Mundo de ficçãoIniciar sessão
No sabía cuánto había bebido, solo que cada trago me ardía más que el anterior. El club estaba lleno de luces, risas y música, pero todo me sonaba lejano. Lo único que podía ver, una y otra vez, era la imagen de mi novio en la cama con mi mejor amiga.
Dolía. Me ardía en el pecho, y la rabia se mezclaba con un deseo de hacer algo, cualquier cosa, para dejar de sentirme así.Pensé que, si iba a romperme, lo haría a mi manera. Que, si iba a olvidar, sería entre los brazos de alguien más.
Un grupo de chicos llamó mi atención. Por sus vestimentas —algunos con trajes de bombero, otros de abogado o vaqueros— supuse que eran strippers. La idea de perderme con uno de ellos, alguien que no buscara nada serio, cruzó por mi mente.
Se dispersaron un poco y entonces lo vi, entre la multitud de hombres atractivos… pero él lo era mucho más.
Parecía formar parte del grupo, aunque no me detuve a comprobarlo. Llevaba una camisa blanca arremangada, el cabello ligeramente despeinado y una expresión seria que me desarmó al instante. Su disfraz de empresario me resultó irresistiblemente atractivo.
Cuando los demás hombres lo dejaron solo, el impulso me golpeó. Antes de acercarme, sentí el vibrar del teléfono en mi mano. Mi exnovio había intentado llamarme hacía unos minutos. Lo ignoré… pero la rabia volvió a subir como un golpe de calor.
Abrí la cámara. Me tomé una foto con las luces del club detrás, mi mirada desafiante, mis labios marcados, y algunos de los bailarines al fondo, posando sin siquiera darse cuenta.
La envié sin dudarlo.
“Ellos tienen un cuerpo mucho mejor que el tuyo.”
Apenas pasaron unos segundos antes de que mi pantalla se iluminara con su nombre. Respiré hondo y contesté.
—¿Qué es esta m****a? —escupió él, furioso.
Sonreí. Una sonrisa lenta, venenosa.
—La verdad —susurré, con un tono que sabía que lo destruiría.
Y colgué.
No quise pensar más. No debía hacerlo. No podía hacerlo.
Así que cuando levanté la vista y vi a ese hombre —solo, hermoso, peligroso en su silencio— no dudé.
No lo pensé demasiado; tal vez fue el alcohol, o tal vez la necesidad de no pensar en absoluto.
Me acerqué.
No dije nada. Solo lo besé.Él me apartó con suavidad y me miró fijamente, como si tratara de descifrar qué estaba pasando. Por un segundo creí que se iría, que me dejaría ahí, ridícula y dolida. Pero en lugar de eso, me tomó de la cintura y me besó de nuevo, más fuerte, más profundo.
Su sabor me mareó. Su control, su forma de guiarme, me hizo olvidar por completo quién era y por qué estaba allí.
—No deberíamos estar haciendo esto —susurró contra mis labios.
—Lo sé —respondí, y lo besé de nuevo.Nos perdimos entre las sombras del club. No recuerdo si alguien nos vio, ni me importó. Cuando me tomó de la mano y me llevó hacia un rincón más oscuro, mi corazón latía tan rápido que apenas podía respirar.
Su voz era un susurro grave que me erizaba la piel. Me acarició el rostro, bajó por mi cuello, y mis pensamientos se disolvieron. Todo lo que quedaba era el calor, el roce, el deseo de sentir algo distinto al dolor.
El comenzó a despojarme de mis ropas lentamente, mientras me susurraba cosas sucias al oído. No sabía qué estaba haciendo, pero se sentía tan bien.
Cuando aquel extraño me recostó en la cama y se subió sobre mi, acarició mis muslos, abrió lentamente mis piernas y me penetró. En ese momento, olvidé todo.
—Eres hermosa —me dijo mientras ambos gemíamos y disfrutábamos del otro.
Yo sentí cómo mi cuerpo respondía a cada movimiento, a cada caricia. Mis gemidos se mezclaban con los del hombre, creando una sinfonía de placer y deseo. Él me besaba en el cuello, lamía y mordisqueaba mis orejas, bajaba hasta mis pechos y los succionaba con pasión.
Me retorcía de placer, mis manos agarraban las sábanas mientras él me llevaba al borde del éxtasis.
—Dame más —susurré, y él obedeció, aumentando el ritmo y la intensidad.
Después de un rato, cambiamos de posición. Ahora yo estaba arriba, cabalgando sobre él, sintiendo el control y el poder que eso me daba. Él me miraba con deseo, sus manos agarraban mis caderas, guiándome en cada movimiento.
Me sentí llena, completa, y cada gemido que escapaba de mis labios era una prueba de su placer.
—Eres increíble —dijo él, mientras nuestros cuerpos se unían en un baile íntimo y apasionado.
Finalmente, ambos alcanzamos el clímax, juntos, nuestros cuerpos temblando. Yo me desplomé sobre él, nuestras respiraciones agitadas sincronizadas. En ese momento, nada más importaba, solo el placer y el deseo que ambos compartíamos.
…
Al otro día.
Me dolía el cuerpo.
Cada hueso parecía protestar, sensible, como si hubiera montado un caballo en una carrera contra un tren toda la noche.Abrí los ojos a regañadientes y lo primero que vi fue un rostro masculino, atractivo, con una mandíbula afilada y una expresión serena. Incluso dormido, seguía siendo endemoniadamente sexy.
El sol se filtraba entre las cortinas, brillando sobre su cabello desordenado y proyectando una sombra sobre su frente. Aun así, la arrogancia seguía marcada en sus cejas.Lo observé durante unos segundos, admirándolo. Tres segundos después, la memoria me golpeó como un balde de agua fría.
Jadeé y me tapé la boca para no gritar.Yo… él…
Recordaba todo. Mi novio me había traicionado, yo estaba furiosa, me fui a un club, y... terminé yéndome con un stripper. Con ese stripper.Me quedé quieta, intentando no entrar en pánico mientras lo observaba dormir. Parecía de los que posaban para revistas de lujo. Probablemente de los de mayor categoría, pensé con ironía.
Me incorporé despacio. La ropa esparcida por el suelo era testigo de la tórrida locura que había sido la noche anterior.Saqué un billete de mi cartera… luego otro, tras pensarlo un poco. Los dejé sobre una de sus prendas y, sin mirar atrás, salí de la habitación.
…
Había pasado un mes desde aquella noche en el club. Un mes desde que besé a un extraño para olvidar el dolor, el alcohol y mi propia rabia. Ahora estaba en mi habitación, temblando con una prueba de embarazo en la mano. Dos líneas que cambiaban todo.
No podía dejar de pensar en él, aunque ni siquiera sabía su nombre. Solo recordaba sus manos, su voz ronca y cómo logró borrar mi tristeza por unas horas. Jamás imaginé que esa noche tendría consecuencias.
Los días pasaron y el miedo creció conmigo. Intenté actuar normal, pero la culpa me consumía. Hasta que una mañana, al bajar las escaleras, todo explotó.
Mi padre estaba en el vestíbulo —café en mano, aire de superioridad intacto— y a su lado, Lily, mi media hermana, disfrutando el drama.
—¿Cuándo pensabas decirme que rompiste el compromiso con Roberto? —soltó él.
—No iba a casarme con él —respondí.
Entonces levantó la prueba de embarazo. Mi prueba.
—¿Eso significa que él no es el padre del hijo que esperas?
Sentí que el mundo se hundía. Lily sonrió, victoriosa.
Desde que mamá murió y mi padre se casó con esa mujer, nada volvió a ser igual. Y ahora él me miraba como si yo fuera una vergüenza.
—¿De quién es ese hijo, Maya?
—No es asunto tuyo —respondí, clavando los pies en el piso.
Lily rió con veneno.
—La gente normal sabe quién es el padre…
—Cállate. Tú no eres “gente normal”. Eres la favorita de papá, nada más.
Mi padre dio un paso adelante, furioso.
—Has traído vergüenza a esta familia. Si seguirás así… márchate.
Algo dentro de mí se rompió, pero al mismo tiempo nació otra cosa.
—La vergüenza no soy yo —dije—. La vergüenza es que jamás te importó si era feliz. Solo tu imagen perfecta.
Decidí irme. No por él, sino porque ya no quería vivir en una casa donde nunca fui bienvenida.
Subí, empaqué una maleta y tomé la carta que mamá dejó antes de morir. Aún no la leía, pero sabía que pronto lo haría.
Salí sin mirar atrás. Nadie me detuvo. Nadie dijo nada.
Solo el frío de la mañana… y la puerta cerrándose detrás de mí.







