—¿Embarazada? ¿Co-Cómo es eso posible? Tú me dijiste que ella y tú… ¡Me mentiste! —Se levanta furiosa y él la toma de los brazos.
—¡No, lo juro por Dios! Entre Paula y yo jamás ha habido ni siquiera un beso. —Entonces, ¡no es tuyo! ¿Te engañó? —¿¡Qué!? ¡No! Ella no sería capaz de hacer algo así. —Afirma con mucha seguridad, y eso desconcierta un poco a Carolina, a quien le parece que tiene mucha confianza en una mujer en la que afirma no interesarse. —Entonces, explícame por qué no entiendo. —Aparta sus manos y se aleja de él, con los ojos llenos de lágrimas, dándole la espalda. —Un tratamiento in vitro. Mi abuelo presionaba por un nieto, y después de 3 años, simplemente no pude excusarme más, y se me ocurrió que esa era una buena opción. Ella aceptó y hace un par de meses iniciamos con el procedimiento. ¡No creí que fuera tan eficaz! —Admite torpemente. —¡Dime una cosa, Hyden! —Se gira y, con ojos de reproche, le pregunta. —¿Paula es una mala mujer? —No, por el contrario. Mi abuelo y todo aquel que la conocen la adoran. Es educada, trabajadora, muy inteligente, y culta. —¡Ya veo! ¿Y físicamente… es poco agraciada? —¿Eh? ¿Por qué me preguntas eso? —Por favor responde, te aseguro que tengo una buena razón. —Es… —En su mente, empieza a recordar las facciones de su esposa. Su sonrisa, los hoyuelos que se dibujan en su rostro cuando sonríe, sus ojos color avellana. Lo impecable que se ve, cuando va al trabajo, y cómo parece todo quedarle bien, en su delgado pero curvilíneo cuerpo. —¡Aceptable! —Finalmente dice, mientras intenta dejar de pensar en ella. —¡Aceptable! O sea que no es fea. —Carolina, no entiendo, a qué viene todo este interrogatorio sobre Paula? —A qué no entiendo ¿Por qué, si tiene tantas cualidades, ¿no le diste una oportunidad? Por lo que me cuentas, parece no ser la mala del cuento. —Yo nunca dije que lo fuera. —¿Entonces? ¿Por qué no simplemente intentarlo con ella? —Le pregunta y Hyden recuerda las palabras de Paula, «… Tú eres quien no me dio una oportunidad. Tú fuiste quien se perdió la oportunidad de conocerme...» —Porque tú siempre estuviste en mi mente. —Camina hacia ella, y la abraza. —Mira sé que estás enojada, pero ese bebé no tiene la culpa de nada. Seguiré adelante con el divorcio, y me haré responsable. Paula lo sabe. Sabe que te amo a ti. —Es que… Es que no entiendes. Esa mujer que está embarazada, debe estar pensando que soy una maldita, y que por mi culpa su hijo se quedará sin un padre. Es que, hubiera sido mejor, no haber vuelto. —¡No seas tonta! No digas eso. Paula no tiene nada que reprocharme. Ha vivido bien hasta ahora gracias a mí, y lo seguirá haciendo. Yo siempre fui sincero, y nunca la ilusioné. —Entiendo tu posición, pero te pido que también entiendas la mía. —Toques en la puerta, desvían su atención. —Señor, una señorita está buscando a la señorita Carolina. —Se le escucha decir a uno de los guardaespaldas desde afuera. —Esa debe ser Carla. —Se limpia el rostro, acomoda su cabello, y libera un par de suspiros intentando calmarse y verse tranquila. Se aparta de Hyden, abre la puerta y se encuentra con su amiga que está de pie con los brazos abiertos. La abraza con fuerza, porque realmente necesitaba de un consuelo. —No sabes cuánto te extrañé. —Le dice y Carla nota que en el interior de la habitación está Hyden. —¡Oh, por Dios! Hyden Mackenzie. ¿Eres tú? Pero, ¿cómo es esto posible? ¿Acaso no te habías casado? Carolina la mira con una expresión de negación. —Parece que sigues siendo la misma imprudente de siempre. —Comenta Hyden, que ni siquiera la saluda y sale, echándole una última mirada a Carolina. —Búscame, cuando estés más tranquila. —Le dice, y ella no dice nada, notando que uno de los guardaespaldas que está afuera la mira de reojo. Los ojos verdes, penetrantes del hombre, la colocan un poco nerviosa. —Parece que hay muchas cosas que me tienes que contar. —Le dice Carla, llamando la atención de Carolina, que corre por su bolso. —Así, es… así que no perdamos más el tiempo. Apenas salen, notan que el par de hombres empiezan a seguirlas. —¿Ahora tienes guardaespaldas? —Hyden creyó que era necesario. ¡La verdad no me molesta! Hasta ahora han