En su vigésimo primer cumpleaños, Elena descubre que no es una joven común: la sangre de un antiguo aquelarre corre por sus venas. Cuando su poder despierta, también lo hace un mundo oculto de sombras, profecías y magia ancestral. Junto a Lucía, su hermana del alma y portadora de un don que nadie esperaba, Elena deberá desenterrar secretos que fueron enterrados junto a sus verdaderas madres… y enfrentar a un traidor que casi destruyó todo. Pero el destino no solo la une con su linaje. También la enfrenta al deseo: Amadeo, un ángel caído que guarda más de una herida, y Darek, un hombre marcado por la oscuridad… e hijo de su mayor enemigo. Mientras el pasado arde y el presente se desgarra, Elena deberá elegir entre el deber, la pasión… y la verdad que puede consumirlos a todos.
Leer másLa tensión era irrespirable. Amadeo se mantenía firme, de pie frente a ellos, pero su aura —siempre majestuosa, estable— vibraba con una inestabilidad inusual. Como si lo que estaba a punto de decir amenazara con romper su propia identidad. Elena no lo dejaba de mirar, ni por un segundo. Lucía, más pálida que de costumbre, había tomado distancia, pero su mirada era más afilada que nunca. Y Darek… permanecía en silencio. Los puños apretados. El corazón latiéndole en la garganta. —Entiendo que quieras protegernos pero tengo derecho a saber. Amadeo bajo la mirada, negando con la cabeza. —Está bien. —dijo finalmente Elena. —Solo dime una cosa y espero que sea la verdad. —. ¿Si mi padre es el traidor, Darek y yo…? —¿Quién soy yo? —agregó él, con voz baja. No enojado, sino herido. Desarmado. Amadeo exhaló lentamente. Sus ojos se posaron en cada uno de ellos, como si buscara medir las consecuencias antes de liberarlas. —Darek no es hijo del traidor. No de sangre al menos. Su padr
Elena caminó hasta el centro del círculo de protección que Amadeo había dibujado horas antes. Sentía su magia flotar dentro de ella como un animal herido. Todavía respiraba… pero se escondía en lo más profundo. Lucía preparaba infusiones y ungüentos mientras evitaba cruzar miradas con Amadeo, quien se mantenía al borde del claro, serio como una estatua. Darek no se separaba de Elena. Su cercanía era silenciosa. Protectora. Celosa. —Necesito respuestas —dijo Elena de pronto, su voz cortante como el filo de una daga. Amadeo giró el rostro, y sus ojos brillaron un instante. —Tendrás lo que pides. Pero no será fácil de oír. —No me importa. Quiero saber quiénes eran mis padres. Sobre todo… él. El hombre de mi visión. El que me llamó hija. Amadeo dio un paso hacia ella, pero Darek también lo hizo, como si su mera presencia fuera una amenaza. —Tranquilo, chico sombra —murmuró Amadeo con desdén. Lucía alzó la vista, y en su mirada apareció algo más que cansancio: incomodidad. —Dile
ElenaLa cámara ya no parecía un calabozo. Ahora era un altar.Elena estaba suspendida por cadenas de plata oscura, colgando apenas unos centímetros del suelo. Su piel ardía. No por heridas visibles, sino por la energía que le drenaban lentamente.Cuatro figuras la rodeaban, murmurando palabras antiguas. Las runas talladas en el suelo vibraban con cada sílaba, como si el espacio se agrietara con la magia.Frente a ella, la mujer de ojos verdes sostenía un cuenco de obsidiana.—Esto no es castigo, Elena —dijo suavemente, mientras un líquido espeso y oscuro chorreaba sobre las cadenas—. Las verdaderas herederas se forjan.Elena apretó los dientes. La magia le quemaba desde dentro, buscaba salir, pero estaba sellada. No podía gritar. Ni siquiera llorar. Solo resistir.Una corriente helada le recorrió la columna. De pronto, imágenes invadieron su mente: fuego, un bosque en ruinas, una niña gritando… y una sombra al fondo.La otra bruja.Sintió su presencia, como si respirara junto a ella.
ElenaEl lugar olía a humedad y metal oxidado.Cuando Elena abrió los ojos, estaba encadenada a una estructura de piedra, en lo que parecía una cámara subterránea. Las paredes estaban marcadas con símbolos antiguos, oscuros, grabados con precisión. En el centro, una antorcha iluminaba con llama púrpura.Sintió un hormigueo en los dedos. Su magia seguía apagada.—Estás despierta —dijo una voz femenina desde las sombras.Una mujer apareció. Era alta, de cabello blanco como la luna y ojos de un color verde como esmeraldas.—¿Quién eres?—Soy parte de lo que fuiste negada a conocer. De lo que te robaron. Somos sangre.Elena la miró con desconfianza.—¿Otra bruja del aquelarre?—La última que quedó libre… hasta ahora. Tu padre te buscó por años, Elena. Él no te abandonó. Te escondieron de él. Y ese ángel caído al que buscas… lo sabía.Las palabras le perforaron el pecho.—¿Estás diciendo que Amadeo… sabía quién era mi padre?—Sabe más de lo que te dijo. Pero no es el único con secretos.La
La noche cayó con un silencio espeso, interrumpido solo por el crepitar de la pequeña fogata que Darek encendió bajo un roble seco. No había palabras entre ellos desde que encontraron el refugio abandonado. Elena se mantenía atenta a los sonidos del bosque, pero más aún a los silencios de Darek.Lo observaba de reojo mientras él afilaba su cuchillo con movimientos lentos, casi mecánicos. Había algo en su rostro… cansancio quizas.—No duermes mucho, ¿verdad? —preguntó ella, rompiendo el silencio.Darek alzó la vista, sin dejar de afilar.—No se sobrevive durmiendo tranquilo.—¿Siempre fue así para ti?Él dudó un instante. Luego se encogió de hombros.—Desde que tengo memoria. El mundo no es amable si estas del lado oscuro.Elena bajó la mirada hacia sus propias manos. Tenía la sensación de que cada respuesta suya venía con un muro detrás. Pero también sabía lo que era construir muros con tal de no quebrarse.—¿Tus padres…?La palabra colgó en el aire. Darek detuvo el movimiento. Por pr
Elena se despertó en una cabaña de madera y piedra, envuelta en un calor tenue que no venía del fuego, sino de la energía latente en el ambiente. La cama era dura. Rústica. El aire olía a musgo, resina y humo.Darek estaba junto a la ventana, sin camisa, con un pantalón oscuro cubriéndole la parte baja del cuerpo. El sol atravesaba su espalda, delineando músculos y cicatrices.Elena se sorprendió al descubrir que lo estaba observando sin pestañear.Él lo notó. Sonrió de lado, sin volverse.—¿Dormiste bien, Elia?Elena tardó en responder.—Me costó. No suelo dormir en lugares desconocidos. Él se giro entonces. —Y sin embargo, aquí estás. En mi casa.Ella se levantó. Aún sentía los músculos tensos por la carrera.—Dijiste que me ayudarías.—Lo haré. Pero con condiciones —dijo, caminando hacia ella con paso felino—. Quiero saber quién eres en realidad, de qué huías.—¿Y si te digo que yo tampoco lo sé?—Entonces tendremos que descubrirlo.—Prepárate, entrenaremos no solo magia, también
Último capítulo