Aitana
El aire fresco de la montaña era un alivio bienvenido. Un respiro del hedor a papel legal, tinta de abogados y la frialdad de los despachos de mi hermano. Sin embargo, la tregua tenía un costo: compartir la experiencia con el hombre que había jurado destruirme legalmente.
Estábamos en la entrada del campamento "El Rincón del Explorador", un sitio encantador rodeado de pinos altos y cabañas de madera. Isabella, vestida con un pequeño uniforme de exploradora y una mochila que le quedaba enorme, saltaba emocionada.
—¡Mamá, mira! ¡Podemos hacer una fogata! ¿Y vamos a buscar osos?
—Solo buscaremos ardillas, cariño —dije, forzando una sonrisa mientras cargaba el equipaje.
Detrás de mí, un todoterreno negro, impecablemente limpio y fuera de lugar, se detuvo. Sebastián salió, con una cazadora de piel y unos pantalones de campo que gritaban "diseñador", pero que no lograban ocultar su imponente figura.
—¿Necesitas ayuda con eso? —preguntó, señalando la pila de bolsas.
—Puedo sola —respo