Mundo de ficçãoIniciar sessãoDespués de descubrir a su novio con su mejor amiga, Maya pasa una noche de locura con un desconocido. Un mes después, una prueba de embarazo positiva cambia su vida para siempre. Expulsada por su padre, se ve obligada a empezar de cero, sin imaginar que espera trillizos. Años más tarde, intenta sacar adelante a sus hijos sola, hasta que el destino la enfrenta con Alexander Brook, el hombre de aquella noche… y el poderoso magnate que controla la ciudad. Maya intenta ocultar su secreto, pero la atracción entre ambos y los fantasmas del pasado amenazan con destruir su frágil mundo. Entre el amor, el poder y la verdad, Maya descubrirá que algunos errores del pasado pueden cambiarlo todo.
Ler maisNo sabía cuánto había bebido, solo que cada trago me ardía más que el anterior. El club estaba lleno de luces, risas y música, pero todo me sonaba lejano. Lo único que podía ver, una y otra vez, era la imagen de mi novio en la cama con mi mejor amiga.
Dolía. Me ardía en el pecho, y la rabia se mezclaba con un deseo de hacer algo, cualquier cosa, para dejar de sentirme así.Pensé que, si iba a romperme, lo haría a mi manera. Que, si iba a olvidar, sería entre los brazos de alguien más.
Un grupo de chicos llamó mi atención. Por sus vestimentas —algunos con trajes de bombero, otros de abogado o vaqueros— supuse que eran strippers. La idea de perderme con uno de ellos, alguien que no buscara nada serio, cruzó por mi mente.
Se dispersaron un poco y entonces lo vi, entre la multitud de hombres atractivos… pero él lo era mucho más.
Parecía formar parte del grupo, aunque no me detuve a comprobarlo. Llevaba una camisa blanca arremangada, el cabello ligeramente despeinado y una expresión seria que me desarmó al instante. Su disfraz de empresario me resultó irresistiblemente atractivo.
Cuando los demás hombres lo dejaron solo, el impulso me golpeó. Antes de acercarme, sentí el vibrar del teléfono en mi mano. Mi exnovio había intentado llamarme hacía unos minutos. Lo ignoré… pero la rabia volvió a subir como un golpe de calor.
Abrí la cámara. Me tomé una foto con las luces del club detrás, mi mirada desafiante, mis labios marcados, y algunos de los bailarines al fondo, posando sin siquiera darse cuenta.
La envié sin dudarlo.
“Ellos tienen un cuerpo mucho mejor que el tuyo.”
Apenas pasaron unos segundos antes de que mi pantalla se iluminara con su nombre. Respiré hondo y contesté.
—¿Qué es esta m****a? —escupió él, furioso.
Sonreí. Una sonrisa lenta, venenosa.
—La verdad —susurré, con un tono que sabía que lo destruiría.
Y colgué.
No quise pensar más. No debía hacerlo. No podía hacerlo.
Así que cuando levanté la vista y vi a ese hombre —solo, hermoso, peligroso en su silencio— no dudé.
No lo pensé demasiado; tal vez fue el alcohol, o tal vez la necesidad de no pensar en absoluto.
Me acerqué.
No dije nada. Solo lo besé.Él me apartó con suavidad y me miró fijamente, como si tratara de descifrar qué estaba pasando. Por un segundo creí que se iría, que me dejaría ahí, ridícula y dolida. Pero en lugar de eso, me tomó de la cintura y me besó de nuevo, más fuerte, más profundo.
Su sabor me mareó. Su control, su forma de guiarme, me hizo olvidar por completo quién era y por qué estaba allí.
—No deberíamos estar haciendo esto —susurró contra mis labios.
—Lo sé —respondí, y lo besé de nuevo.Nos perdimos entre las sombras del club. No recuerdo si alguien nos vio, ni me importó. Cuando me tomó de la mano y me llevó hacia un rincón más oscuro, mi corazón latía tan rápido que apenas podía respirar.
