Capítulo 6: El consejo de guerra

Sebastián

La llamada de mi madre llegó justo cuando estaba por salir de la oficina.

—Sebastián, ven a casa. Ahora. —No fue una invitación; fue una citación militar.

Doña Elena Belmonte, mi madre, era una mujer elegante, formidable y, a menudo, la verdadera fuerza silenciosa detrás del imperio Belmonte. Su voz, normalmente dulce y modulada, tenía ahora un filo de acero.

Sabía por qué me llamaba. Las noticias vuelan. El chisme de mi visita al parque con Aitana y la niña ya debía estar circulando entre la alta sociedad.

Llegué a la mansión Belmonte. En la sala de estar me esperaban mi madre y mi tío Ricardo, el abogado principal de la corporación. No había whisky; solo té caro y una atmósfera gélida.

—Siéntate, Sebastián —ordenó mi madre, señalando el sofá.

Tomé asiento.

—Antes de que empieces, madre, ya lo sé. Y sí, es mi hija.

El silencio que siguió fue peor que cualquier grito. Mi madre se puso de pie, su rostro pálido bajo su impecable maquillaje.

—¿Estás diciendo que has traído una nieta a esta familia? ¿Una Belmonte? ¿Y que la madre… es una Ferrer?

—Sí, Elena. Lo es —intervino Ricardo, con voz medida—. El rumor se confirmó. La niña tiene seis años. Y el escándalo es inevitable.

—¡El escándalo lo hiciste tú, Sebastián, acostándote con la estirpe de Eliseo Ferrer! —Mi madre alzó la voz, algo que rara vez hacía—. ¿No tienes idea de lo que ese viejo le hizo a tu padre? ¿A nuestro nombre? ¡Esto es una traición!

—Mi relación con Aitana fue una noche, madre. Yo no sabía quién era. Y ella me ocultó el embarazo por miedo.

—¿Miedo? ¡Miedo a que su abuelo le cortara la herencia, Sebastián! No seas ingenuo.

—No la voy a juzgar por lo que hizo su abuelo —dije con firmeza, ignorando la punzada de dolor que me provocó la desconfianza—. Isabella es mía. Y voy a reconocerla.

—Eso está fuera de toda discusión —dijo mi tío Ricardo, tomando la palabra con voz legalista—. Lo haremos. Pero con nuestras reglas. Sebastián, vamos a demandar la custodia total de esa niña.

Me levanté del sofá de golpe.

—¡No! No le haré eso a Aitana. Ella la crió. Ella la protegió.

—La ocultó —corrigió mi madre, su mirada fría y calculadora—. Nos quitó seis años. Y ahora, Aitana Ferrer quiere entrar por la puerta grande, con una nieta, para reclamar derechos y, probablemente, la atención que su abuelo nunca le dio.

—No se trata de Aitana. Se trata de Isabella.

—Y se trata de la sangre, Sebastián. Isabella debe llevar el apellido Belmonte y criarse bajo nuestros principios. No con una mujer que tiene sangre de Ferrer. Una niña Belmonte no se cría en la pobreza moral de un enemigo.

La crueldad de sus palabras me golpeó.

—Si vamos a juicio, la destrozaremos. Usaremos el secreto como prueba de inestabilidad, como prueba de que ella es una oportunista que esperó la muerte de su abuelo para extorsionarnos. Y ganaremos.

Mi tío Ricardo me tendió una carpeta gruesa.

—Ya tenemos el expediente. Mañana a primera hora, se presenta la demanda de paternidad y de custodia.

Abrí la carpeta y vi mi nombre junto al de Isabella. Era real. Estaba a punto de llevar a la madre de mi hija a una guerra sin cuartel.

—No la quiero destruir. Solo quiero ser su padre.

—Esa es tu debilidad —dijo mi madre, acercándose y tocando mi hombro con una mano helada—. Tu padre me enseñó que la venganza es un plato que se sirve frío, y con documentos legales. Esto es por la familia, Sebastián. Por todo lo que Eliseo Ferrer nos quitó. Y esto es lo que le devolveremos: le quitaremos a su nieta y su mayor secreto.

