Mundo ficciónIniciar sesiónLa novia del diablo Sinclair En la cama de un Sinclair, el amor es un pecado y la obediencia es la única forma de sobrevivir". Katie fue vendida como una pieza de ajedrez para saldar una deuda de sangre. Su comprador es Leonard Sinclair, un hombre cuya brillantez solo es superada por su crueldad desde que un accidente lo encadenó a una silla de ruedas. Él no busca una compañera, busca un trofeo que pueda romper a su antojo para vengarse del mundo. Pero Katie guarda un secreto: no es la mujer sumisa que ellos creen, y está dispuesta a incendiar el imperio Sinclair antes de dejarse dominar.
Leer másEl sonido de las ruedas metálicas contra el piso de mármol fue la sentencia de Katie. No hubo música, ni flores, ni invitados vitoreando a los recién casados. Solo el silencio sepulcral de la mansión Sinclair y el eco rítmico de la silla de ruedas acercándose a la habitación matrimonial.
—Mírate —la voz de Leonard Sinclair cortó el aire como una hoja de afeitar—. Un vestido de seda blanca para una novia que fue subastada como ganado. ¿Realmente crees que habrá una noche de bodas, Katie? Katie se aferró al borde del ventanal, sintiendo el frío del cristal en su espalda. Leonard detuvo su silla a escasos centímetros de ella. Aunque estaba sentado, su presencia llenaba el espacio con una autoridad asfixiante. Sus ojos oscuros, antes llenos de la ambición que lo llevó a la cima del mundo empresarial, ahora estaban nublados por un odio que parecía dirigido a todo lo que respirara. —No espero amor de ti, Leonard —logró decir ella, forzando una firmeza que no sentía. —¿Amor? —Leonard soltó una carcajada seca que no llegó a sus ojos—. No te equivoques. No te traje a esta casa para amarte. Te traje porque tu padre me debía veinte millones de dólares y tú eras lo único de valor que le quedaba en su inventario de fracasos. Desde hoy, no eres más que un adorno en mi mansión. Mi propiedad registrada bajo la ley Sinclair. Leonard estiró la mano con una velocidad que Katie no pudo prever. Sus dedos, fuertes y gélidos como el acero de su silla, se cerraron alrededor de su mentón, obligándola a mirarlo de frente. —Regla número uno, esposa mía: nunca me mires con lástima. Prefiero tu odio mil veces antes que tu piedad —escupió él, apretando el agarre—. Ahora, quítate ese vestido. No quiero nada en mi vista que me recuerde a este estúpido contrato matrimonial. Katie sintió que el pulso le martilleaba en los oídos. La mirada de Leonard bajó por su cuello, no con el deseo de un esposo, sino con el escrutinio de un dueño que revisa una mercancía defectuosa. —¿Te vas a quedar ahí como una estatua? —insistió Leonard, su voz bajando a un susurro peligroso—. ¿O es que el precio que pagué no incluye obediencia inmediata? —No soy una mercancía, Leonard. —Para el banco, eres un activo. Para tu padre, fuiste una moneda de cambio. Y para mí... —él soltó su rostro con un gesto de desprecio— eres el recordatorio de que incluso los Sinclair podemos comprar basura si el precio es el adecuado. Leonard giró su silla con un movimiento brusco, dándole la espalda. Katie observó sus hombros anchos, tensos bajo la tela de su traje de diseñador. Sabía que el accidente de hacía dos años no solo había roto sus piernas; había destrozado al hombre que una vez fue portada de todas las revistas de negocios. Ahora, ese genio de las finanzas se dedicaba a coleccionar deudas y almas rotas. —Tu ropa está en el vestidor del fondo —dijo él sin mirarla—. No esperes que te asigne una habitación propia. Dormirás aquí, donde pueda vigilar que no te escapes con lo poco que queda de la dignidad de tu familia. —¿Me vas a tener como a una prisionera? —Te voy a tener como a una Sinclair. Que en tu caso, es exactamente lo mismo. Katie caminó hacia el vestidor, sintiendo que el peso del vestido de novia le impedía respirar. Cada paso era una humillación. Al entrar en el pequeño cuarto lleno de trajes oscuros y el aroma a tabaco caro de Leonard, se apoyó contra la pared. Las lágrimas amenazaban con salir, pero recordó las palabras de su madre antes de la boda: "No llores frente a él, Katie. Los hombres como Leonard Sinclair se alimentan del miedo". Se deshizo de la seda blanca, dejando que el vestido cayera al suelo como una piel muerta. Se puso un camisón de satén oscuro, sencillo y frío. Cuando salió de nuevo a la habitación, Leonard estaba frente a un monitor, revisando