mantenido su distancia, y no hacen nada que yo no les diga. Pero si te molestan… —Molestarme, para nada, por el contrario, me siento genial. Como si estuviera en una película. —Se gira y voltea a ver a los hombres, un moreno alto y muy guapo, y el otro blanco de ojos verdes, con un rostro angelical. —Y además son muy guapos. ¡Me encantan! Carolina también se gira, y observa al hombre de los ojos verdes, que también la mira fijamente. De inmediato se gira, y evita su mirada. —Vamos al bar del hotel. Te encantará. —Toma de la mano a Carla, mientras son seguidas por los hombres muy de cerca. *** Paula, que manejaba de regreso a casa, tenía un fuerte dolor de cabeza. De solo pensar en su situación, sentía muchas ganas de llorar, pero ya no quería hacerlo más. Apenas llega, nota que es muy tarde. —¡Vaya! El tiempo se fue volando. —Sube a su habitación, y escucha un auto llegar. —Se asoma por la ventana y es el auto de Hyden, a quien observa bajar. Inesperadamente, él mira hacia arriba, y ella se aparta rápidamente de la ventana. —¡Idiota! —Dice en voz alta y una lágrima que rueda por su mejilla, es limpiada rápidamente. … Al día siguiente, Hyden que baja a desayunar, le pide a Severiana el periódico. Una noticia, de que Rodrigo Walker, es escogido por segundo año consecutivo como Empresario del año, llama su atención. Sin duda alguna, uno de sus máximos referentes. Pocas veces había tenido la oportunidad de hablar con él, a pesar de que su abuelo era muy amigo de la familia Walker. Distinguía a Rodrigo, quien era el hijo mayor, y a Randolph Walker, su padre, pero no conocía al hijo del medio, ni a la señorita Walker. Ellos vivían en el exterior ocupándose de sus estudios y cuando regresaban al país, tendían a ser muy cautelosos con sus apariciones en público. Prácticamente nulas. Recuerda que un día su abuelo, le dijo que pretendía arreglar una boda con la señorita Walker, mucho antes de conocer a Carolina, a lo cual él estaba de acuerdo. Lo único que debía esperar era a que esta cumpliera la mayoría de edad, para ser presentados, y luego a que terminara sus estudios, pero desistió del arreglo cuando conoció al amor de su vida. Años más tarde, en el cumpleaños número 21 de la señorita Walker, cuando esta sería presentada en sociedad, vio por primera vez a Paula, a quien salvó de morir ahogada, pues accidentalmente cayó a la piscina de la mansión Walker. Desde ese momento, su abuelo insistió en que se casara con ella, a pesar del compromiso que tenía con Carolina, a quien ya le había propuesto matrimonio, alegando que era la hija de un viejo amigo suyo, y que no tenía a nadie más en el mundo. Una pobre chica indefensa a la que rescatar. —Paula, ¿ya despertó? —Le pregunta a Severiana que le sirve más café. —Hace rato. Salió esta mañana muy temprano. —Comenta el ama de llaves sin mayor interés. —¿Qué? ¿Por qué no me avisaste? —Bueno, ¿por qué a usted jamás le ha interesado lo que hace la señora? —Será por qué nunca antes había salido tan temprano de casa. No es algo normal en ella. —Es cierto, y menos tan perfectamente arreglada. ¡Se veía hermosa! —Comenta adrede la mujer, que conocía muy bien a Hyden. Lo había criado desde los 3 años. Era como su hijo. —¿Samuel la llevó? —No, alguien vino a recogerla en un auto muy lujoso. Golpea la mesa con el periódico aún en la mano. —Ahora cualquiera puede venir a mi casa. —Exclama furioso. De pronto, el teléfono de la casa suena, y Severiana se apresura a contestarlo. —Señor, es su abuelo. —Genial… —Exclama y estira la mano para que le pasen el teléfono. Respira profundo y se aclara un poco la garganta. —¿Se puede saber qué te pasa, Hyden? —Se le escucha gritar al anciano furioso. —Buenos días para ti también, abuelo. —Qué buenos días, ni que nada. ¿Cómo es posible que regresaras ayer y no te atrevieras siquiera a venir a verme? —Abuelo estaba un poco ocupado. —¡Ja! Excusas. Te espero mañana con tu linda esposa. —Abuelo, no creo… —Y no acepto un no por respuesta. ¡Adiós! —Parece que últimamente todos quieren ponerse en mi contra. —Mira a Severiana, mientras deja el teléfono sobre la mesa. —A mí no me mire. —Responde la anciana que lo toma y lo regresa a su lugar.