Mundo ficciónIniciar sesiónUn hombre millonario, heredero de una de las mejores familias del país, se casa contra su voluntad por petición de su abuelo con una mujer, a quien desprecia por ello . Sin embargo, esa joven no es cualquiera, pero escondió su verdadera identidad para no ser tratada como lo que siempre ha sido, la hija de la familia más rica del país. Su amor por aquel a quien convirtió en su esposo la cegó, pero al darse cuenta que todo por lo que ha luchado ha sido en vano, volverá a tomar su lugar y le demostrará a su esposo y a su amante que no pueden simplemente burlarse de ella. será una decisión difícil pero necesaria. Al fin de cuentas, doblegar a todo aquel que se creía superior no será tarea difícil, en especial a quien fuera su esposo, pues su fortuna y vienes, delante de ella, no lo hacen más que un pobre millonario.
Leer más#Nota: Queridos lectores, después de pasar por muchas cosas, estoy feliz de poder retomar nuevamente la escritura, esta vez, dando inicio a una nueva novela, que deseo de todo corazón les guste. Como siempre recordarles que todo lo que aquí está escrito es producto de mi imaginación, y es una historia clasificada para +18, por lo que podrían encontrar escenas de sexo o violencia no moderadas y bastante explícitas. Espero se animen a leerla. Un abrazo.
Pdta: Pueden seguirme en mi página de F******k, “Maxxi Mendoza escritora” allí siempre estoy publicando varias curiosidades sobre mis libros. *** —¡Señora Mackenzie, felicidades! ¡Está usted embarazada! —Escucha Paula decir al médico que le entrega los resultados de laboratorio. Inconscientemente, acaricia su abdomen con una de sus manos de forma delicada, mientras piensa en cómo le dará la noticia a su esposo. Feliz, sale del consultorio. Saca su teléfono, y marca con insistencia el número de Hyden, pero se va directamente a buzón. «¿Acaso se le descargó?» —Piensa, y no le da mucha importancia, después de todo, esta es una gran noticia. —Señora, se ha tardado mucho. ¿Está bien? —pregunta Samuel, el chofer que la esperaba. —Estoy mejor que nunca, Samuel. Puedes llevarme a casa, me gustaría descansar un poco. —¿Eh? Pero creí que querría ir al aeropuerto. ¡Hoy llega el señor! —¿Es hoy? Lo había olvidado. —Admite, pero su corazón se hincha al saber que volverá a ver a su esposo luego de un largo mes. «Seguramente, por eso no me contestaba, porque viene viajando.» —Piensa, y saca de su bolso la ecografía de su bebé, luego de subirse al auto. —Hayden, ¿cómo reaccionarás al saber que espero un hijo? Finalmente, hemos cumplido el deseo de tu abuelo. Después de tres años de matrimonio, hoy finalmente llevo a tu heredero. Estoy segura de que este bebé nos unirá. —Murmura en voz baja para sí. —Señora, ya hemos llegado, ¿quiere que la acompañe o prefiere que la espere en el auto? —No te preocupes, Samuel, puedes irte antes, regresaré a casa con mi esposo. El hombre asiente, pero conociendo el carácter de su jefe, prefiere mejor esperar. … Paula, que se acercaba a la puerta del ala norte del aeropuerto, se detiene en seco, al observar cómo su esposo salía del lugar, custodiado por un par de hombres. Se veía tan guapo. Realmente era un hombre imponente, que llamaba la atención de cualquiera. Después de todo, era Hyden Mackenzie. El CEO de la empresa de tecnología más grande del país. Heredero de una de las familias más respetadas. Hace 3 años, cuando Paula lo conoció, se enamoró de él a primera vista, y obsesionada con él, insistió a su padre y al abuelo de Hayden casarse con él, a cambio de salvar su empresa, pero sin revelar su verdadera identidad. Pues la mujer deseaba que Hayden se enamorara de ella por quién era, y no que se interesara por ser la heredera de la familia más rica del país, los Walker. Se acerca rápidamente, pero entonces, se detiene en seco al ver su mano enlazada con la de alguien, detrás de él, a quien de inmediato reconoce. Carolina, el primer amor de su esposo, quien lo dejó sin razón alguna, y en respuesta a su despecho, terminó aceptando casarse con ella, a pesar de su inicial negativa. De inmediato quiere confrontarlo, pero es apartada por uno de los guardaespaldas rápidamente. —Ni siquiera se dio cuenta de que estaba aquí. —Dice al verlo subirse al