Su voz era un susurro grave que me erizaba la piel. Me acarició el rostro, bajó por mi cuello, y mis pensamientos se disolvieron. Todo lo que quedaba era el calor, el roce, el deseo de sentir algo distinto al dolor.
El comenzó a despojarme de mis ropas lentamente, mientras me susurraba cosas sucias al oído. No sabía qué estaba haciendo, pero se sentía tan bien.
Cuando aquel extraño me recostó en la cama y se subió sobre mi, acarició mis muslos, abrió lentamente mis piernas y me penetró. En ese momento, olvidé todo.
—Eres hermosa —me dijo mientras ambos gemíamos y disfrutábamos del otro.
Yo sentí cómo mi cuerpo respondía a cada movimiento, a cada caricia. Mis gemidos se mezclaban con los del hombre, creando una sinfonía de placer y deseo. Él me besaba en el cuello, lamía y mordisqueaba mis orejas, bajaba hasta mis pechos y los succionaba con pasión.
Me retorcía de placer, mis manos agarraban las sábanas mientras él me llevaba al borde del éxtasis.
—Dame más —susurré, y él obedeció, aumentando el ritmo y la intensidad.
Después de un rato, cambiamos de posición. Ahora yo estaba arriba, cabalgando sobre él, sintiendo el control y el poder que eso me daba. Él me miraba con deseo, sus manos agarraban mis caderas, guiándome en cada movimiento.
Me sentí llena, completa, y cada gemido que escapaba de mis labios era una prueba de su placer.
—Eres increíble —dijo él, mientras nuestros cuerpos se unían en un baile íntimo y apasionado.
Finalmente, ambos alcanzamos el clímax, juntos, nuestros cuerpos temblando. Yo me desplomé sobre él, nuestras respiraciones agitadas sincronizadas. En ese momento, nada más importaba, solo el placer y el deseo que ambos compartíamos.
…
Al otro día.
Me dolía el cuerpo.
Cada hueso parecía protestar, sensible, como si hubiera montado un caballo en una carrera contra un tren toda la noche.Abrí los ojos a regañadientes y lo primero que vi fue un rostro masculino, atractivo, con una mandíbula afilada y una expresión serena. Incluso dormido, seguía siendo endemoniadamente sexy.
El sol se filtraba entre las cortinas, brillando sobre su cabello desordenado y proyectando una sombra sobre su frente. Aun así, la arrogancia seguía marcada en sus cejas.Lo observé durante unos segundos, admirándolo. Tres segundos después, la memoria me golpeó como un balde de agua fría.
Jadeé y me tapé la boca para no gritar.Yo… él…
Recordaba todo. Mi novio me había traicionado, yo estaba furiosa, me fui a un club, y... terminé yéndome con un stripper. Con ese stripper.Me quedé quieta, intentando no entrar en pánico mientras lo observaba dormir. Parecía de los que posaban para revistas de lujo. Probablemente de los de mayor categoría, pensé con ironía.
Me incorporé despacio. La ropa esparcida por el suelo era testigo de la tórrida locura que había sido la noche anterior.Saqué un billete de mi cartera… luego otro, tras pensarlo un poco. Los dejé sobre una de sus prendas y, sin mirar atrás, salí de la habitación.
…
Había pasado un mes desde aquella noche en el club. Un mes desde que besé a un extraño para olvidar el dolor, el alcohol y mi propia rabia. Ahora estaba en mi habitación, temblando con una prueba de embarazo en la mano. Dos líneas que cambiaban todo.
No podía dejar de pensar en él, aunque ni siquiera sabía su nombre. Solo recordaba sus manos, su voz ronca y cómo logró borrar mi tristeza por unas horas. Jamás imaginé que esa noche tendría consecuencias.
Los días pasaron y el miedo creció conmigo. Intenté actuar normal, pero la culpa me consumía. Hasta que una mañana, al bajar las escaleras, todo explotó.
Mi padre estaba en el vestíbulo —café en mano, aire de superioridad intacto— y a su lado, Lily, mi media hermana, disfrutando el drama.
—¿Cuándo pensabas decirme que rompiste el compromiso con Roberto? —soltó él.
—No iba a casarme con él —respondí.