gráficos de bolsa que parpadeaban con una luz azulina, dándole un aspecto espectral. —Siéntate —ordenó él, señalando el borde de la cama. Katie obedeció en silencio. El colchón era excesivamente suave, una ironía cruel comparado con la dureza del hombre que tenía delante. —Mañana a primera hora firmarás los documentos de transferencia de los viñedos de tu padre —dijo Leonard, manteniendo la vista en la pantalla—. Una vez que la propiedad sea mía, tu familia recibirá el primer pago del rescate financiero. —¿Rescate? Lo llamas como si fueras un héroe —se burló ella con amargura. Leonard detuvo su actividad y la miró por encima del hombro. El resplandor azul de la pantalla resaltaba las líneas duras de su mandíbula. —Soy el hombre que evitó que tu padre saltara de un puente esta mañana, Katie. Si eso no me hace un héroe en tu mundo de fantasía, al menos debería hacerme el dueño de tu gratitud. Él impulsó su silla hacia ella. La cercanía física era abrumadora. Leonard se detuvo tan cerca que sus rodillas casi rozaban las piernas de Katie. —No me mires así —gruñó él—. No intentes buscar al hombre que aparece en G****e. Ese Leonard murió en una carretera de Suiza. El que tienes delante no tiene paciencia para tus berrinches de niña rica. —Sé perfectamente quién eres, Leonard Sinclair. Eres un hombre que tiene miedo de que alguien descubra que sigue siendo humano. El silencio que siguió fue denso. Leonard estrechó los ojos. Por un segundo, Katie creyó ver una chispa de algo más que rabia en sus pupilas, pero desapareció tan rápido como llegó. —Humano es una palabra que ya no me aplica —respondió él, su voz volviéndose plana y letal—. Ahora, métete en esa cama. Y ni se te ocurra tocarme durante la noche. No soporto el contacto de alguien que ha sido comprado. Leonard se alejó hacia el baño de la suite, dejándola sola con el eco de sus palabras. Katie se deslizó bajo las sábanas de seda fría, mirando hacia el techo alto de la mansión. Sabía que esta era solo la primera noche de una guerra de desgaste. Leonard Sinclair quería romperla para sentirse poderoso en su propia debilidad, pero ella no se lo pondría fácil. Minutos después, la luz del baño se apagó. Escuchó el sonido de Leonard acomodándose en el otro extremo de la inmensa cama. La distancia física entre ellos era de apenas un metro, pero el abismo emocional era infinito. —Katie —susurró él en la oscuridad. Ella no respondió, conteniendo la respiración. —No creas que el hecho de que no pueda caminar significa que no puedo destruirte. Si intentas jugar conmigo, te arrepentirás de haber nacido. Katie cerró los ojos, sintiendo el frío de la habitación calar en sus huesos. La "Novia del Diablo Sinclair" acababa de entrar en su infierno, y el fuego apenas comenzaba a arder.CAPÍTULO 15: RESCATE ENTRE LLAMASEl estruendo del colapso de la bodega aún resonaba en los oídos de Katie mientras el aire gélido de la noche golpeaba su rostro sudoroso y tiznado. Leonard la sostenía con una fuerza posesiva sobre su regazo, sus brazos temblando no por debilidad, sino por la descarga de adrenalina pura. A su alrededor, el escenario era dantesco: llamas azules devorando millones de dólares en tecnología y una columna de humo negro que parecía querer tragarse las estrellas.Los empleados de Sinclair Industries, los ingenieros de la planta y la unidad de seguridad de Malcom se habían quedado petrificados a una distancia prudencial. Habían visto a la "esposa trofeo", a la mujer que todos consideraban una mercancía de lujo comprada para saciar un capricho de venganza, arrojarse al corazón de un incendio químico cuando incluso los hombres más fuertes retrocedieron.Katie abrió los ojos lentamente, tosiendo el humo que aún quemaba sus bronquios. Lo primero que vio fue la ma
CAPÍTULO 14: EL HEREDERO DEL RENCOREl regreso a la mansión Sinclair tras el caos en el club fue un trayecto sumergido en un silencio gélido, roto únicamente por el zumbido de los motores del exoesqueleto de Leonard que se enfriaban. Katie estaba sentada en el rincón más alejado del asiento trasero del Bentley blindado, mirando a través del cristal reforzado sin ver realmente nada. La revelación de que su padre, Arthur Moore, había aceptado dinero para callar sobre el sabotaje de Leonard la había vaciado por dentro.Leonard, por su parte, no le dirigió la palabra hasta que estuvieron de nuevo en la seguridad de su despacho. Con un gruñido de agonía contenida, liberó los anclajes del exoesqueleto y se dejó caer pesadamente en su silla de ruedas. Su rostro estaba pálido, perlado de sudor por el esfuerzo sobrehumano de haber caminado, pero sus ojos seguían ardiendo con esa luz oscura y calculadora.—Sterling ya está siendo "entrevistado" por Malcom —dijo Leonard, rompiendo el silencio mi
