Los Hijos Secretos del Ceo

Los Hijos Secretos del CeoES

Romance
Última atualização: 2025-11-03
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Índice

Después de descubrir a su novio con su mejor amiga, Maya pasa una noche de locura con un desconocido. Un mes después, una prueba de embarazo positiva cambia su vida para siempre. Expulsada por su padre, se ve obligada a empezar de cero, sin imaginar que espera trillizos. Años más tarde, intenta sacar adelante a sus hijos sola, hasta que el destino la enfrenta con Alexander Brook, el hombre de aquella noche… y el poderoso magnate que controla la ciudad. Maya intenta ocultar su secreto, pero la atracción entre ambos y los fantasmas del pasado amenazan con destruir su frágil mundo. Entre el amor, el poder y la verdad, Maya descubrirá que algunos errores del pasado pueden cambiarlo todo.

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Capítulo 1

Capítulo 1

No sabía cuánto había bebido, solo que cada trago me ardía más que el anterior. El club estaba lleno de luces, risas y música, pero todo me sonaba lejano. Lo único que podía ver, una y otra vez, era la imagen de mi novio en la cama con mi mejor amiga.

Dolía. Me ardía en el pecho, y la rabia se mezclaba con un deseo de hacer algo, cualquier cosa, para dejar de sentirme así.

Pensé que, si iba a romperme, lo haría a mi manera. Que, si iba a olvidar, sería entre los brazos de alguien más.

Entonces lo vi.

Estaba al otro lado de la barra, con la camisa blanca arremangada, el cabello algo despeinado y esa expresión seria que me desarmó por completo.

No lo pensé demasiado —tal vez fue el alcohol, o tal vez la necesidad de no pensar en absoluto—. Me acerqué.

No dije nada, solo lo besé.

Él me apartó con suavidad y me miró fijamente, como si tratara de descifrar qué estaba pasando. Por un segundo creí que se iría, que me dejaría ahí, ridícula y dolida. Pero en lugar de eso, me tomó de la cintura y me besó de nuevo, más fuerte, más profundo.

Su sabor me mareó. Su control, su forma de guiarme, me hizo olvidar por completo quién era y por qué estaba allí.

—No deberíamos estar haciendo esto —susurró contra mis labios.

—Lo sé —respondí, y lo besé de nuevo.

Nos perdimos entre las sombras del club. No recuerdo si alguien nos vio, ni me importó. Cuando me tomó de la mano y me llevó hacia un rincón más oscuro, mi corazón latía tan rápido que apenas podía respirar.

Su voz era un susurro grave que me erizaba la piel. Me acarició el rostro, bajó por mi cuello, y mis pensamientos se disolvieron. Todo lo que quedaba era el calor, el roce, el deseo de sentir algo distinto al dolor.

El comenzó a despojarme de mis ropas lentamente, mientras me susurraba cosas sucias al oído. No sabía qué estaba haciendo, pero se sentía tan bien.

Cuando aquel extraño me recostó en la cama y se subió sobre mi, acarició mis muslos, abrió lentamente mis piernas y me penetró. En ese momento, olvidé todo.

—Eres hermosa —me dijo mientras ambos gemíamos y disfrutábamos del otro.

Yo sentí cómo mi cuerpo respondía a cada movimiento, a cada caricia. Mis gemidos se mezclaban con los del hombre, creando una sinfonía de placer y deseo. Él me besaba en el cuello, lamía y mordisqueaba mis orejas, bajaba hasta mis pechos y los succionaba con pasión.

Me retorcía de placer, mis manos agarraban las sábanas mientras él me llevaba al borde del éxtasis.

 —Dame más —susurré, y él obedeció, aumentando el ritmo y la intensidad.

Después de un rato, cambiamos de posición. Ahora yo estaba arriba, cabalgando sobre él, sintiendo el control y el poder que eso me daba. Él me miraba con deseo, sus manos agarraban mis caderas, guiándome en cada movimiento.

Me sentí llena, completa, y cada gemido que escapaba de mis labios era una prueba de su placer.

—Eres increíble —dijo él, mientras nuestros cuerpos se unían en un baile íntimo y apasionado.

Finalmente, ambos alcanzamos el clímax, juntos, nuestros cuerpos temblando. Yo me desplomé sobre él, nuestras respiraciones agitadas sincronizadas. En ese momento, nada más importaba, solo el placer y el deseo que ambos compartíamos.

Al otro día.

Me dolía el cuerpo.

Cada hueso parecía protestar, sensible, como si hubiera montado un caballo en una carrera contra un tren toda la noche.

