente, que sigo vistiendo como la recién casada que está lista para pasar la mejor noche de su vida.

«Y sí que la tendré».

Cuando llego a la cama, me siento en el borde del colchón y aprieto los puños sobre mis rodillas. La rabia que siento es tan grande, que logra quemarme por dentro, tanto así, que no sé cómo apagar el fuego.

Aún estoy a tiempo para bajar a cenar, pero no me da la gana de hacerlo. No quiero verlo, no quiero compartir mesa con un hombre que solo me mira como si yo fuese una cría ingenua, mientras mantiene a otra mujer a su lado, con descaro, con historia y amor.

«Porque tiene que amarla, ¿no?».

Debe amarla demasiado para estar cinco años con ella en una relación a escondidas, protegiéndola de la prensa, del que dirán. Incluso de su familia. Si eso no es amor, entonces no sé qué más puede ser. Sé que apenas tengo veinte años y que me falta demasiado por aprender y mucho por madurar, pero no creo que ninguna mujer sea capaz de soportar tanto tiempo en el anonimato e incluso aceptar que el hombre que tiene al lado, se case con otra, así sea por arreglo.

«Ella debe amarlo demasiado, no encuentro otra explicación que me ayude a entender por qué ha soportado tanto».

Levanto la mirada hacia la ventana que tengo al frente, no están las cortinas pasadas y puedo ver mi reflejo en el cristal. Puedo notar mis ojos cristalizados, un poco hinchados. Aprieto los labios para no volver a llorar. Maximilian no merece mis lágrimas, ninguno de los dos. Pero me cuesta tanto no sentirme tan horrible por culpa de ellos que me convirtieron en la princesa humillada desde el primer día de su matrimonio.

«¿Qué necesidad?».

No tuvo la decencia de decírmelo, de advertirme, al menos. Él pudo reunirse conmigo y explicarme que tenía pareja, que lo nuestro solo sería una farsa. Aunque, yo sabía que así lo era, solo que dentro de mí, de verdad, me casé con la ilusión de intentar cambiar eso. De igual forma, eso no le da el derecho a humillarme como lo hizo.

Pude haberlo entendido, pudimos incluso haber negociado, pactado… algo. Lo que sea habría aceptado con tal de no pasar por semejante desfachatez, por este engaño cruel, donde, al parecer, la última en enterarse fui yo. Algo me dice que Emma lo sabe o lo intuye, por cómo me trató. Y si ella es consciente de eso, todos en este lugar también.

Me pregunto si lo hizo por soberbia, por indiferencia o simplemente porque no me considera digna de explicaciones.

Aprieto los dientes y las mismas sábanas para no echarme a llorar otra vez. Maximilian, con toda su arrogancia, con su mirada fría y ese desprecio que esconde tras cada palabra, cree que puede reducirme a una mujer sumisa que siempre permanecerá en silencio.

«Está equivocado o loco, si considera que me doblegará de esa manera solo porque ahora soy su esposa».

Tomo una bocanada de aire y lo dejo salir con calma, comienzo a limpiar mis lágrimas al tiempo que me acuesto en la cama. Necesito descansar, necesito mentalizarme que mañana el día será el doble de fuerte que hoy y si sigo llorando, lo único que lograré es debilitarme emocionalmente.

Esta noche, lo que debo lograr con mi acto de rebeldía es no darle el gusto de bajar a cenar y fingir que todo está bien.

No sé cuántas vueltas he dado en esta inmensa cama, me ha costado hundirme en el sueño. Vuelvo a acomodar la almohada bajo mi cabeza cuando las puertas de mi habitación se abren de golpe con un estruendo que me hace dar un salto.

El grito ahogado que dejo salir retumba en toda la habitación.

—¿Se puede saber qué carajos crees que estás haciendo? —la voz de Maximilian, grave, iracunda, resuena con fuerza.