Entonces levantó la prueba de embarazo. Mi prueba.
—¿Eso significa que él no es el padre del hijo que esperas?
Sentí que el mundo se hundía. Lily sonrió, victoriosa.
Desde que mamá murió y mi padre se casó con esa mujer, nada volvió a ser igual. Y ahora él me miraba como si yo fuera una vergüenza.
—¿De quién es ese hijo, Maya?
—No es asunto tuyo —respondí, clavando los pies en el piso.
Lily rió con veneno.
—La gente normal sabe quién es el padre…
—Cállate. Tú no eres “gente normal”. Eres la favorita de papá, nada más.
Mi padre dio un paso adelante, furioso.
—Has traído vergüenza a esta familia. Si seguirás así… márchate.
Algo dentro de mí se rompió, pero al mismo tiempo nació otra cosa.
—La vergüenza no soy yo —dije—. La vergüenza es que jamás te importó si era feliz. Solo tu imagen perfecta.
Decidí irme. No por él, sino porque ya no quería vivir en una casa donde nunca fui bienvenida.
Subí, empaqué una maleta y tomé la carta que mamá dejó antes de morir. Aún no la leía, pero sabía que pronto lo haría.
Salí sin mirar atrás. Nadie me detuvo. Nadie dijo nada.
Solo el frío de la mañana… y la puerta cerrándose detrás de mí.
Se dio la vuelta, bajó corriendo las escaleras y se dirigió directamente hacia él.Alexander, alto y esbelto, irradiaba un aura fría y dominante.Maya se enfrentó a sus ojos negros, profundos y peligrosos.En ese instante, las palabras que estaba a punto de soltar se transformaron por completo.Entrecerró los ojos y sonrió con suavidad.—Señor Brook, ¿ya regresó?Alexander desvió ligeramente la mirada y lanzó su abrigo hacia Bob.Antes de que Bob pudiera reaccionar, Maya lo tomó con rapidez.—¡Déjame hacerlo! Permíteme ocuparme de estas pequeñas cosas.Colgó el abrigo en su lugar designado.Alexander se dirigió al baño para lavarse las manos y Maya lo siguió.Se apoyó en el marco de la puerta, sujetándolo con una mano. Su actitud era completamente distinta a la de la mañana.Alexander no pareció notarlo; se concentró únicamente en lavarse las manos.Incluso un gesto tan simple como ese parecía irradiar una nobleza inviolable, acompañada de un encanto difícil de describir.Cuando termi
—¿Ya terminaste de charlar? —una voz profunda y autoritaria llegó desde el comedor.Maya se sobresaltó.¿Los había escuchado?Cuando entró al comedor, se detuvo en la puerta y se encontró con los fríos ojos de Alexander, lo que la puso nerviosa al instante.Alexander apartó la mirada y continuó desayunando en silencio.Maya tomó sus cubiertos y comenzó a comer.De vez en cuando lo miraba, pensando:¿Dormir hasta tarde era una debilidad?No… era peligroso.Porque cualquiera que lo molestara antes de las nueve y media pagaría un precio terrible.Aún no eran las nueve y media.Definitivamente una falsa alarma.Después del desayuno, Bob le llevó la medicina a base de hierbas.Maya la tomó, cerró los ojos y la bebió de una sola vez.—Ugh… —frunció ligeramente el ceño.Bob, atento, le entregó una toalla de inmediato. Ella se limpió la boca.—Gracias.—Con gusto —respondió Bob, halagado.Maya vio a Alexander levantarse y lo siguió apresuradamente.—Señor Brook, ya no me duele el estómago. ¿P
