Obligada a quererlo

Celebrar junto a toda la familia Real de Saldovia no me pareció un sacrificio. Estar por horas, conversando, conociendo y haciendo reverencias a personas con muchos más títulos que yo, ni siquiera me intimidó. Nací en la realeza y desde niña se me han inculcado los valores que debo tener en ceremonias como estas. La educación que se me fue dada, fue a nivel de una futura reina y todo lo que aparenté e hice creer a cientos de personas, es algo que se me da muy bien.

Estaba nerviosa, no lo negaré. Pero, aun así, pude ser Harriet la princesa y ahora duquesa. El teatro que me armé en esa celebración no me costó. Lo único que me costó fue permanecer a su lado. Y todo eso incluye haberle agarrado la mano, bailar el vals mirándolo a los ojos, permitir besos castos en más de una ocasión para las malditas fotos e incluso decirle palabras afectuosas ante las personas.

Eso sí que me costó, porque el príncipe que me describieron por dos largos años, no es el que me soltó esas frías palabras justo después de besarme ante toda una nación. El hombre que me miró con esa rabia contenida en sus ojos, no es el mismo que me sonrío cuando tomó mi mano mientras me declaraba sus falsos votos de amor.

Me siento engañada, estúpida y muy tonta por creer que, lo que ahora somos, podría resultar.

¿De verdad pensé que Maximilian me iba a ver diferente? Él es un hombre maduro que solo aceptó esto por beneficios. Lo sé dentro de mi corazón, pero la misma emoción, la magia de la ceremonia y verlo con ese uniforme esperando por mí mientras yo me acercaba a él vestida de blanco… me llevó a armar una ridícula película en mi cabeza.

Hoy fui la protagonista de un matrimonio concertado desde hace muchos años en el cual no hay amor, ningún afecto parecido ni jamás lo habrá. Esta es mi nueva realidad y con una inmensa ganas de llorar contenida, le doy toda la razón al nuevo duque de Estenmark.

«Esta es nuestra realidad y más me vale aceptarla hoy mismo para que duela menos».

El auto pasa con calma por en medio de las altas rejas de hierro forjado ornamentadas con el escudo de la familia real. Sigo jugando con el aro en mi dedo, con mis ojos fijos en el castillo que noto al final. No es un castillo medieval con torres puntiagudas y muros de piedra húmeda. Saldovia es conocida por mantener la arquitectura de miles de años atrás, intacta en las fachadas de sus casas, edificios e incluso las calles. Es un país poderoso, lleno de mucho oro y petróleo, con mucho peso en Europa, pero fuertemente arraigado en muchas cosas con respecto a los siglos pasados.

Y los castillos, a pesar de haber sido modernizados un poco en el interior por la misma comodidad, no deja de ser un castillo imponente que por fuera se ve con más de cien años de antigüedad.

Este es precisamente el tipo de lugar que no necesita gritar su poder, porque lo respira en cada rincón. Y es el lugar que ahora será mi nuevo hogar.

Mientras más nos acercamos, siento cómo mi corazón late cada vez más con irregularidad. No siento miedo, pero sí algo más profundo. Es la misma anticipación calando en mis huesos. Es el no saber que me esperará una vez que cruce por esas puertas. Es la misma presencia de Maximilian a mi lado que me desestabiliza sin siquiera hablarme.

Desde que nos despedimos de todos en la celebración, que entramos al auto real, no ha pronunciado ninguna palabra. El cambio entre los dos fue inmediato. Entramos con una enorme sonrisa en los labios, despidiéndonos con la mano de todos y cuando el auto se alejó, la sonrisa se esfumó.

Y el silencio en seguida comenzó a reinar en todo el interior.

Un atisbo de sonrisa aparece en mis labios al ver lo hermosa que es la propiedad. La fachada de piedra blanca la hace ver como un lugar místico en medio de tantos árboles. Sus ventanas son altas y el tejado es de pizarra negra. De extremo a extremo se alza una torre redonda que resalta del resto de la estructura, haciéndola ver elegante e imponente.

