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La hija secreta del ceo: La verdadera heredera
La hija secreta del ceo: La verdadera heredera
Por: Gilover28
Capítulo 1: La noche que lo cambió todo

Aitana apuró el último sorbo del cóctel entre sus dedos mientras el hielo tintineaba en el vaso como si también estuviera a punto de quebrarse. Sus ojos, delineados y cansados, se perdieron entre las luces neón del bar. El lugar estaba lleno de risas, cuerpos danzando sin sentido, y de ilusiones rotas como la suya.

—¿Sabes? Estoy empezando a pensar que estás demasiado borracha —gruñó Ariadna, su mejor amiga, mientras la miraba con el ceño fruncido—. Deja de beber por el amor de Dios. No quiero terminar recogiendo tus pedazos esta noche.

—Estoy bien. —Aitana rodó los ojos—. Puedo cuidarme sola. Como siempre.

Pero en realidad no lo estaba. Porque el chico que le gustaba, ese con quien fantaseó durante meses en los pasillos de la universidad, resultó tener novia. Y no una novia cualquiera. Una de esas perfectas, con piernas largas y sonrisa de revista.

—Señorita… —interrumpió el bartender, apoyando un nuevo vaso frente a ella—. Le han enviado esta bebida. El caballero del traje azul… justo allí.

Aitana alzó la vista.

Y ahí estaba.

Un hombre que parecía sacado de una campaña de fragancias caras. Elegante, sereno, con el tipo de mirada que no pregunta, ordena. No pertenecía a ese bar… ni a su vida.

—¿Podrías agradecerle de mi parte? —dijo ella, sorprendida de que alguien como él se hubiera fijado en ella justo cuando se sentía más invisible.

—¿Así que eso es lo que necesitabas para animarte? —se burló Ariadna—. No voy a negarlo: está guapísimo. Pero no olvides que tu abuelo te arranca la cabeza si llegas tarde otra vez.

—Mi abuelo quiere controlarlo todo. Como si yo fuera otra de sus inversiones. —Aitana bebió con rabia—. Pero ya no soy una niña. Tengo veinte años. Tengo derecho a equivocarme.

—Si te digo quién viene hacia acá, no me lo vas a creer… —murmuró Ariadna con un tono entre travesura y advertencia.

Aitana giró la cabeza lentamente. El hombre del traje azul se acercaba. Cada paso suyo parecía ensayar el desastre. Y sin embargo, no se apartó. No podía.

—Buenas noches, señorita —saludó con voz grave, segura—. Vi que aceptaste mi bebida. Soy Sebastián.

Aitana no pudo evitar sonreír. Sintió una punzada inexplicable en el estómago, como si lo conociera de otra vida.

—Aitana —respondió—. Gracias por el detalle. Muy caballeroso de tu parte.

La chispa entre ellos fue inmediata, fulminante. Con una mirada, le hizo entender a Ariadna que debía dejarlos solos. Ella se despidió con una sonrisa y una advertencia muda: Ten cuidado.

El resto de la noche fue un torbellino de piel, risas y deseo. Apenas recordaba cómo salieron del club. Solo sabía que la habitación de hotel tenía sábanas blancas, luces tenues y besos que le arañaban el alma.

Hicieron el amor como dos desconocidos que se reconocen en la oscuridad. Fue rápido, salvaje, inevitable. No hubo tiempo para preguntas, ni para condones. Solo para olvidar. Para sentirse vivos.

Cuando despertaron, ya era de día.

No hubo promesas. Ni números. Solo silencio y una despedida incómoda. Como si nunca hubiera pasado nada. Como si todo fuera un espejismo.

Y eso habría sido todo.

Hasta que, semanas después, Aitana comenzó a sentirse… diferente.

—¿Estás segura? —preguntó Ariadna, mientras sacudía nerviosa la caja de la prueba de embarazo—. Aitana… esto no es una gripe.

—No puedo ir al hospital. Si doy mi apellido, van a saber quién soy. Y si mi familia se entera… estoy muerta.

—Entonces haremos esto a la antigua. Aquí mismo.

Aitana esperó en el baño, con el corazón martillándole el pecho. Cerró los ojos con fuerza, como si eso pudiera cambiar el resultado. Como si todo fuera solo una pesadilla más.

Dos líneas.

Dos malditas líneas.

—Lo siento, amiga… —susurró Ariadna, mostrando el test con las manos temblorosas—. Es positivo.

Aitana se desplomó en el suelo, como si le hubieran cortado los hilos. Comenzó a llorar con tanta fuerza que sintió que se rompía por dentro.

—Arruiné mi vida. Mi carrera. Todo. ¿Qué voy a hacer ahora?

—Tranquila —la abrazó Ariadna, conteniendo su propio llanto—. No estás sola. Pero necesito saber algo… ¿sabes quién es el padre?

—Sí… Es el chico del bar. Sebastián.

Ariadna se apartó un poco.

—¿Y piensas buscarlo?

—Tengo que hacerlo. No sé qué otra cosa hacer…

Con el estómago en un nudo y la dignidad colgando de un hilo, Aitana buscó a Gabriel, uno de los estudiantes de economía más conocidos.

—Hola, Gabriel… ¿tienes un momento?

—Qué sorpresa. Claro. ¿Todo bien?

—Necesito saber algo. Estaba contigo esa noche en la discoteca Lights. ¿Recuerdas al chico con el que estuve bailando?

Gabriel soltó una carcajada.

—¿El tipo con el que desapareciste después de comértelo a besos frente a todos?

—No es gracioso. Necesito saber su nombre.

Gabriel la observó con una ceja alzada. Luego bajó la voz.

—Te lo diré. Pero solo porque me caes bien. Se llama Sebastián Belmonte.

El mundo se detuvo.

Aitana sintió cómo la sangre se le iba de la cara. No podía ser. No él.

—¿Belmonte? ¿De los Belmonte?

Gabriel asintió.

—El mismo. El heredero de uno de los imperios más grandes de la industria alimentaria. Y, si no me equivoco… el enemigo número uno de tu abuelo.

Aitana se tambaleó.

Estaba embarazada del heredero de la familia que su abuelo juró destruir.

Y nada… absolutamente nada volvería a ser igual.

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