Milagro y venganza, casada con el rival de mi ex

Milagro y venganza, casada con el rival de mi ex ES

Romance
Última actualización: 2025-08-08
Miranda  Recién actualizado
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Resumen
Índice

La vida de Aurora queda marcada por el dolor cuando el corazón que era para su hijo es trasplantado por orden de su esposo a la hija de su amante. —Lo sentimos, Sra. Harper, pero su hijo acaba de fallecer. Destrozada, Aurora presencia el sufrimiento de Alexander King, el hombre más poderoso del país, que busca desesperadamente un donante para su hijo. Viendo en él el mismo dolor que la consume, Aurora decide que el riñón de Tommy salve a Max. Cuando Aurora descubre que Alexander es el rival de su esposo en los negocios, le propone una audaz alianza: —Ayúdame a destruirlo y te juro que haré lo que me pidas. —De acuerdo, te ayudaré a vengarte, pero a cambio quiero que te cases conmigo. —¿Porqué ?—. En ese matrimonio no habrá amor, solo una unión de conveniencia. ¿Podrán salir adelante sin ser consumidos por la venganza o será aquel pacto el milagro que les permita volver a empezar?

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Capítulo 1

El error más grande

Mi hijo estaba tendido sobre aquella fría cama de hospital. Su salud se deterioraba cada vez más. Al no haber recibido el trasplante, su corazón se debilitaba poco a poco, y yo solo podía observar cómo la vida se le escapaba entre las manos. Me sentía completamente impotente, vacía… incapaz de hacer algo para salvarle la vida al ser más importante para mí.

Recordaba con rabia las palabras del doctor Lancaster y la manera en la que desvió la mirada para no tener que enfrentarme.

—Lo sentimos, señora Harper, pero el corazón que estaba destinado para su hijo ha sido redirigido a alguien con condiciones de salud más delicadas.

—¿¡Pero qué demonios está diciendo!? —le grité—. ¿Qué condición puede ser más delicada que la de mi hijo? ¿No se da cuenta de que mi niño se muere? ¡Se muere, maldita sea! ¿Cómo pudieron hacer algo así?

Sabía que mi esposo estaba detrás de esto. Por la manera en la que el doctor me miró, lo supe. Alan lo sabía. Él era uno de los hombres más poderosos del país. Nada escapaba a su conocimiento.

—Dígame… ¿a quién fue donado ese corazón? Es lo menos que puede hacer por mí. Necesito que me diga la verdad.

—Por políticas del hospital no puedo revelarle esa información. Los códigos nos lo prohíben —respondió, mintiendo descaradamente.

Pero no necesitaba que me lo dijera. Bastó con ver cómo sus ojos se desviaban, involuntarios, hacia la suite VIP. Ahí solo recluían a personas de las más altas esferas. Algo se encendió dentro de mí. Un impulso. La rabia, el dolor, la desesperación… todo me arrastró como una corriente salvaje. Corrí hacia allá, ignorando las advertencias del personal y los gritos de los guardias de seguridad que venían tras de mí.

Abrí la puerta de golpe… y me quedé helada.

Frente a mí, una mujer acariciaba el cabello de una pequeña niña que dormía plácidamente. No necesitaba verla de frente. Bastó con escuchar su voz para reconocerla.

—Muchas gracias por lo que hiciste por nosotras, Alan. Eres tan bueno… A pesar de que tu hijo sufre la misma condición que mi pequeña, decidiste redirigir la donación para que ella pudiera tener un nuevo corazón. No sé cómo podría agradecerte —decía Karoline Whitmore mientras hablaba por teléfono.

Sentí que la rabia me invadía como fuego bajo la piel. Ese desgraciado… había preferido darle el corazón, por el que habíamos esperado tanto, a la hija de su exnovia. No le importó que nuestro hijo —su propio hijo, su sangre— pudiera morir sin ser intervenido.

Retrocedí antes de ser vista. No tenía sentido perder ni un segundo con esa arpía. Seguro estaba disfrutando del sufrimiento que mi hijo y yo estábamos viviendo por su culpa.

Tomé el celular con las manos temblorosas y marqué el número de Alan. Iba a decirle hasta de lo que se iba a morir. Iba a obligarlo a mover sus influencias, a buscar a como diera lugar otro corazón para mi hijo.

Pero el teléfono solo sonaba. Hasta que, finalmente, su asistente se dignó a responder.

—Señora Harper, el señor Harris en este momento no puede atenderla.

—¡Es urgente! ¡Necesito que me conteste el maldito teléfono!

—Lamento no poder ayudarla, pero él se encuentra muy ocupado ahora… Lo siento mucho —dijo, intentando sonar amable.

Corté la llamada de golpe. Respiraba con dificultad, al borde de perder el control, cuando una notificación emergió en la pantalla de mi celular.

Era una publicación de Karoline Whitmore en sus redes sociales.

Había subido una fotografía donde Alan aparecía supervisando la decoración de lo que claramente era una habitación infantil. Un cuarto rosado, cuidado al detalle… acogedor, hermoso.

Todo encajaba. Todo. Había redirigido el corazón para la hija de su amante… y ahora estaba decorando el cuarto para recibirla. Mientras tanto, mi niño se moría en esa cama fría de hospital.

Qué tonta había sido. Tantos años desperdiciados al lado de un hombre que nunca pudo olvidar a su amor del pasado. Yo solo fui un reemplazo.

Nunca quiso casarse conmigo. Siempre buscaba algún pretexto para posponer la fecha de la boda: que si tenía mucho trabajo, que aún no era el momento… Incluso habíamos tenido un hijo fuera del matrimonio, y yo, como una estúpida, seguía esperando esa propuesta que tanto anhelaba.

Yo estuve con él cuando esa mujer lo abandonó por otro hombre. Cuando lo dejó por alguien más poderoso. Y ahora, después de su divorcio, había regresado… solo para recuperar lo que siempre creyó suyo.

—Aurora, tienes que entender. Ella está sola con su hija… Necesita un amigo cerca. Está pasando por una depresión muy fuerte. Una separación no debe ser nada fácil. No seas egoísta —me dijo alguna vez, con voz solemne, como si tuviera derecho a pedirme algo así.

Siempre acudía al llamado de esa mujer. Incluso su hija parecía importarle más que nuestro propio hijo. Hacía lo que fuera para consentirla… mientras a mi pequeño lo trataba con frialdad. Como si no existiera.

—Él es tan enfermizo… Si fuera como los otros niños, podríamos pasar más tiempo juntos. Pero así… No quiero ser cruel, Aurora, pero ni siquiera puedo llevarlo al parque sin que se fatigue o se desmaye.

—¡No seas cruel, Alan! ¡No es su culpa estar enfermo, por Dios!

—Lo sé… —decía sin ningún remordimiento—. Pero no deja de afectarme…

Y ahora lo entendía todo. Nunca nos quiso. Siempre fuimos un estorbo en su vida. Desgraciado. Le había robado la única oportunidad a mi hijo. Aquella que tanto habíamos buscado… por la que tanto luchamos.

Todo para salvar a la hija de esa mujer.

Pero la única culpable… era yo.

Por creer en un infeliz.

Por conformarme con las migajas que me daba.

Y lamentablemente, era mi hijo quien estaba pagando el precio de semejante error.

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