Sebastián
El dibujo de Isabella seguía sobre mi escritorio, ajeno a la brutalidad de la demanda legal que acabábamos de presentar. Un sol amarillo con patas y un dinosaurio verde cojeando. Era una imagen de inocencia que chocaba violentamente con la realidad de mi oficina, donde los abogados movían fichas para despojar a su madre de sus derechos.
Mi tío Ricardo me había advertido: "No te involucres emocionalmente. Ella es el enemigo, Sebastián. La niña es el objetivo, no la madre". Pero Ricardo no había visto esos ojos, ni la forma en que Isabella me sonrió cuando acepté su desastre de dinosaurio.
La demanda ya estaba en la calle, y el efecto fue inmediato. A mediodía, el teléfono no paraba de sonar. Mi madre, furiosa, llamó para felicitarme por la "agresividad" de la acción legal, pero me advirtió que no me atreviera a mostrar debilidad.
—Ella se va a defender, Sebastián. No olvides que esa mujer tiene la sangre de Eliseo. Y los Ferrer nunca se rinden.
—No necesito que me recuerdes q