Mundo ficciónIniciar sesión—¡Mi error fue aceptar venir a esa maldita boda! ¡Jamás debí complacer a Ryan, así no te hubiera conocido! —Sus palabras me duelen como no tiene idea, y decido que estoy cansada de recibir tantas ofensas y ser humillada sin razón. Me limpio las lágrimas, agarro mi bolso y voy hasta la puerta. Con la mano en el pomo trago saliva con dificultad y giro el rostro para enfrentarlo una última vez, aunque de esta confesión me arrepiente luego. —Y el mío haberme enamorado del hombre equivocado. Tienes razón, jamás debiste haber venido, y te aseguro que esta será la última vez que te cruzarás conmigo. * * * La noche antes de casarse, Isabella le confesó sus dudas a un hombre que la dejó temblando... sin saber quién era. Al día siguiente, lo ve en el altar: de padrino y tío de su futuro esposo. Él sabe su secreto. Ella sabe que cometió un error fatal. Y cuando la boda se detiene, ambos quedan atrapados en una guerra peligrosa: un padrino empeñado en impedir el matrimonio, y una novia que ya no está segura de nada, salvo de lo que siente por el hombre incorrecto.
Leer más~24 de diciembre, un mes después de la boda fallida~
Isabella El agua caliente cae sobre mis hombros como si intentara arrancarme el mes más agotador de mi vida. El vapor empaña los cristales y me siento pequeñita, casi igual que hace tres años atrás, cuando quería desaparecer sin dejar rastro. No me siento así porque se haya detenido la boda, ni porque me hiciera ilusión tal cosa, sino por él: por Evans. El tipo que casi arruina mi relación con la única persona que creyóen mí y me salvóla vida; el que se ha quedado a vivir aquí “solo por un tiempo”; el que pasa por mi lado como si yo fuera un error que su sobrino recogió del suelo. Y aun así… No puedo fingir que no siento cómo mis piernas tiemblan cada vez que escucho sus pasos por el pasillo. No puedo no sentirme culpable cada vez que cierro los ojos e imagino sus manos recorrer mi cuerpo y sus labios saborear mi boca. Estoy perdida; perdida en él, perdida en su presencia que solo me hostiga y discrimina; dependiente de sus constantes insultos que en lugar de odiar me impresionan porque siento que muy en el fondo, hay algo más que desprecio. Me aferro a la posibilidad de que por dentro sepa quien soy y que todo esto ha sido un malentendido más. Cierro los ojos y dejo que el agua me dé un segundo de paz. Un solo segundo... uno que es interrumpido cuando la puerta del baño se abre de golpe. Me sobresalto, y abro los ojos. —¿Qué haces aquí? —pregunto desde detrás del cristal, apretando los brazos contra mi pecho aunque sé que él puede verme igual. Evans ni se inmuta. —Lo mismo que tú —responde con la voz ronca, acercándose al inodoro—. Usar el baño. —¡Estoy desnuda! —murmuro entre dientes, un poco avergonzada por su poca vergüenza. —No me digas —contesta sin voltear, como si mi desnudez fuera la cosa menos interesante del planeta… aunque sus hombros tensos dicen lo contrario. Se baja el cierre del pantalón y empieza a orinar, como si no hubiera una persona vulnerable a un metro de él, detrás de una puerta de cristal casi inexistente. Me giro hacia la pared, sonrojada, y no puedo evitar deslizar la esponja por mi cuello, bajándola hasta mi cintura para trasladarla a mis nalgas. Él cree que puede acosarme cuando le venga en gana, y yo sé que tengo el poder de enfrentarlo fingiendo ser todo lo que dice de mí: una descarada, provocadora y aprovechada mujerzuela de quinta que seduce y destruye a los hombres. —Podrías esperar a que yo salga… —Podrías haberle dicho la verdad a mi sobrino desde el principio. Me muerdo el labio. Ahí está, otra vez: la acusación, el veneno, las mismas palabras de siempre. —¿Sigues creyendo que soy una oportunista? —cuestiono, harta, vomteándome para que vea como me acaricio el cuerpo enfrente suyo. —Claro que lo eres —responde sin levantar la voz, pero con esa frialdad que corta, ocultando que me desea tanto como yo a él, por más que lo niegue—. Se nota en la forma en que caminas por esta casa. Como si ya te perteneciera. —No me pertenece nada —respondo, sin interés. —Exacto. Y nunca te va a pertenecer. Cruza los brazos, apoyándose contra el lavabo, mirándome como si pudiera atravesar el cristal, la piel