Cruzo la misma puerta por la que cruzaron las mucamas cuando irrumpieron en mi habitación con la orden de prepararlo todo. Lo que veo, logra dejarme sin aliento. Me detengo, no sé qué decir, no sé qué pensar.
La sorpresa me cala, no creí que detrás de esta puerta estuviera una sala igual a la que… tenía.
Recorro con la mirada todo, buscando alguna diferencia y no la hay. Es como si esa sala especial, que tanto amo, que desde la muerte de mis padres se convirtió en mi refugio, hubiera sido traslada aquí, a Saldovia, a este castillo.
«Eso es imposible».
El corazón me late más y más, no dejo de observar todo con interés y asombro. La chimenea de gas es la misma, incluso el marco alrededor también lo es. Frente a ella, hay una alfombra color rosa pálido con muchos cojines alrededor. Es como si fuese la misma alfombra, los mismos cojines e inconcluso el mismo sofá que está cerca de la biblioteca que parece la misma de allá.
Me acerco a la biblioteca y el corazón me da un vuelco al ver que