Aitana

El mensaje llegó a mi teléfono a media mañana: la demanda de paternidad y custodia había sido presentada.

El miedo me paralizó. Sebastián no había esperado ni una semana. Había ido a la guerra.

Ariadna me encontró llorando en la cocina, aferrada a los documentos.

—¿Qué es esto? —preguntó, leyéndolo por encima. Luego gritó—. ¡No puede ser! ¡Custodia total! ¡Te la quieren quitar!

—Los Belmonte no perdonan. Y yo caí en el único error que mi abuelo me advirtió.

—Tienes que reaccionar, Aitana. ¡Consigue un abogado!

Pero yo no quería un abogado cualquiera. Quería al mejor.

Más tarde, en la oficina de Julián Ferrer.

Mi hermano, Julián, no era el patriarca, pero era quien había asumido la dirección ejecutiva de la Corporación Ferrer tras la muerte del abuelo. Su oficina era un espejo del mío: fría, impecable, sin alma.

—¿Qué quieres, Aitana? Estoy ocupado con el traspaso de acciones.

—Necesito que seas mi abogado.

Julián soltó la pluma. Se echó hacia atrás en su sillón, con una sonrisa burlona.

—¿Tu abogado? ¿Para qué? ¿Para defenderte del club de mamás del jardín?

—Para defenderme de Sebastián Belmonte. Me está demandando por la custodia total de Isabella.

El rostro de Julián palideció. Seis años de distancia y rabia se evaporaron en un instante.

—¿Belmonte? ¿El CEO? ¿El... el padre?

—Sí, Julián. Es el padre. Y ahora sus abogados nos atacan.

Julián miró los documentos. Su expresión pasó de la burla a la furia controlada.

—Esto es un movimiento estratégico. No es por la niña; es una declaración de guerra corporativa. Si un Belmonte tiene a la nieta de Eliseo Ferrer...

—No me importa el negocio, Julián. ¡Me importa mi hija! No voy a perderla.

—No lo harás. —Julián por fin me miró a los ojos, con una intensidad que no le había visto nunca—. No es solo tu hija. Es la última Ferrer de sangre directa, aparte de mí. No permitiremos que los Belmonte nos arrebaten lo que es nuestro. Yo no seré tu abogado, Aitana. Seré tu escudo.

—¿Qué quieres decir?

—Eliseo me enseñó una cosa: cuando peleas con un Belmonte, tienes que pelear en su propio terreno. La única forma de parar una demanda de custodia total es con una amenaza más grande.

Julián tecleó furiosamente en su computadora. Abrió un archivo protegido.

—Tu abuelo no solo te obligó a desaparecer. Hizo un movimiento final. En el testamento, dejó una cláusula que no pudimos descifrar hasta ahora.

—¿Qué cláusula?

—La mitad de las acciones del control de Ferrer Corp. pasa directamente a tu hija, Isabella Ferrer. No puede venderlas hasta los veintiuno, pero la única persona con derecho a administrar esos activos hasta entonces eres tú.

Aitana sintió que el aire le faltaba.

—¿Isabella es la heredera?

—Solo en el papel, por ahora. Pero eso cambia el juego. Sebastián no está peleando solo por su hija. Está peleando por el control de la empresa rival. Es una jugada maestra del abuelo, incluso después de muerto.

Julián me tendió la mano.

—Vamos a demandar. Pero no solo por custodia. Vamos a demandar el reconocimiento de paternidad y una pensión millonaria, usando la excusa de la herencia que Isabella no puede tocar. Los vamos a ahogar en trámites y escándalos. La guerra acaba de empezar.

Nos miramos, hermanos unidos por un secreto, un amor imposible y un imperio.

—¿Y si perdemos?

—Ganar es la única opción. Porque la pregunta ya no es si el amor puede sobrevivir a la traición. La pregunta es si Isabella sobrevivirá a la venganza de las dos familias.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP