Sebastián
Habían transcurrido cinco años desde la consolidación de Isabella Holdings y el desmantelamiento de las conspiraciones. La paz era palpable, medible en informes trimestrales y el crecimiento exponencial del holding. Isabella, a sus diez años, era la personificación de esa estabilidad: una niña brillante, protegida y consciente de que su apellido, ahora unificado (Belmonte-Doria), representaba una inmensa responsabilidad.
El nuevo desafío no era el fraude, sino la sucesión.
En un brillante día de primavera, en la sala de juntas del rascacielos de cristal, la junta directiva me entregó una propuesta formal.
—Sebastián, el éxito de Isabella Holdings es indiscutible —dijo el presidente del consejo—. Pero la corporación necesita un plan de sucesión a largo plazo. Isabella es joven. Y tú, como CEO y estratega, eres insustituible.
—Mi plan es claro. Aitana y yo dirigiremos hasta que Isabella esté lista.
—Lo entendemos. Pero el mercado exige un sucesor interino que pueda mantener la