y todos mis secretos a la vez. —Tú no me conoces como piensas —susurro. —Te conozco suficiente —contesta, haciendo referencia a la unica vez que me abrí a alguien, aquel día en que confié a un extraño mis problemas dando paso a que se convirtiera en mi enemigo—. Lo que no entiendo es cómo puedes dormir tranquila sabiendo que juegas con él. —¡No juego con nadie! —exploto, empapada, con el corazón latiéndome en el cuello. Evans aprieta los dientes. Algo en él se rompe, o se libera, no sé muy bien. —Dilo sin temblar —me desafía. Me acerco un paso hacia la puerta de cristal, sin pensar. —No. Jugué. Con. Nadie. —Mentira —responde él, abriendo la puerta de golpe. El vapor se escapa y el aire frío me golpea la piel. Me cubro instintivamente, pero él entra igual. Entra conmigo, bajo el agua, bajo el vapor, bajo todo. Y recorre mi cuerpo descaradamente. No puedo evitar fijarme en su erección, y comienzo a enloquecer por dentro. La puerta se cierra detrás de él con un golpe seco, me sobresalto, pero no me rindo. Levanto la cabeza y trato de igualar su altura, lo cual es imposible, pero lo intento. —Sal —murmuro, retrocediendo hasta que mi espalda toca la pared húmeda. —No hasta que termines de hablarme como si fueras inocente, me encanta tu jueguito —dice, pegándose a mí sin tocarme, pero muy cerca. Demasiado cerca. El agua cae sobre su camisa, empapándola al instante, pero él ni parpadea. —Estás cruzando un límite —le digo con la voz temblando. —Y tú llevas un mes cruzando el mío —susurra, clavándome la mirada—. Caminas por esta casa como si fueras inocente, queriendo arruinarle el futuro a Ryan. —Yo no pienso arruinar nada —respondo—. Tú apareciste y me quieres destruir la vida. Él respira hondo, fuerte, y su mandíbula se tensa. —Ojalá fuera tan fácil destruir algo que no existe —dice—. Porque tú… tú no lo amas. Le doy un empujón en el pecho, pero él apenas se mueve. —¡Cállate! Sus manos me atrapan la muñeca antes de que pueda volver a empujarlo. No fuerte, no dañando… solo deteniéndome. Como si necesitara callarme y al mismo tiempo no pudiera dejar de escucharme. —No te soporto —susurro. —Yo tampoco te soporto —responde. Y el silencio se vuelve insoportable. Sus ojos bajan a mi boca, los míos a la suya, y siento que en cualquier momento va a perder los papeles, y yo estoy muriendo porque los pierda y se le olvide dónde. —Esto que quiero hacer, no debería pasar —dice bajito, con rabia, y me vuelve loca. —Yo quiero que pase.IsabellaHa pasado una semana desde que Ryan volvió a irse por trabajo y desde que Evans decidió quedarse en la mansión. Sigo sin entender por qué lo hace exactamente; dice que está supervisando asuntos de la empresa, pero la realidad es que no se va. Está aquí en la casa, moviéndose por los pasillos como el dueño de todo que es, aunque sin la arrogancia de su sobrino intentando opacarlo. Y lo más extraño es que sin proponérnoslo, hemos coincidido más de lo que debería ser normal.Los encuentros han sido… raros, silenciosos, tensos. Incluso agradables, si me permito admitirlo, no voy a mentir respectoa lo que sientode solo verle. OmNos cruzamos en la cocina cuando yo grabo mis videos de recetas y él, sin decir mucho, se inclina para probar lo que cocino. A veces solo dice: “Le falta azúcar”, o “Está bien”, o “No sé cómo atraes tantos seguidores con esto”, pero siempre lo hace sin maldad, como si estuviera más curioso que crítico. Otras veces lo sorprendo mirándome demasiado tiempo,
EvansBajo la mirada a la carpeta que tengo sobre el escritorio, pero no leo una sola palabra. La escucho caminar por el pasillo antes de que toque la puerta. Su forma de andar es diferente, pero no tímida. Isa nunca ha sido tímida. A veces siento que me mira como si entre los dos hubiese algo, y a la vez pienso en que me estoy metiendo en un lado peligroso. Sé que algo en ella no está bien, también sé que las cosas que pienso cuando la tengo cerca son indebidas, y tengo conocimiento de sobra de lo que significaría para mi sobrino siquiera sospechar lo que quiero hacerle a su futura esposa si la hubiese conocido antes que él. Y cuando levanto la mirada, aparece en el marco de la puerta, con la misma expresión que usó para mentirme hace un rato.—¿Puedo pasar? —pregunta.—Ya estás dentro.Ella se acerca un poco, no lo suficiente como para invadirme, pero sí como para que su perfume me llegue, uno que no debería quedarle tan bien.—Solo quería aclarar lo de antes —dice, cruzándose de
