Capítulo 4

Mindy tomó la iniciativa con voz melosa:

—¿Cómo está, señor Brook? Soy Mindy, la presentadora de SK TV Station. Gracias por recibirnos…

Alexander Brook —así se llamaba ahora— se recostó con elegancia, cruzó las piernas y giró la muñeca para mirar su reloj.

Ni siquiera respondió.

Solo ese gesto. Frío, elegante, y tan altivo que me erizó la piel.

Mindy lo entendió al instante.

—¡Comenzaré! Maya, comienza a grabar —me ordenó.

Yo di un salto. El sudor me corría por la nuca.

Encendí la cámara con manos temblorosas y apunté hacia él.

Fue un error.

Porque en cuanto lo hice, sus ojos se clavaron en mí.

Esa mirada. Penetrante. Inconfundible.

Mi corazón latía tan fuerte que pensé que se escucharía en la grabación.

Tragué saliva.

No podía apartar la vista.

El Stripper… no, el señor Brook… me estaba mirando directamente.

Y esa ligera curva en su boca… no era casualidad.

¿Él me había reconocido?

 Mientras Mindy lo entrevistaba, yo me estaba desmoronando por dentro.

Si fueran dos personas diferentes, no se parecerían tanto… ¿verdad?

Aunque habían pasado tres años, todavía recordaba ese rostro demasiado bien.

En el Club estaba borracha, desorientada, furiosa…

Dios mío.

Debí confundirlo con un Stripper.

Rezaba en silencio para que no me reconociera.

—Señor Brook, ¿puedo hacerle una última pregunta personal? —dijo Mindy con una sonrisa coqueta.

Alexander levantó la vista, tranquilo.

—Adelante.

—Es joven, rico y muy admirado. ¿Tiene novia? ¿O alguien especial?

El ambiente se volvió tenso. Yo, detrás de la cámara, apenas podía respirar.

Lo miré. Tenía un rostro hermoso, pero también una frialdad que imponía respeto. Era el tipo de hombre que nadie se atrevía a desafiar… y aun así, todas querían hacerlo.

—Sí —respondió.

Solo eso. Un sí.

Mi corazón dio un salto.

—¿Podría decirnos quién? —insistió Mindy.

—Sin comentarios —replicó él con calma.

Mindy sonrió, fingiendo naturalidad, aunque se notaba frustrada. Yo seguí grabando, tratando de no pensar en lo mucho que ese hombre lograba alterarme sin decir casi nada.

—Señor Brook —dijo, con una voz casi melosa—. ¿Tengo el honor de cenar con usted esta noche?

Abrí los ojos como platos.

¿Qué? ¿Qué acaba de decir?

Eso no tenía nada que ver con la entrevista. Ni siquiera sabía si debía apagar la cámara o fingir que nada pasaba.

Mindy siguió hablando, bajando el tono:

—Lo he admirado durante mucho tiempo, señor Brook. Yo también puedo ser su mujer. Soy muy obediente…

Y antes de poder reaccionar, se desabotonó la blusa.

Mis ojos se abrieron tanto que casi se me salen.

¿Está loca?

Alexander ni siquiera pestañeó.

—Échala —ordenó con voz helada.

Andy levantó la mano y, en un instante, los guardaespaldas se movieron.

Tomaron a Mindy como si fuera un saco y la sacaron de la habitación, ignorando por completo sus gritos histéricos.

Me quedé congelada por unos segundos, procesando lo que acababa de ver. Luego reaccioné de golpe, como si me hubieran sacado del trance.

Estaba a punto de irme cuando el teléfono vibró dentro de mi bolso. Me detuve en seco, mirando la pantalla con el corazón todavía acelerado.

Mensaje de Mindy.

“Sigue la entrevista. Necesitamos la nota o ambas estaremos despedidas.”

El estómago se me encogió. ¿Despedidas? Ni siquiera había pasado un día en ese trabajo. Respiré hondo, tratando de ordenar mis pensamientos. No podía perder esta oportunidad… no con los niños esperando en casa.