auto junto a la mujer. —Incluso sus guardaespaldas no me conocen, y se atreven a tratarme como si no valiera nada. —Reconoce la mujer, pues su marido casi nunca salía o pasaba tiempo con ella, salvo que fuera en el cumpleaños de su abuelo, quien exigía siempre verla. Pocas personas sabían realmente que ella era su esposa, por tanto, era lógico, que los guardaespaldas que ahora lo custodiaban no la conocieran. Tampoco entendía, por qué los había contratado, jamás había sido un hombre que necesitara de alguien para cuidarse. Aunque, realmente eso era un problema menor. ¿Por qué rayos estaba con Carolina? Hace 3 años la mujer había desaparecido, después de dejarlo, ¿por qué regresaba ahora? ¿Y aún más importante, por que salían juntos del aeropuerto? Acaso, ¿estaba de viaje con ella? ¿Todavía la amaba? Esas preguntas atormentaban su cabeza, pero siempre había sido tan positiva, que no se haría ideas sin confirmar antes lo que pasaba. Después de todo, ella ahora era su esposa, y pronto tendrían un hijo, aunque no fuera concebido de la manera que hubiera querido. Después de todo, Hyden jamás la tocó. … —¡Señora! ¿Está bien? —Interrumpe sus pensamientos Samuel, quien siempre observaba los desprecios de Hayden a su esposa, y sentía pena por ella. Era un hombre mayor, que al igual que el resto del personal de la mansión Mackenzie, le habían tomado mucho cariño a Paula, pues era buena, inteligente y bondadosa, además de increíblemente hermosa. No entendía como su jefe, parecía no interesarse en su esposa. —Sí. ¿Qué haces aquí? Creí que te había dicho que te fueras. —Bueno, me quedé por si ocurría algo. —¡Ja! —Se mofa de ella misma. —Parece que conoces más a mi esposo que yo, Samuel. —Le dedica una media sonrisa, llena de tristeza, mientras empieza a caminar hacia el auto. —Desde que tiene 10 años. —Bromea el hombre. —Es cierto, me había olvidado que llevas muchos años trabajando para la familia Mackenzie. —Orgullosamente, señora. —Le abre la puerta del asiento trasero. —¿Dime una cosa, Samuel? ¿Crees que mi esposo siente algo por mí? —No es algo que yo pueda responder, señora. —Paula, le dedica una sonrisa, y sube al auto, aceptando con su gesto que incluso los empleados hablan entre líneas, pues se dan cuenta del desamor de su esposo. Sin embargo, no estaba dispuesta a darse por vencida. No después de estar tres años a su lado, y llevar a su hijo en el vientre. Es cierto que no tenían un matrimonio normal, pero era cordial, y ella lo amaba. Así había sido desde la primera vez que lo vio el día que cumplió 21 años.El mundo de Paula se volvió un túnel borroso de dolor.No sabía cuánto tiempo había pasado desde el golpe. Solo sabía que el piso estaba frío, que algo en su vientre ardía como fuego, y que cada segundo que respiraba sentía que algo dentro de ella se le escapaba.Un hilo de sangre se deslizó entre sus piernas.Su corazón dejó de latir.—Mi… bebé… —susurró, casi sin voz.Y justo cuando intentó incorporarse, un mareo la dejó inmóvil otra vez.La puerta se abrió de golpe.—Paula, ¿quieres…? —Sandra se quedó congelada—. ¡PAULA!Soltó la bandeja del té, que se estrelló contra el piso mientras corría hacia ella.—¡Dios mío! ¡Paula, mírame! ¡Respira! —Sandra la sostuvo, temblando—. ¡Alguien llame a una ambulancia!Una de las secretarias gritó; otra salió corriendo por ayuda. El corazón de Sandra latía tan fuerte que parecía romperle el pecho.—Mi bebé… —Paula apenas podía articular.—Tranquila —Sandra intentó no llorar—. No pienses en eso ahora. Vas a estar bien, ¿me escuchas? Vas a estar bi
La oficina de Sandra olía a café recién hecho y a desinfectante suave, una mezcla que solía tranquilizar a Paula.Hoy no servía para nada.Estaba sentada en el pequeño sofá gris, encorvada, con los dedos entrelazados sobre su regazo. Por fuera intentaba lucir entera; por dentro, todo se le venía abajo.Sandra cerró la puerta y se sentó frente a ella.—Pau… —dijo en voz suave—. Cuéntame.Paula tragó saliva.—No quiero sonar dramática. Solo… siento como si me hubieran arrancado algo del pecho.Sandra le tomó la mano.—Es normal. Fueron años, Paula.—Pero ya lo sabía —Paula apretó los labios—. Sabía que él un día regresaría con Carolina. Sabía que nunca fue mío. Sabía que todo fue temporal… pero cuando Andrés dijo “Hyden firmó”, sentí… —sus ojos se nublaron— como si hubiera perdido algo que ni siquiera tenía.Sandra apretó su mano con más fuerza.—No estás sola. Estoy aquí. Como siempre.Paula respiró hondo. No quería llorar. No hoy. No frente a nadie.Pero el cuerpo empezaba a traiciona
