Sostenía la urna con las cenizas de mi hijo. No podía creer que la vida del ser más maravilloso que había conocido se hubiera reducido a eso, Nada más entrar a la casa, los recuerdos me golpearon de frente con una realidad aplastante. Tommy ya no estaba. Nunca más podría verlo reír ni disfrutar de su compañía, y todo por culpa de esos malditos.
Mis lágrimas cayeron sobre la superficie metálica donde descansaban los restos de mi pequeño, y el fuego de la venganza renació con más fuerza dentro de mí.
—Te juro, mi amor… te juro que tu muerte no va a quedar impune. Ese miserable va a pagar por tu sufrimiento. Él y Karoline van a llorar lágrimas de sangre. Les voy a dar donde más les duele, y no van a encontrar un solo rincón en este mundo donde puedan esconderse de mí. Muy pronto nos iremos de aquí, mi niño… te llevaré a un lugar hermoso donde tu alma pueda descansar.
Repetía esas palabras una y otra vez en un llanto desgarrador. No sé cuánto tiempo lloré, lo único que recuerdo es que, en algún momento, me quedé dormida, vencida por el cansancio y el dolor.
Soñé con un lugar hermoso, lleno de luz. De pronto, un pequeño ángel extendía sus alas hacia mí.
—Ya no llores, mamita… este lugar es muy lindo. Ya no me duele el pecho. Pero no puedo descansar si tú estás triste.
—Mi amor… no puedo vivir sin ti. No sé cómo hacerlo. Todo me duele.
—Sí puedes, mamita. Y recuerda que yo no me he ido por completo. Sigo viviendo en Max… y en todos esos niños a los que tú decidiste ayudar. Te amo, y quiero que siempre sonrías.
Me dijo mi pequeño antes de alejarse poco a poco, mientras mi corazón se quebraba.
—¡Tommy, no te vayas! ¡No me dejes, por favor, vuelve! —grité con desesperación.
Pero fue imposible alcanzarlo. Su imagen se desvaneció y desperté en medio de la madrugada, invadida por una soledad abrumadora. Mis gritos se escuchaban por toda la casa, esa mansión fría y vacía, llena de lujos, pero que para mí no era más que una prisión dorada. Una de la que debí haber escapado hace mucho tiempo.
Mi teléfono sonó, sacándome de mis pensamientos. Era Melania, mi mejor amiga de toda la vida. Después de tantos años, por fin había regresado al país.
Contesté sin pensar. En ese momento necesitaba refugiarme en alguien, compartir ese dolor con la única persona que siempre estuvo para mí.
—Mel… —susurré con la voz entrecortada.
—¡Aurora! Amiga… por fin estoy aquí. No sabes cuánto te he extrañado. ¿Estás llorando? ¿Qué te pasa, cielo?
—No… no es nada. Dime dónde estás y yo voy a buscarte. Ya tendremos tiempo de hablar, pero ahora… necesito salir de esta casa.
—Estoy en el hotel Imperial. Suite 1105. Vente ya, por favor.
Corté la llamada, tomé la urna entre mis brazos y sin mirar atrás, salí de ese lugar que tanto daño me había hecho. Conduje hasta el hotel como si me persiguieran mis propios demonios, y apenas llegué, subí directo a la habitación de Mel.
Apenas me vio, corrió a abrazarme. Sus brazos me envolvieron con una calidez tan grande, que por un instante, me permití soltar todo lo que tenía contenido.
—Dios mío, Aurora… ¿qué ha pasado contigo? Tienes los ojos hinchados, estás pálida. ¿Qué te hicieron?
—Mi hijo… mi hijo murió, Mel. Su cuerpecito no resistió. Lo perdí… para siempre.
Melania se quedó paralizada. Sus ojos se abrieron con horror y luego bajaron hacia la urna que yo sostenía.
—No… No puede ser. ¿Es… es la urna con las cenizas de Tommy?
—Sí. Mi pequeño ahora está aquí… en esta cosa fría. Y yo me quiero morir, Mel… quiero irme con él. No quiero seguir.
—No digas eso. ¡No vuelvas a decir eso nunca más! Él no querría verte así, Aurora. Tommy era un niño lleno de amor, y tú eras su mundo. ¿No recuerdas cómo se le iluminaban los ojos cuando te veía sonreír? Por favor… si no quieres seguir por ti, hazlo por él.
—Es que ya no me queda nada… —lloré aferrándome a ella—. Me arrancaron lo único que me importaba, Mel.
—Cuéntamelo todo. Sácalo. Llora, grita si quieres, pero no te lo quedes dentro. Estoy aquí.
Y así, entre lágrimas y tragos de tequila, le conté el infierno que había sido mi vida durante los últimos años. Cómo ese miserable me había manipulado, cómo me había robado hasta el último segundo de paz. Le conté cómo por culpa de él, mi hijo había perdido la oportunidad de seguir viviendo.
—Es un monstruo, Aurora. Un maldito… ¡cómo pudo hacer algo así! No entiendo cómo alguien puede vivir con semejante culpa. Pero te lo digo en serio: tienes que alejarte de él. No puedes seguir viviendo con ese hombre.
—Por supuesto que me voy a alejar, Mel. Él no volverá a tocarme nunca más. Pero no basta con eso… te juro, por lo más sagrado que era mi hijo, que Alan Harris y Karoline Whitmore van a pagar. Van a llorar sangre. Y no voy a descansar hasta que lo hagan.
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Por otro lado, Karoline se desvivía en atenciones para con Alan. Él, como siempre, se dejaba consentir, encantado de jugar a la familia perfecta sin siquiera preocuparse por el estado de salud de Tommy. Sabía que su estado era crítico, pero prefería pensar que yo estaba exagerando como siempre, según él. Decía que los médicos se encargarían, que todo saldría bien.
—Tengo que irme, Karoline. Necesito cambiarme de ropa —le dijo él.
—No, papi… por favor. Quédate con nosotras —suplicó Tiffany, colgándose de su cuello—. Desde la operación tengo muchas pesadillas… necesito a alguien que me cuide. No te vayas.
—Tiffany, él tiene que regresar a su casa. No vive con nosotras —intervino Karoline, con esa voz melosa y manipuladora que usaba tan bien.
—Bueno… supongo que no pasará nada si me quedo esta noche, ¿verdad? —terminó cediendo Alan, como siempre.
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Al amanecer, me levanté con un único propósito: comenzar con mi venganza. Lo primero era abandonar esa maldita casa. Me quedaría en el hotel con Mel y después vería qué rumbo tomaría. Tenía el talento, los contactos, y ahora, la motivación para recuperar a la mujer que fui antes… aunque por dentro estuviera rota.
Llegué a la mansión Harris temprano. Nada más abrir la puerta, me encontré de frente con Alan. Su rostro tenía una expresión sombría, cargada de reproche.
—¿Se puede saber de dónde vienes a estas horas? ¡Mírate nada más! ¿Y Tommy? ¿Cómo te atreves a dejar solo a tu hijo en el hospital? ¡Eres una irresponsable!
Ni siquiera terminé de escucharlo. Su voz fue como un disparo, directo al corazón. El odio me nubló la razón. Me abalancé sobre él y, sin pensar, le di una bofetada que lo dejó aturdido.
—¿Cómo te atreves a pronunciar su nombre, maldito infeliz? ¡¿Cómo tienes la desvergüenza de venir aquí a gritarme como si tú no tuvieras la culpa de todo?! ¡Por tu culpa mi hijo está muerto! ¡Y tú andas muy feliz jugando a la familia con esa mujerzuela y su niña! ¡No eres un padre, Alan! ¡Eres un monstruo!.