Abrí los ojos a regañadientes y lo primero que vi fue un rostro masculino, atractivo, con una mandíbula afilada y una expresión serena. Incluso dormido, seguía siendo endemoniadamente sexy.

El sol se filtraba entre las cortinas, brillando sobre su cabello desordenado y proyectando una sombra sobre su frente. Aun así, la arrogancia seguía marcada en sus cejas.

Lo observé durante unos segundos, admirándolo. Tres segundos después, la memoria me golpeó como un balde de agua fría.

Jadeé y me tapé la boca para no gritar.

Yo… él…

Recordaba todo. Mi novio me había traicionado, yo estaba furiosa, me fui a un club, y... terminé yéndome con un stripper. Con ese stripper.

Me quedé quieta, intentando no entrar en pánico mientras lo observaba dormir. Parecía de los que posaban para revistas de lujo. Probablemente de los de mayor categoría, pensé con ironía.

Me incorporé despacio. La ropa esparcida por el suelo era testigo de la tórrida locura que había sido la noche anterior.

Saqué un billete de mi cartera… luego otro, tras pensarlo un poco. Los dejé sobre una de sus prendas y, sin mirar atrás, salí de la habitación.

Había pasado un mes desde aquella noche en el club.

Un mes desde que besé a un extraño y me dejé llevar por el dolor, el alcohol y el deseo de olvidar.

Y ahora estaba en mi habitación, temblando, con una prueba de embarazo en la mano. Dos líneas. Dos malditas líneas que cambiaban todo.

No podía dejar de pensar en él. Ni siquiera sabía su nombre. Solo recordaba sus manos, su voz ronca, y la forma en que logró borrar por unas horas toda la rabia que sentía.

Nunca imaginé que esa noche tendría consecuencias.

Pasaron los días, y con ellos el miedo creció. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a enfrentarlo?

Traté de actuar normal, pero la culpa me quemaba por dentro.

Fue una mañana, mientras bajaba las escaleras, cuando todo explotó.

Mi padre estaba en el vestíbulo, con su taza de café y ese aire de superioridad que siempre me había irritado.

No estaba solo. A su lado, con una expresión que oscilaba entre la burla y la satisfacción, estaba Lily, mi media hermana.

—¿Cuándo pensabas decirme que rompiste el compromiso con Roberto? —preguntó mi padre, sin rodeos.

Tragué saliva.

—No pensaba decírtelo. Ya no me iba a casar con él.

Su mirada se endureció.

—¿Eso significa que él no es el padre del hijo que esperas? —dijo, alzando algo en su mano.

Era la prueba. Mi prueba.

Sentí que el suelo se abría bajo mis pies.

—¿Cómo…?

—Tu hermana la encontró —me interrumpió, lanzando una mirada de aprobación a Lily.

Ella sonrió apenas, satisfecha, como si acabara de ganar una batalla que llevaba años esperando.

Desde que mamá murió y mi padre se casó con esa mujer, nada volvió a ser igual. Yo tenía cinco años, pero todavía recuerdo los rumores: que él ya estaba con ella antes de que mamá enfermara. Nunca se probó nada, aunque todos lo sabían.

—¿De quién es ese hijo, Maya? —su voz sonó grave, autoritaria.

—Yo… —no supe qué decir.

El silencio pesó como una sentencia. Vi la furia en su rostro, el desprecio en su mirada.

—Ni siquiera sabes quién es el padre, ¿verdad? —escupió con asco.

No respondí. No podía.

Lily se cruzó de brazos, disfrutando cada segundo. Su sonrisa apenas contenida era suficiente para romperme.

Ella siempre había sido la favorita. La hija perfecta. La que tenía todo lo que a mí me negaban.

—Has traído vergüenza a esta familia —continuó mi padre—. Si vas a seguir con esta conducta irresponsable, márchate.

No me moví. No porque quisiera quedarme, sino porque aún me dolía escucharlo decirlo tan fácil.

Pero, en el fondo, ya lo esperaba. Siempre supe que no me consideraba parte de su mundo.

Él piensa que no tengo nada. Que no tengo experiencia laboral, que no sabría sobrevivir fuera de esta casa.

Y tal vez tenga razón.

Pero también sé que puedo hacerlo. Que puedo salir adelante sola.

Subí a mi habitación, tomé una pequeña maleta y, antes de irme, abrí el cajón donde guardaba una carta. La había dejado mamá antes de morir.

Siempre me dijo que debía esperar el momento adecuado para leerla.

No lo hice todavía, pero la guardé conmigo.

Porque algo dentro de mí me decía que ese momento estaba cerca.

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