No sabía cuánto había bebido, solo que cada trago me ardía más que el anterior. El club estaba lleno de luces, risas y música, pero todo me sonaba lejano. Lo único que podía ver, una y otra vez, era la imagen de mi novio en la cama con mi mejor amiga. Dolía. Me ardía en el pecho, y la rabia se mezclaba con un deseo de hacer algo, cualquier cosa, para dejar de sentirme así.Pensé que, si iba a romperme, lo haría a mi manera. Que, si iba a olvidar, sería entre los brazos de alguien más. Entonces lo vi. Estaba al otro lado de la barra, con la camisa blanca arremangada, el cabello algo despeinado y esa expresión seria que me desarmó por completo.No lo pensé demasiado —tal vez fue el alcohol, o tal vez la necesidad de no pensar en absoluto—. Me acerqué. No dije nada, solo lo besé.Él me apartó con suavidad y me miró fijamente, como si tratara de descifrar qué estaba pasando. Por un segundo creí que se iría, que me dejaría ahí, ridícula y dolida. Pero en lugar de eso, me tomó de la cin
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