Vivir a través de alguien más

Me abalancé sobre el cuerpecito inerte de mi hijo, abrazándolo con todas mis fuerzas. Los médicos insistían en que tenían que llevárselo, pero yo no quería separarme de él. Necesitaba aferrarme a cada instante que pudiera conservar a su lado. Pensar en la idea de no volver a verlo me desgarraba el corazón, era el dolor más insoportable que hubiese experimentado jamás.

Tommy era el único ser que me había querido en este mundo. Ahora me sentía completamente sola. No tenía familia, y el que alguna vez creí que era el hombre de mi vida había resultado ser un tipo cruel, capaz de destruir todo lo que tocaba. Por su culpa, mi hijo estaba muerto. Por su culpa, el único amor puro que tenía en la vida me había sido arrebatado.

Y lo único que podía sentir… era odio. Un odio descomunal. Quería verlo destruido. Quería que se retorciera de dolor junto con esa mujer que, desde que había vuelto a nuestras vidas, solo había intensificado el sufrimiento que mi pequeño y yo ya veníamos cargando desde antes.

Mis gritos se escuchaban por todo el hospital. Las enfermeras trataban de tranquilizarme, pero era inútil. El sufrimiento y la tristeza pesaban sobre mí como una losa imposible de cargar.

—¿Por qué tuviste que irte, mi amor? ¿Y ahora qué voy a hacer aquí sin ti? ¡Por favor, llévame contigo!

—señora, tiene que dejar que nos lo llevemos—.

—¡No! ¡No van a quitarme a mi hijo! ¡No se los voy a permitir! ¡Ya le quitaron su corazón, le quitaron su vida… y ahora también quieren llevárselo! ¡Todos ustedes son unos malditos! ¡Cómplices de ese desgraciado!

—Entendemos su dolor, señora Harper, pero por favor, modere sus palabras…

—¿¡Qué me estás diciendo, infeliz!? ¿¡Cómo te atreves a pedirme que modere mis palabras cuando fuiste partícipe de uno de los actos más retorcidos que he presenciado!?

—Señora… yo solo cumplía órdenes —dijo con vergüenza, bajando la mirada.

Al ver que no lograrían convencerme por las buenas, los médicos me apartaron a la fuerza. Yo forcejeé con todo el coraje que me quedaba… pero ya nada importaba. Estaba devastada. Las lágrimas no dejaban de correr, a borbotones, como si también mi alma se deshiciera con cada una de ellas.

Intenté respirar. Controlarme. Al menos lo suficiente para darle una despedida digna a mi pequeño… cuando, desde una habitación cercana, escuché a un hombre discutir acaloradamente con otro de los médicos.

—Señor King —dijo el médico—, lamentamos informarle que el tratamiento de Max no está funcionando. Necesitamos realizar el trasplante cuanto antes o, de lo contrario… lo perderemos.

—¡No puede ser! ¿¡Cómo es posible que no haya nada que hacer!? Ya le dije que utilice los medios que sean necesarios. ¡Traiga a los mejores especialistas, los mejores equipos, maldita sea! ¡No puede permitir que mi hijo se muera!

—No es cuestión de recursos y usted lo sabe. Los riñones de Max están muy mal. Él necesita el trasplante con urgencia.

Pude oír cómo el hombre intentaba contener las lágrimas. Su voz se quebraba de impotencia. La vida de su hijo se le escapaba entre las manos… tal como había ocurrido con la mía.

—Lucas… —dijo con desesperación al teléfono—. ¿Qué noticias tienes sobre la lista de espera? Dime que lograste poner a Max en primer lugar.

—Lo siento, hermano —respondió la voz del otro lado de la línea—. Los casos de los demás niños que esperan son igual de graves que los de tu hijo.

—¡No me puedes decir esto! ¡No, esto no me puede estar pasando a mí! ¡Tengo todo el maldito dinero del mundo y no puedo conseguir un riñón para mi hijo! ¿¡Cómo es posible!? —gritaba fuera de sí.

Por alguna razón… no me moví. Permanecí ahí, escuchando. Entendía perfectamente su desesperación. Había pasado por lo mismo. Y aunque, en mi caso, habíamos tenido la suerte de encontrar un donante… el milagro no se concretó.

—Señora Harper… —la voz de la trabajadora social me sacó de mis pensamientos—. Necesitamos saber si va a donar los órganos de su hijo.

Aquella pregunta fue como un golpe seco. La sola idea de pensar en sacarle los órganos a mi bebé… me resultaba espeluznante. Pero entonces, como si el universo supiera qué debía recordarme, una imagen vino con fuerza a mi mente.

Tommy estaba sentado en el comedor, con sus libros para colorear. Por su enfermedad, no podía esforzarse mucho. Los médicos y la psicóloga recomendaban juegos de mesa, dibujos, actividades suaves. Y a él le encantaban.

—Mira, Mamy… quiero que veas este dibujo —me dijo, con su vocecita dulce y tierna.

—A ver, cariño… Ay, qué dibujo tan hermoso. Has mejorado mucho. Esta soy yo, ¿verdad? ¿Y este chico tan guapo que está a mi lado, quién es? —pregunté, sonriendo.

—Soy yo, mamita. Solo que me dibujé como quiero ser de grande. Quiero ser doctor… para curar a los niños que están enfermos como yo. Me gustaría encontrar la cura a todas las enfermedades… para que puedan correr, ir al parque, jugar fútbol, como yo no puedo hacerlo.

—Eres un niño maravilloso, Tommy… y estoy segura de que vas a ser el mejor doctor. Vas a curar a millones de niños por todo el mundo. Y yo voy a estar ahí contigo… sintiéndome la mamá más orgullosa —le dije, abrazándolo y besando su cabecita como tanto le gustaba.

—Señora Harper… —volvió a decir la encargada—. Necesitamos una decisión. No tenemos mucho tiempo.

—Está bien… —respondí con la voz entrecortada, mientras las lágrimas volvían a empapar mi rostro—. Voy a donar los órganos de mi hijo… pero tengo una condición. Quiero ser yo quien decida el destino de uno de ellos.

—Señora, por políticas eso no es posible…

—Me importa un carajo sus políticas. O es como yo les digo… o no hay donación. Y espero que no sean tan egoístas como para negarle a varios niños la posibilidad de salvarse solo por sus estupideces —escupí con coraje.

La mujer tragó saliva.

—De acuerdo… será como usted diga. Pero el trasplante debe hacerse ya. Recuerde que los órganos tienen un tiempo determinado.

Asentí con la cabeza.

Y entonces lo pensé. Aquel hombre, el que gritaba desesperado al otro lado del pasillo. No sabía quién era, pero su dolor era tan real como el mío. Un padre dispuesto a mover el mundo por su hijo.

Con pasos temblorosos pero decididos, avancé por el pasillo. Me dirigí a la habitación VIP… seguramente la más exclusiva del hospital, incluso más que aquella donde había estado Tiffany.

Toqué la puerta suavemente.

Pasaron unos segundos… y entonces se abrió.

Frente a mí apareció el hombre más atractivo e imponente que hubiera visto en mi vida. Alto, con porte, con esa expresión sombría que solo deja el dolor.

Nuestras miradas se encontraron.

Y, por alguna razón, sentí como una corriente eléctrica me recorrió de pies a cabeza.

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