—Señor Brook —dije con la voz más firme que pude—. Le pido una disculpa por lo que acaba de hacer mi compañera, pero si me lo permite yo podría seguir con la entrevista.

Él levantó la vista despacio, como si analizara cada palabra, cada gesto, cada respiración. Sus ojos grises me recorrieron de arriba abajo con un aire de evaluación silenciosa. Por un segundo pensé que me diría que me marchara, pero simplemente apoyó el codo en el brazo del sillón y levantó una mano.

—Continúe.

Ese solo gesto me dejó sin aire.

Tragué saliva, acomodé la cámara y busqué la siguiente pregunta en el guion. La leí en voz alta, sin procesar realmente las palabras:

—¿Es usted… gay?

El silencio que siguió fue tan denso que pude escuchar el tic-tac del reloj en la pared.

Abrí los ojos con horror, repasando las hojas, convencida de haber leído mal. Pero no. Ahí estaba, escrita con todas sus letras.

Alexander cerró el expediente con un golpe seco. Su mandíbula se tensó y una sombra cruzó sus ojos.

Se puso de pie.

Su altura imponía, y cuando comenzó a caminar hacia mí, mis piernas simplemente se negaron a moverse.

—¿Le parezco que lo soy? —preguntó con una voz grave, contenida, casi un gruñido.

Podía oler su perfume: notas de madera, cuero y algo más, cálido y varonil. Su cercanía me envolvía, y aun así, lo que más me asustaba era su mirada. No era la de un hombre molesto… era la de alguien que no toleraba ser desafiado.

Yo traté de hablar, de disculparme, de decir algo, pero mi garganta se cerró.

—Yo… no sabía que esa pregunta estaba en el guion… —logré murmurar apenas, con las manos temblando sobre la libreta.

Él inclinó ligeramente la cabeza, observándome como si estuviera decidiendo si creerme o no.

—Dígame, señorita… —su voz bajó un tono más—, ¿usted también busca seducirme como su compañera?

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Qué? ¡No! Yo… yo solo hago mi trabajo, señor Brook.

Quise dar un paso atrás, pero no pude. Mis piernas parecían ancladas al suelo. Mi corazón golpeaba tan fuerte que creí que él podía escucharlo.

—No estoy aquí para eso —añadí, apretando los puños—. Solo quiero conservar mi empleo.

Alexander me observó unos segundos más, tan cerca que sentía su respiración rozar mi mejilla.

—Todas son iguales —dijo y se giró.

Caminó hasta su escritorio, presionó un botón en el intercomunicador y con voz fría ordenó:

—Sáquenla también.

—Señor Brook, por favor, yo… —intenté decir algo, pero dos hombres de seguridad ya se acercaban.

El aire me ardía en los pulmones mientras me llevaban hacia la salida. Aun así, antes de que la puerta se cerrara, no pude evitar girarme una última vez.

Alexander estaba de espaldas, con las manos en los bolsillos, mirando por la ventana. La luz del sol delineaba su silueta perfecta, como si nada hubiera ocurrido.

Ya era bastante malo haber tenido una aventura de una noche con Alexander Brook, ahora había quedado en ridículo enfrente de él.

Y ahora acababa de descubrir que el supuesto Stripper con el que me había acostado… no solo no era un Stripper, sino que era uno de los hombres más ricos e influyentes de Rheinsville.

Fantástico, Maya. De todos los hombres en el mundo, tuviste que elegir al magnate peligroso con guardaespaldas y temperamento explosivo.

Aun así, mientras salía de la mansión, no pude evitar recordar su mirada.

Tan intensa. Tan… como si sí me hubiera reconocido.

Sacudí la cabeza. No, no puede ser.

Si lo hubiera hecho, no habría mantenido esa expresión tan neutral.

Sí. Eso era. No me había reconocido.

Y con esa falsa seguridad en mente, grité mentalmente por dentro, mi secreto no debía saberse nunca.

Cuando regresé a la estación, Mindy me estaba esperando.

Y con su mejor sonrisa hipócrita me dijo:

—Estás despedida.

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