—Estás durmiendo en mi cama y llamando por el nombre de otro hombre. ¿De verdad vas a decirme que no tiene nada que ver conmigo? ¿Por qué no intentas repetirlo? ¿Hmm?El rostro de Maya estaba tan oprimido entre sus dedos que ni siquiera podía apretar los dientes.Se obligó a calmarse.No tenía otra opción más que inventar una excusa… pero no podía improvisarla tan fácilmente.Cerró los ojos, respiró hondo y dijo:—Te lo diré… Era un hombre que conocí en el extranjero. Me ayudó mucho y luego desapareció. No sé por qué soñé con él. Tal vez… tal vez su desaparición esté relacionada conmigo de alguna manera… Roberto también conoce a esta persona.Maya mencionó a Roberto para hacer la historia más creíble.Alexander entrecerró los ojos.—¿Por qué su desaparición estaría relacionada contigo?—Porque… él se me confesó y yo lo rechacé. No esperaba que lo hiciera, ni pensé que le resultaría tan difícil superarlo. Esto siempre ha sido una carga psicológica para mí —dijo Maya.Bajó la cabeza y e
Maya siguió avanzando, arrastrándose con manos y rodillas sobre el suelo.Al llegar al costado de la cama, alzó el cuello como un gatito curioso.Sus ojos se movieron rápidamente hasta encontrar lo que buscaba: su teléfono negro, sobre la cama.No perdió ni un segundo. Lo tomó y se escondió junto a la cama para revisarlo.¿Tendría contraseña?Maya deslizó el dedo… ¡y el teléfono se desbloqueó!Se quedó boquiabierta. Alexander no había puesto ninguna contraseña.Quizá se tenía demasiada confianza y pensaba que nadie se atrevería a tocar el teléfono de un hombre tan tiránico como él.¡Mucho mejor para ella!Eso la salvaría de marcharse con las manos vacías.Maya abrió rápidamente los contactos y buscó el número de Jessica.No fue difícil encontrarlo; su nombre destacaba.Memorizó los dígitos con prisa.Cuando estaba a punto de presionar “volver”, su dedo se detuvo.Había un contacto llamado: Mio.Tocó el nombre.Era su propio número.¿Era tan vago que ni siquiera anotaba su nombre compl
—Son solo vitaminas, ¿qué tanto miras? —murmuró Maya.Pero antes de que terminara de hablar, vio cómo Alexander giraba la tapa para abrirla.Contuvo la respiración, su mente se quedó en blanco y, nerviosa, cerró los ojos mientras se sujetaba el vientre.—Ugh…La mirada oscura de Alexander se profundizó. Dejó la botella sobre la mesa, se levantó y la tomó del brazo.—¿Te duele?—No, yo…. Iré al baño… —dijo Maya.Se soltó y estaba por dirigirse al baño, pero al dar un paso, se detuvo, se giró y preguntó:—¿Tienes toallas aquí?Alexander sacó su teléfono y marcó.—¿Tenemos Toallas? ¿Cuánto tiempo llevará?Maya no escuchó la respuesta de la otra parte, pero la llamada terminó rápido.—Quince minutos.Maya lo pensó por un momento. Se necesitarían al menos veinte minutos para salir del área de Parkgrove Mansion. Finalmente entendió la situación.—Toallas… me refiero a toallas sanitarias —dijo.La expresión de Alexander se endureció; su rostro se volvió sombrío. Se giró y salió de la habitac
Su cuerpo fue tirado suavemente hacia atrás y, antes de comprender lo que ocurría, su cabeza quedó recostada sobre el muslo de Alexander: firme, cálido… y peligrosamente dominante.Maya frunció los labios. ¿Por qué la volvió a colocar sobre su regazo?Todo lo hacía sin su consentimiento, y su comportamiento era abrumadoramente dominante.El coche avanzaba de manera estable por la carretera y, aunque estaba recostada, el malestar en su estómago persistía.De cualquier forma, se sentiría incómoda hiciera lo que hiciera.Justo cuando intentó moverse para aliviar el dolor, la mano de Alexander volvió a deslizarse hacia ella y presionó sobre la parte inferior de su abdomen.Un calor inmediato se extendió por todo su cuerpo, aliviando el dolor casi al instante.El cuerpo de Maya se tensó. Ya no se atrevió a moverse, salvo por el leve parpadeo de sus ojos.—¿Te gustan mucho los niños? —preguntó Alexander con esa voz baja y ronca que hacía vibrar su delicado corazón.—Que te gusten los niños





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