Me enderezo de inmediato con el corazón, golpeándome con fuerza el pecho, pero me obligo a mantenerle la mirada. Él avanza hacia mí con pasos largos e imponentes, y los ojos ardiendo en llamas por la misma rabia que se carga.

—No voy a cenar contigo —respondo con un hilo de voz que al instante refuerzo, elevando el mentón—. Estoy cansada y sinceramente, no tengo nada que compartir contigo esta noche.

Mi corazón late desesperado cuando Maximilian se detiene justo a mi derecha. Se inclina apenas hacia mí, parece una sombra a punto de devorarme. Tiene la mandíbula rígida, los labios apretados y la manera en que me observa, hace que un escalofrío me recorra la espalda.

—Bajarás a cenar —sisea en un tono que no admite replica—. Y lo harás porque yo lo digo, porque esta es mi casa, Harriet. Porque eres mi esposa, y una esposa cumple.

El nudo en mi garganta amenaza con romperme, pero no cedo. Aprieto los dedos contra la sabana y me obligo a sostenerle la mirada.

—¿Esposa? —suelto una risa amarga, seca, cargada de rabia—. Me haces reír, Maximilian. Me casé contigo esta mañana y horas después, me dejaste claro quién ocupa ese lugar en tu vida. No soy tu esposa, soy un acuerdo. Somos… —finjo pensar la etiqueta que nos dio, aunque la recuerdo muy bien—. Esposos de papel, ¿no es así? —Su mirada está encendida—. ¿Para qué quieres que me siente a tu lado a cenar? Ve y pídele a tu amante y a mí, déjame descansar en paz.

Sus ojos se oscurecen, veo como la furia se intensifica en ese par de perlas azules. Ya no deseo verlo más, así que le doy la espalda acomodándome en la cama.

De repente, Maximilian me toma del brazo con brusquedad, obligándome a levantarme de la cama. Su fuerza es tan brusca que pierdo el equilibrio cuando mis pies tocan el suelo.

—¡Mírame cuando te hablo! —me sujeta con más fuerza.

Lo hago. Lo miro, aunque las lágrimas me arden en los ojos con la amenaza de salir de nuevo, aunque por dentro todo en mí quiere romperse, lo miro. Le sostengo la mirada con la misma rabia con que él me mira.

—No tienes ningún derecho a tratarme así —la voz me tiembla, pero no cedo—. No soy uno de tus soldados de la guardia real, Maximilian.

La sonrisa que me muestra, es fría, llena de crueldad.

—No, no lo eres. Eres algo peor que eso. Eres mi esposa y eso significa que harás lo que yo quiera, cuando yo quiera —me acerca a su rostro sin ninguna delicadeza—. No estás en Inglaterra, estás en mi país y tú aquí me obedeces y me respetas, quieras o no, Harriet de Lóvenhart.

Trago saliva, el miedo me estremece por dentro, pero no aparto los ojos de él.

—El respeto no se impone —siseo con veneno—, se gana. Y tú, Maximilian… tú perdiste esa oportunidad conmigo cuando elegiste ocultarme tu verdad.

Siento su respiración acelerada en mi cara, siento como sus dedos aprietan más fuerte mi brazo. Durante un instante, creo que va a estallar, que me gritará hasta quedar sin aire, pero solo acorta la poca distancia entre los dos, quedando tan cerca, que el calor de su aliento roza en mi oído.

—Eres valiente, Harriet. Pero no olvides algo… —su voz se desliza como un cuchillo en mi piel—. Aquí, tu valentía no sirve de nada.

Me suelta de golpe, se aparta de mí con una frialdad que me estremece toda por dentro.

—Cinco minutos —dictamina—. Eso tienes para que bajes al comedor.

Me quedo temblando, viendo mi brazo enrojecido por la presión de sus dedos y el pulso desbocado, luchando contra las lágrimas que al final terminan cayendo. 

Romy D.A

Pobre Harriet y que cruel resultó ser el príncipe 👑Las leo👑

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