Evans La casa se siente más grande desde que mi familia se marchó. El silencio deja espacio para mis propios pensamientos, y eso a veces es más ruidoso que cualquier reunión familiar. Me instalé en el despacho del segundo piso, desde donde puedo coordinar mis asuntos en Londres: la cadena de hoteles, el restaurante que abrimos hace dos años y la empresa de inversiones que lleva mi nombre. Todo sigue funcionando, claro; tengo un equipo capaz, pero aun así, cada día recibo llamadas, correos urgentes, decisiones que deben tomarse con precisión. Siempre ha sido así, siempre he tenido el control. Excepto ahora. Mientras leo reportes en la pantalla, escucho un murmullo que viene desde la cocina. No es un ruido común, sino una voz suave, modulada, que sabe mantener la atención. Me levanto sin pensarlo y bajo las escaleras, con el auricular del teléfono aún en la mano por si vuelven a llamar. Me detengo antes de llegar al pasillo y la escucho claramente. Isabella está frente a la cámara d
IsabellaSubo las escaleras con ese temblor interno que siempre me deja Ryan después de una conversación incómoda. Me repito mentalmente que estoy bien, que no pasó nada grave, que solo fue su forma de “hablar conmigo”, pero mi cuerpo no entiende de racionalidades. Mis manos siguen frías. Mi respiración, entrecortada. Y mis pensamientos se sienten como un enjambre queriendo escapar por cualquier parte menos por mi boca.Entro a la habitación y cierro la puerta despacio, como si el sonido pudiera provocar otro desencadenante. Me cambio la ropa por una camiseta cómoda y me siento en la cama con el celular, fingiendo normalidad aunque estoy lejos de sentirla. Ryan aparece diez minutos después, más calmado, como si el enojo se le hubiera evaporado en cuanto dejó de verme.—Ven, acuéstate conmigo —me dice.Me acerco, porque conozco la rutina. Él pasa su brazo alrededor de mi cintura, me aprieta contra su pecho y empieza a hablar de cosas aleatorias: el trabajo, un nuevo proyecto, la incomp
IsabellaMe arrodillo de inmediato, y el olor fuerte a sopa derramada se mezcla con el perfume barato que Amber usa cuando está nerviosa. Ella tiene los ojos hinchados y las pestañas todas pegadas por el llanto; el delineador corre como si alguien la hubiese arrastrado por el piso.—Nadie me hizo nada, Isa… me lo hice yo —dice entre sollozos, agarrándose la rodilla con ambas manos—. Me resbalé con mi propia estupidez.Me trago la preocupación, porque aunque intento no reírme, es imposible no sentir alivio. Pensé en mil escenarios terribles mientras subía, culpaba a su ex, y verla así: viva, respirando, llorando como si el mundo se acabara… casi me da ganas de abrazarla y ahorcarla a la vez.—Amber, por dios… mírate. Te asustas a ti misma —respondo, ayudándola a enderezarse. La siento temblar—. ¿Qué te pasó?—Estaba preparando sopa… para curar mis traumas emocionales, ¿sabes? Y cuando la probé dije “esto está fatal”, intenté sacar la olla del fuego, la quemé, me desesperé, tropecé con
IsabellaFue hace casi tres años que me lancé frente a un auto en movimiento en plena avenida, allá en Valencia. Eran las dos y cuarto de la mañana, según el reporte policial, y yo no llevaba nada más que una playera amarilla repleta de sangre. Recuerdo que corría como loca descalza, con una herida bajo mi pecho izquierdo y el cabello rozándome el cuello tras haber sido cortado con un cuchillo. Lloraba y gritaba como loca hasta que unos brazos fuertes me atraparon y juraron protección. Una que hasta el día de hoy no me ha faltado. Mi herida cicatrizó, mi cabello creció, y no volví a ver a mi agresor nunca más. Todo gracias a Ryan por salvarme la vida y darme refugio. Me llena de nostalgia pensar en mis primeras sesiones de terapia, donde conocí a Amber. Ella también había sido maltratada, aunque no como yo, pero compartíamos personalidades tan distintas que fue imposible no conectar. Ella era esa diversión y positivismo que le faltaba a mi vida, y yo era ese toque racional que le
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