Mundo ficciónIniciar sesiónDurante cuatro años, Isabella Vargas fue la "esposa trofeo" perfecta: silenciosa, sumisa y siempre a la sombra del implacable CEO Ricardo Morel. Renunció a su brillante carrera como abogada penalista para cumplir con un matrimonio por contrato que, según ella, se convertiría en amor. Pero la realidad la golpeó de la forma más cruel: encontró a Ricardo en su propia cama con su mejor amiga, Camila, quien no solo le arrebató su hogar, sino que le restregó un embarazo que Isabella siempre anheló. Humillada y obligada a firmar un divorcio que la dejaba en la calle y sin un centavo, Isabella desaparece. Pero no para llorar, sino para renacer. Una semana después, la "ratita de biblioteca" ha muerto. En su lugar surge una mujer de una belleza letal e inteligencia afilada que deja a Ricardo de rodillas desde el primer reencuentro. Sin embargo, Isabella ya no busca su perdón, busca justicia. Mientras Ricardo inicia una persecución implacable para recuperar a la mujer que despreció, descubre un secreto aterrador: los negocios turbios de su familia y el intento de asesinato que sufrió Isabella tienen un hilo conductor. Ahora, Isabella tiene el caso más importante de su vida en las manos. El acusado es el hombre que todavía jura amarla, y ella tiene una sola misión: no detenerse hasta verlo tras las rejas. En este juego de seducción y leyes, ¿podrá el arrepentimiento de un hombre poderoso frenar la venganza de una mujer que ya no tiene nada que perder?
Leer másEl silencio de la mansión Morel siempre me había parecido una señal de elegancia, pero esa noche se sentía como el preludio de un funeral. Caminé por el pasillo de mármol, con los tacones resonando como martillazos. Era nuestro cuarto aniversario, una fecha que yo había marcado en el calendario con la esperanza de que, por fin, Ricardo viera en mí algo más que un adorno en su casa.
Al llegar a la puerta de la habitación principal, una duda punzante me detuvo. Pero la puerta estaba entreabierta, y una risa suave, femenina y cargada de veneno, escapó desde el interior. Empujé la madera noble y el mundo se detuvo. Sobre las sábanas de seda que yo misma había elegido, Ricardo dormía profundamente, con el torso desnudo y la respiración pesada de quien ha bebido de más. Pero no estaba solo. Camila, su supuesta mejor amiga, estaba acostada a su lado. Llevaba puesta una lencería roja que gritaba traición. Sus dedos largos y cuidados acariciaban el pecho de mi marido con una posesividad que me revolvió el estómago. —Oh es una pena, pero ya era hora de que te enteraras, Isabella —susurró Camila, sin mostrar un ápice de remordimiento. Sus ojos brillaron con la satisfacción de quien acaba de ganar una guerra. —¿Qué... qué es esto? —Mi voz salió como un hilo roto. Sentí cómo la humillación me quemaba la garganta, una sensación de asfixia que amenazaba con derrumbarme allí mismo. —No seas patética. Sabes perfectamente que tu matrimonio no es más que un arreglo de negocios entre sus familias —Camila se inclinó sobre Ricardo, depositando un beso lento en su hombro—. Él nunca te ha querido. Eres una pieza de ajedrez aburrida en un juego de reyes. Nosotros estamos juntos desde siempre. —¿Desde siempre? —repetí, sintiendo cómo cuatro años de mi vida se desintegraban. Cada cena esperándolo, cada evento en el que sonreí a su lado mientras él me ignoraba, cada vez que sacrifiqué mi carrera como abogada para ser la "esposa perfecta"... todo había sido una farsa. —No te hagas la tonta —continuó ella con una sonrisa maliciosa—. Tu matrimonio fue una obligación. Él me ama a mí, y tú solo eres el trámite que tiene que soportar para mantener la herencia de su abuelo. Miré a Ricardo. Se veía tan tranquilo, tan ajeno al desgarro que estaba ocurriendo en mi alma. En ese momento, algo dentro de mí, algo que había estado dormido bajo capas de sumisión y deber, se rompió. Pero no fue una ruptura de debilidad, sino de liberación. El dolor seguía ahí, pero la ceguera se había terminado. —Tienes razón, Camila —dije, y mi voz cobró una firmeza que la sorprendió. Di un paso al frente, apretando los puños—. El matrimonio es un contrato. Y los contratos tienen cláusulas de rescisión por incumplimiento. —¿Qué vas a hacer, Isabella? ¿Llorar en tu habitación? —se burló ella. —No —respondí, dándole la espalda para no regalarle ni una sola de mis lágrimas—. Voy a demostrarte que esta "pieza de ajedrez" puede jaquear al rey. Salí de la habitación sintiendo que el aire de la mansión estaba contaminado. Me encerré en el cuarto de invitados y, por primera vez en años, no lloré por él. Saqué una maleta y empecé a guardar mis títulos universitarios y mis documentos personales. La Isabella que aceptaba migajas de afecto había muerto en esa cama. A la mañana siguiente, el