Lo que más me encanta, es la cantidad de terrenos que la rodean. Tengo entendido que hay caballerizas porque a Maximilian le fascinan los caballos. Mi abuela me contó que tiene unos pura sangre que quizás me deje montar. Para ella, el hombre a mi lado es todo un encanto.

«Me pregunto cómo reaccionaría si le llego a contar lo que me dijo afuera de la catedral».

El auto se detiene y, antes de poder siquiera moverme, siento su agarre en mi brazo. Firme. Decidido y bastante aferrado a mí.

Deslizo la mirada justo ahí, con el corazón latiéndome desbocado, y cuando levanto la mirada hacia él para pedirle una explicación, vuelvo a sentir que el aire me falta.

—Yo abriré la puerta —dice, con ese tono de voz que parece que estará siempre al borde de una orden.

Sus palabras me desconciertan. Me hacen irritar bastante por todo lo que implican. No estamos en una obra de teatro en la cual él dirige esperando a que yo sea la linda actriz que siga el guion sin cuestionarlo.

«Ya no estamos en la celebración que se llevó a cabo en el palacio real, ¿por qué seguir con la farsa?».

—No necesitas fingir aquí —le digo de inmediato con el tono de mi voz bastante afiliado por la indignación que siento.

Intento liberarme de su agarre, pero no puedo hacerlo. Maximilian me sigue sosteniendo, no me suelta, no cede a lo que quiero. Si cree que esto es buena idea para comenzar al menos una amistad, que le baje dos rayas porque me cuesta no tomar su acto como una declaración silenciosa de control.

—No hay cámaras, no hay invitados, ni nadie de nuestras familias mirándonos —le recuerdo, por si se le ha olvidado—. Considero que aquí no hay necesidad de fingir, ¿no? —enarco la ceja en espera de una respuesta.

Maximilian se acerca a mí y todo mi cuerpo reacciona. No lo hace con brusquedad, sino con una calma inquietante que me pone bastante nerviosa. Cada músculo de mi cuerpo se tensa por completo, pero no le bajo la mirada.

—Pero hay tradiciones que se deben cumplir aquí, Harriet —dice tajante y yo siento que mi indignación aumenta a otro nivel.

«¿Tradiciones?».

La palabra me golpea con una mezcla de ironía y asco.

¿Qué tradiciones? ¿Las que se rompen después de habernos besado ante toda la nación? ¿O las que romperemos en la privacidad con este matrimonio de papel?

—Suéltame, por favor —mi voz no tiembla—. Quiero salir del auto.

A diferencia de él, yo sí creo en las tradiciones que se me han inculcado desde niña y sé que no debo entrar a mi nuevo hogar al lado de mi esposo con rencilla. Además, mi abuela me advirtió de esto. Me dijo que quizás, los primeros días entre los dos sean un completo infierno, porque no nos conocemos, porque es la primera vez que nos vemos.

Y está bien, puedo entender su posición, pero lo que me dijo fue horrible. Por mucho que albergue la esperanza de que las cosas mejoren un poco en lo que resta del día de hoy entre los dos, que no espere de mi parte la misma sonrisa que le entregué antes de que se comportara como un hombre sin corazón.

—Maximilian, suéltame —vuelvo a pedirle y esta vez con menos delicadeza, porque él sigue observándome a detalle sin soltarme—. Todos los miembros del castillo están esperando a que seas un caballero y me abras la puerta del auto. Hay tradiciones que cumplir, recuérdalo.

El corazón me salta un latido cuando en sus labios se dibuja una sonrisa ladina.

—Te aconsejo que cuides tu modo de dirigirte a mí, Harriet.

—Y yo te aconsejo que aprendas a dirigirte a mí, Maximilian.

No me deja darle réplica. Maximilian me suelta y sale del auto sin siquiera dejar que uno de los guardias trajeados sea quien le abra la puerta.

Dejo salir el aire que no sabía que estaba reteniendo en mis pulmones, sintiendo cómo un hormigueo pesado me recorre todo el cuerpo.

«¿Obligada a quererlo o a soportarlo?».

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