CAPÍTULO 13: TRAICIÓN EN EL CLUB PRIVADOEl estruendo del cristal rompiéndose aún resonaba en las paredes aterciopeladas de El Elíseo. El silencio que siguió no fue de paz, sino de puro terror. Leonard Sinclair, erguido sobre su armadura de titanio y fibra de carbono, parecía un dios de la guerra antiguo renacido en una era de cables y pistones. Sterling, el hombre que había manejado los hilos de la junta directiva durante décadas, gemía en el suelo, rodeado de fragmentos de champán caro y sangre.—¡Seguridad! ¡Mátenlo! ¡Es un lisiado con un juguete caro! —gritó Sterling, arrastrándose hacia atrás.Cuatro guardias del club, hombres entrenados en combate urbano, se abalanzaron sobre Leonard. Katie ahogó un grito, pero Leonard ni siquiera parpadeó. Su movilidad era limitada, sí; sus giros no eran fluidos, pero su fuerza estaba multiplicada por la potencia asistida del exoesqueleto.Cuando el primer guardia intentó golpearlo con una porra extensible, Leonard bloqueó el ataque con el ante
La luz roja de emergencia en el búnker pintaba el rostro de Katie Moore con un matiz sanguinario. El eco de las explosiones en los niveles superiores aún vibraba en sus pies, pero el verdadero estruendo ocurría dentro de su pecho. Leonard Sinclair, erguido sobre sus piernas de metal biótico, la miraba con una intensidad que quemaba más que cualquier incendio.—Sterling no va a confesar solo porque le apuntemos con un arma —dijo Katie, su voz cortando el aire cargado de ozono—. Él es un tiburón de la vieja escuela. Si siente que lo estamos cazando, destruirá las pruebas antes de que podamos usarlas.—¿Y qué sugieres, pequeña Moore? —gruñó Leonard, apretando los dientes mientras el sistema de su pierna derecha emitía un siseo de advertencia—. ¿Que lo invitemos a otra cena de etiqueta?—Sugiero que usemos lo que él cree que es mi debilidad —Katie se acercó a Leonard, ajustando la solapa de su chaqueta—. Él cree que soy una mujer asustada, una mercancía que tú compraste y que busca una sa
El lujo no desaparecía en la mansión Sinclair, simplemente se volvía más aterrador. Leonard había ordenado trasladar una mesa de caoba maciza, vajilla de porcelana negra y cristalería de Baccarat al subnivel 4, una zona reforzada con muros de plomo y bloqueadores de señal. El contraste era grotesco: una cena de etiqueta en medio de una sala de interrogatorios de alta tecnología.Katie entró en el búnker sosteniendo la mano de su hermano, Thomas. Él estaba temblando. A pesar de llevar ropa limpia que Malcom le había proporcionado, el joven Moore parecía un animal herido frente a los faros de un camión.Leonard ya estaba en la cabecera de la mesa. El resplandor de las pantallas de seguridad a su espalda le confería un aura demoníaca.—Siéntense —dijo Leonard, señalando los platos con un movimiento elegante de su mano izquierda. Su mano derecha estaba vendada, ocultando el corte del pacto de sangre—. No todos los días se cena con un hombre que ha regresado de la tumba.—Leonard, por favo
El sótano de la mansión Sinclair no olía a humedad ni a abandono; olía a metal frío y a decisiones definitivas. Katie Moore fue escoltada por Malcom a través de los pasillos de hormigón pulido, con el corazón martilleando contra sus costillas como un animal enjaulado. Apenas unas horas antes, Leonard la había estrechado contra su pecho con una urgencia que ella creyó real. Ahora, el hombre que la esperaba al final del pasillo era un extraño envuelto en sombras.Cuando las puertas de la sala de seguridad se abrieron, Katie vio las fotografías proyectadas en una pantalla gigante de alta definición. Eran las imágenes de sus encuentros con Thomas. El secreto que ella había guardado con tanto celo estaba expuesto bajo la cruda luz de los focos.Leonard estaba sentado frente a las pantallas, dándole la espalda. El silencio era tan denso que Katie juraría que podía oír el zumbido de los servidores electrónicos.—¿Tienes algo que decir, Katie? —La voz de Leonard era un susurro gélido que reco





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