Paula llevaba más de una hora dando vueltas por la habitación, incapaz de quedarse quieta. El médico le había ordenado reposo absoluto, pero ¿cómo podía descansar alguien cuyo corazón no dejaba de sangrar? Se detuvo frente al espejo. Odiaba lo que veía. No físicamente, sino emocionalmente. —Eres una idiota… —murmuró, pasándose la mano por el rostro. Había firmado el divorcio. Había aceptado que lo suyo con Hyden estaba muerto. Había repetido mil veces que no lloraría por él nunca más. Pero la verdad era otra. La verdad era que el simple hecho de imaginarlo lejos… libre… y sobre todo con otra… la estaba destrozando. Y eso la enfurecía todavía más. —Ya no debería dolerte —se reprochó—. ¡Ya no! Se sentó en la cama, abrazando una almohada contra el pecho. Sentía rabia, tristeza y vergüenza. Era como si una parte de ella se negara a aceptar que Hyden ya no era su esposo, que él había seguido adelante mientras ella seguía atorada en el mismo sitio. El teléfon
Carolina giraba la copa entre los dedos, mirando el vino que formaba un remolino perfecto. Ese remolino era como su vida en ese momento: hermoso por fuera, pero a punto de tragársela. Carla estaba sentada frente a ella, relajada, piernas cruzadas, como si aquel encuentro a media mañana fuese lo más normal del mundo. —Necesitas esto —dijo Carla, llenándole de nuevo la copa—. Te hace bien soltar un poco. Carolina suspiró, perdida en su propio caos. —No sé si… estoy haciendo lo correcto —murmuró, sin mirarla. Carla alzó una ceja. —¿Otra vez con eso? Carolina bajó la cabeza. Por primera vez desde que todo inició, se atrevía a verbalizar la duda: —A veces pienso que… tal vez debería dejar todo e irme. Carla dejó la copa sobre la mesa con un golpe seco. —¿Irte? ¿Renunciar? ¿Después de todo lo que has vivido? ¡Ni lo sueñes! —Carla, yo… —su voz tembló—. Siento que Hyden… siente algo por ella. Por Paula. No lo quiere aceptar, pero lo sé. Y yo… yo sabía que esto podía
Paula observó desde la ventana cómo Rodrigo y Sandra se alejaban juntos bajo la llovizna.Él, con el abrigo sobre los hombros de ella, sonriendo con esa facilidad que solo mostraba cuando quería conseguir algo.Y Sandra… tan ilusionada, con esa expresión que Paula conocía bien.La misma mirada que ella había tenido durante años cuando Hyden le dirigía una palabra amable.Sintió un nudo en el pecho. No era celos, era tristeza. Sabía que Sandra lo amaba desde hacía mucho, y también sabía que su hermano nunca la había tomado en serio.Pero verlo actuar de esa manera justo ahora, cuando ella apenas podía sostenerse emocionalmente, le dejó una sensación amarga, pues sabía que algo se traía entre manos.Sin embargo, su corazón y su mente estaban demasiado destrozados como para pensar en ello.***Rodrigo y Sandra fueron juntos hasta una cafetería pequeña y discreta cerca a la mansión. El aroma a pan recién horneado y café tostado impregnaba el aire, cálido y acogedor.Sandra trataba de conv
El silencio cayó como un muro.Hyden no respondió a la pregunta de su nana; simplemente permaneció de pie, con la mirada perdida en el suelo, respirando con dificultad.Pero su silencio terminó siendo más elocuente que cualquier palabra, pues Severiana lo entendió todo.—Por el amor de Dios, Hyden… —susurró la anciana, con un dejo de reproche—. ¿Cómo pudiste firmar esos papeles? No puedes darle la espalda ni a tu esposa ni a tu hijo. No en este momento.Hyden cerró los ojos con fuerza, intentando contener la ira y la culpa que lo devoraban por dentro, mientras caminaba hacia las escaleras, ignorando a su nana.—¡Hyden Mackenzie, aunque me ignores, lo que acabas de hacer no es correcto! ¡Tu hijo te necesita!—¡No es mi hijo! —gritó, con los ojos rojos y el rostro fuera de sí.Severiana, aterrada por la reacción de Hyden, se limitó a guardar silencio.—No hable de lo que no sabe, Severiana —murmuró entre dientes Carolina, girándose hacia la escalera.—Sé suficiente —replicó ella con fir
Último capítulo