Aitana
El terror que sentí al leer la carta póstuma de Arturo no era por la amenaza a la corporación, sino por la figura de mi padre biológico, Mario Durán. El hombre que Eliseo Ferrer había pintado como un espía inestable y mi madre, Lina, como un genio traicionado, no estaba muerto. Estaba esperando en las sombras, listo para cobrar la póliza de seguro de vida que Elena había orquestado como una garantía macabra para mantenernos unidos.
—¡Elena! Incluso muerta, sigue manipulando nuestros hilos —dije, arrugando la carta.
Sebastián, el nuevo Copresidente de la Fundación Ética, apretó los puños. —La póliza es el cebo. Elena sabía que si Mario creía que la única forma de cobrar era tu muerte, él nos buscaría. Es su última jugada para enfrentarnos al enemigo más peligroso.
—Mario Durán es un fantasma, Sebastián. Es un genio de la seguridad y el engaño. Lo único que tenemos es la advertencia de Arturo.
Isabella, la nueva CEO, entró en el despacho. Su expresión era seria, reflejando la mad