sol entró sin piedad por las ventanas. Bajé al comedor justo cuando Ricardo aparecía, frotándose las sienes con una expresión de resaca severa. Camila ya se había ido, dejando tras de sí el rastro de su perfume empalagoso y la destrucción de mi hogar. Ricardo se sentó a la mesa y, sin mirarme, exigió lo de siempre. —Dile a la servidumbre que me traiga un café cargado. Tengo una reunión en una hora y no estoy para aguantar tus caras largas, Isabella. Me quedé de pie, frente a él, con una carpeta en las manos. —La servidumbre está ocupada empacando algunas de mis cosas, Ricardo. Y yo no estoy aquí para servirte el café. Él levantó la vista, sorprendido por el tono gélido de mi voz. Sus ojos se entrecerraron. —¿De qué hablas? Camila me dijo que anoche bebí demasiado y que me ayudó a llegar a la cama. No hagas una montaña de un grano de arena. —Camila me dijo mucho más que eso —respondí, dejando la carpeta sobre la mesa—. Me dijo que lo vuestro viene de siempre. Me dijo que soy un trámite aburrido. Y me hizo darme cuenta de que tiene razón. —¿Qué pretendes con este drama? —Ricardo soltó una carcajada seca, llena de esa arrogancia que antes me intimidaba—. ¿Quieres más dinero para tus fundaciones? ¿Joyas? Sabes que este matrimonio no se puede disolver así como así. Nuestras familias no lo permitirían. —No quiero tu dinero, Ricardo. Quiero el divorcio —solté sin rodeos. Él se puso de pie, tratando de usar su estatura para dominarme. —¡No seas ridícula! No puedes pedir el divorcio. Tú no decides nada aquí. En un arrebato de resistencia, tomé la taza de café que la empleada acababa de poner en la mesa y la estrellé contra la pared. El sonido de la porcelana rompiéndose fue como el disparo de salida para mi nueva vida. —¡Conmigo no fuiste capaz de ser un hombre, pero con otra sí tuviste el valor de meterla en mi casa! —le grité, acercándome a él hasta quedar a pocos centímetros de su rostro—. Hoy mismo vas a firmar. No voy a seguir a la sombra de un cobarde que necesita un contrato para tener una esposa. Ricardo se quedó atónito. Nunca me había visto así. Antes de que pudiera reaccionar, levanté la mano y le propiné una bofetada que resonó en todo el comedor. El impacto dejó la marca de mis dedos en su mejilla y un silencio sepulcral en la habitación. —Hoy es el último día que me ves la cara, Ricardo Morel. Salí de la mansión con el corazón latiendo a mil por hora. No tenía nada, pero por primera vez en cuatro años, sentía que lo tenía todo: mi dignidad. Conduje directamente a la casa de mi hermana Jimena. Ella me abrió la puerta y, al ver mi rostro desencajado pero decidido, supo que el final había llegado. —Me engañó, Jimena —le dije, cayendo en sus brazos—. Lo encontré con Camila. Jimena me llevó a la cocina y me sirvió un té fuerte. —Escúchame bien, Isabella. Esto no es el fin, es el inicio. Eres abogada, eres inteligente y eres hermosa. Ese idiota te ha tenido a su sombra porque te tenía miedo. Ahora vas a ejercer tu profesión, vas a ser libre y, sobre todo, vas a cambiar esa imagen de "esposa sumisa" que él te impuso. Vamos a hacer que se arrepienta de cada segundo que te ignoró. Asentí, sintiendo cómo la determinación de mi hermana se contagiaba. Ella tenía razón. Si el mundo me veía como una mujer débil, yo le enseñaría al mundo de qué estaba hecha una mujer traicionada. —¿Pero por dónde debería empezar? —pregunté. Jimena sonrió con malicia. —Por tu libertad. Y por un cambio de look que haga que hasta el mismo diablo se dé la vuelta para mirarte.Jimena. —No pude contenerme, fueras vistos sus caras—soltó Jimena, dejando su estetoscopio sobre la mesa con un golpe seco. Sus mejillas estaban encendidas y sus ojos brillaban con una excitación peligrosa.—¿Cómo que sus caras, Jimena? —pregunté, sintiendo una punzada de ansiedad en el pecho.—Cuando los encaré a Ricardo y a Camila en la sala de espera. Ricardo estaba allí, petrificado, y aproveché para decirle a esa víbora que sabemos exactamente lo que hizo. Le grité frente a todos que tenemos el video de seguridad de los Rossi y que el informe toxicológico es la prueba de que intentó envenenarte. ¡Tendrías que haber visto su cara! Casi se desmaya del susto.El aire se me escapó de los pulmones, pero no por alivio. Me puse en pie de un salto, ignorando el ligero mareo que todavía me nublaba la vista.—¡Jimena! ¡¿Que hiciste?! —exclamé, sintiendo cómo mi instinto de abogada se activaba con una alarma ensordecedora—. ¡La pusiste en sobreaviso!Jimena parpadeó, desconcertada por mi r
El techo del hospital era de un blanco quirúrgico que lastimaba mis ojos. El sonido rítmico de un monitor cardíaco me recordaba que seguía viva, aunque cada parte de mi cuerpo se sentía como si hubiera sido arrollada por un camión. Intenté mover la mano, pero sentí el tirón de una vía intravenosa.—No te muevas, Isa. Todavía tienes el sistema cargado —la voz de Jimena era firme, profesional, pero teñida de una preocupación que solo una hermana puede sentir.Giré la cabeza lentamente. Jimena ya no llevaba el vestido de fiesta; vestía su bata blanca impecable con su nombre bordado: Dra. Jimena Vargas, Jefe de Urgencias. Verla en su elemento, rodeada de autoridad y conocimiento, me recordó quién era yo antes de perderme en el laberinto del matrimonio Morel. Yo también era una profesional. Yo también tenía un lugar en el mundo que no dependía de un apellido.—¿Qué me dieron? —mi voz sonó como si hubiera tragado arena.—Una mezcla de benzodiazepinas de acción rápida y un potenciador sintét
La mirada de Ricardo seguía clavada en mí como si fuera un espectro. Podía sentir el calor de su presencia a mis espaldas mientras me alejaba, una mezcla de deseo y desconcierto que vibraba en el aire. Sabía que lo había dejado en shock. El hombre que me despreció por ser "gris" ahora no podía apartar los ojos de mi piel. Esa era mi primera pequeña victoria, pero el sabor dulce de la revancha pronto se tornó amargo.Me acerqué a una de las mesas laterales, tratando de que mi respiración volviera a la normalidad. Jimena apareció a mi lado, con una sonrisa triunfante.—Isa, deberías haber visto la cara de Mateo. Y Ricardo... bueno, Ricardo parecía que acababa de ver a un ángel y darse cuenta de que él mismo lo había expulsado del paraíso —rio ella, aunque bajó la voz de inmediato—. Pero ten cuidado. Camila te mira como si quisiera prenderte fuego.—Que lo intente —respondí, aunque un escalofrío recorrió mi espalda—. Ya no tiene nada con qué herirme.Me equivoqué.A unos metros, Camila g
El olor del salón de belleza era una mezcla de amoniaco, perfumes caros y la promesa de un nuevo comienzo. Me miré en el espejo por última vez antes de que Marc, el estilista estrella de Jimena, soltara la primera descarga de su tijera. Durante tres años, mi cabello había sido una melena larga, recta y castaña, recogida siempre en un moño bajo y severo para parecer "la esposa seria de un CEO".—Dile adiós a tu vieja tu, querida —susurró Marc con una sonrisa cómplice—. Es hora de que el mundo conozca a la leona.Cerré los ojos. Con cada mechón que caía al suelo, sentía que se iba un pedazo de la Isabella que suplicaba amor. Cuando volví a abrirlos, cuatro horas después, el cambio fue tan drástico que mi corazón dio un vuelco.Mi cabello ahora caía en capas degrafiladas que rozaban mis clavículas, con un tono chocolate profundo iluminado por reflejos miel que hacían que mis ojos castaños parecieran dos pozos de ámbar encendidos. El flequillo lateral le daba un aire de misterio a mi rost
La casa de Jimena olía a lavanda y a una libertad que todavía me quemaba en la garganta. Pasé la primera noche en vela, sentada en el balcón, viendo cómo las luces de la ciudad se burlaban de mi miseria. Cada vez que cerraba los ojos, veía a Camila acariciando a Ricardo. El dolor no era una punzada; era un peso muerto en mi pecho que me recordaba que mi vida entera había sido una construcción de papel.—Deja de torturarte, Isa —dijo Jimena, apareciendo con una taza de café humeante—. Ese hombre no merece ni un segundo más de tu insomnio. Mañana empezaremos los trámites. Eres abogada, carajo. Empieza a actuar como una.Tenía razón. Había pasado cuatro años revisando contratos y cláusulas de herencia para la familia de Ricardo, asegurándome de que su imperio estuviera a salvo, mientras mi propia identidad se desvanecía.Mientras tanto, en el club privado más exclusivo de la ciudad, Ricardo descargaba su frustración contra una bolsa de boxeo. Mateo, su socio y mejor amigo, lo observaba d
El silencio de la mansión Morel siempre me había parecido una señal de elegancia, pero esa noche se sentía como el preludio de un funeral. Caminé por el pasillo de mármol, con los tacones resonando como martillazos. Era nuestro cuarto aniversario, una fecha que yo había marcado en el calendario con la esperanza de que, por fin, Ricardo viera en mí algo más que un adorno en su casa. Al llegar a la puerta de la habitación principal, una duda punzante me detuvo. Pero la puerta estaba entreabierta, y una risa suave, femenina y cargada de veneno, escapó desde el interior.Empujé la madera noble y el mundo se detuvo.Sobre las sábanas de seda que yo misma había elegido, Ricardo dormía profundamente, con el torso desnudo y la respiración pesada de quien ha bebido de más. Pero no estaba solo. Camila, su supuesta mejor amiga, estaba acostada a su lado. Llevaba puesta una lencería roja que gritaba traición. Sus dedos largos y cuidados acariciaban el pecho de mi marido con una posesividad que m





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