Alexander y Andy estaban allí, de pie, observando. Ni Mark ni yo nos habíamos dado cuenta de su presencia; habían estado demasiado callados. Fue Andy quien se había reído hace un momento, rompiendo el silencio.
El rostro de Alexander era inexpresivo. Sus ojos, negros y penetrantes, irradiaban un peligro frío e impredecible. Había en él una autoridad que imponía respeto sin necesidad de una sola palabra.
El ambiente se volvió tenso de inmediato, casi irrespirable.
¿Qué hacía Alexander Brook en este nivel? —me pregunté atónita—. Él siempre estaba en los pisos superiores, donde solo entraban los altos directivos. Debió haber visto cómo regañaba a Mark… ¡qué vergüenza!
No era la única sorprendida. Mark también se quedó helado.
—Señor… señor Brook… —balbuceó. Aunque era un pariente lejano de la familia Brook, el miedo era evidente en su voz. Todos sabían de lo que Alexander era capaz. Decían que podía ser cruel y completamente desprovisto de humanidad.
Mark se apresuró a hablar, intentando