¿Donde está mamá?

De repente, la figura de una mujer se asomó por las escaleras. Alta, con el cabello largo hasta la cintura, de un tono avellana que brillaba bajo la luz tenue del vestíbulo. Sus ojos grises, fríos y penetrantes, atraparon la mirada de Elena al instante.

Elena

Esa mujer… me recuerda a alguien. Pero no puede ser. Ella murió…

Era ella. Mamá.

Lucía

—Elena… ¿tú estás viendo lo mismo que yo? ¿Qué está pasando? ¿Dónde está Nora?

Elena no podía apartar los ojos de esa mujer. Las palabras se le ahogaban en la garganta.

Tantas preguntas. Tanto miedo.

Esto no puede estar pasando… ¿o sí?

La mujer se detuvo a mitad de la escalera. Sus ojos grises se posaron directamente en Elena, como si la hubiese estado buscando desde siempre. No parecía sorprendida. No parecía confundida.

Mujer:

—Mi niña… cuánto has crecido.

La voz era suave, casi un susurro. Pero retumbó en el pecho de Elena como un trueno.

Elena

—¿Quién… quién eres?

Sus piernas temblaban. Quiso dar un paso atrás, pero sus pies no respondían. Lucía la sostuvo por el brazo, también paralizada.

Lucía

—Esto no tiene sentido. Mamá murió.

La mujer subio un escalón, luego otro, con una gracia que parecía no humana. Cada paso que daba parecía doblar la realidad a su alrededor: el aire se volvía más denso, más frío, como si la casa contuviera la respiración.

Mujer:

—No fue mi elección irme… pero tampoco fue mi decisión regresar.

Sus palabras estaban cargadas de algo antiguo, algo que no pertenecía a este mundo. Y sin embargo, su rostro seguía siendo el de su madre. El mismo lunar en la mejilla, la misma sonrisa melancólica. Pero sus ojos… tenían algo raro… algo oscuro.

Aunque Elena no se acordaba de ella, la había visto en fotos muchas veces, sabía que era ella, su madre.

Elena:

—No entiendo. ¿Cómo es posible? ¿Qué eres?

La mujer extendió la mano, pero no para tocarla, sino como si quisiera que Elena la siguiera.

Mujer:

—Tantas cosas que no recuerdas todavía… pero pronto, hija mía. Muy pronto.

Un estruendo sacudió la casa. Las luces parpadearon violentamente y, en un parpadeo, la mujer desapareció. Solo quedó un leve perfume a lavanda y cenizas flotando en el aire.

Lucía:

—Dios mío… ¿eso fue real?

Elena

Sintió que le ardía la piel, justo en la palma de la mano derecha. Bajó la mirada y vio una marca que no estaba antes: un símbolo en forma de espiral, rojo como una quemadura fresca.

El fuego bajo la piel volvía a despertar.

Minutos después

La casa seguía en silencio, como si todo lo ocurrido hubiese sido solo un sueño. Pero el aire denso, el aroma persistente a lavanda, y la marca ardiente en la mano de Elena decían otra cosa.

Lucía caminaba de un lado a otro por el salón, en pánico, con las manos en el cabello.

—Esto no tiene lógica, Elena. ¡Nada de esto la tiene! Esa mujer… era mamá. Yo lo sé. Pero ¿cómo puede estar viva?

Elena estaba sentada en el borde del sofá, mirando su palma enrojecida.

—No lo sé. Pero no era completamente ella. Había algo… distinto en sus ojos. Como si algo la estuviera habitando.

Lucía:

—¿Y esa marca en tu mano? ¿Desde cuándo tienes eso?

Elena

—Desde hoy… desde que empezó todo.

Lucía se detuvo. La miró fijamente.

Lucía:

—¿Qué estás diciendo? ¿A qué te refieres con “empezó todo”?

Elena dudó. Contárselo significaba aceptar que ya no había vuelta atrás. Pero después de lo que acababan de ver, ocultarlo no tenía sentido.

Elena:

—Hoy es mi cumpleaños número 21. Esta mañana… algo despertó en mí. Sentí como si algo me quemara por dentro, como si… una fuerza que había estado dormida toda mi vida se liberara.

Y justo entonces apareció él.

Lucía:

—¿Quién?

Elena:

—Un hombre. O algo parecido. Se llama Amadeo. Dice que no soy como los demás. Que mi sangre… es especial.

Lucía parpadeó varias veces, procesando lo que escuchaba.

Lucía:

—¿Te estás escuchando? ¿Magia? ¿Un extraño apareciendo el día de tu cumpleaños? ¿Y ahora mamá que aparece de la nada? Elena, esto parece sacado de una novela de terror.

Elena (susurrando):

—Tal vez estamos viviendo una.

Lucía se acercó, aún incrédula, pero menos asustada.

Lucía:

—Si esto es real, entonces tenemos que averiguar la verdad. Toda. Empezando por mamá.

Elena:

—Ella dijo que no eligió regresar. Que no fue decisión suya… ¿Quién la trajo entonces? ¿Y por qué ahora?

Lucía:

—Hay algo más que no encaja. Recuerdo que, cuando mamá murió, papá y Nora desaparecieron por horas antes de decirnos nada. Y nunca explicaron lo que pasó con claridad.

Elena se levantó de golpe.

Elena:

—Nora. Tiene que saber algo. ¡Ella siempre supo más de lo que decía!

La noche había caído como una manta pesada sobre la casa. Afuera, el viento agitaba las ramas de los árboles con fuerza, y cada crujido parecía un susurro antiguo. Dentro, Elena y Lucía buscaban desesperadamente algo —cualquier cosa— que pudiera explicar lo que acababan de presenciar.

Elena bajó al sótano con una linterna. Era un lugar que Nora rara vez permitía que tocaran. Decía que había “cosas delicadas” allí, recuerdos antiguos de la familia. Pero ahora, nada de lo que Nora había dicho o hecho parecía inocente.

Entre cajas polvorientas y muebles tapados con sábanas, una vieja cómoda de madera destacaba. Cuando Elena abrió el tercer cajón, encontró una pequeña caja metálica con cerradura oxidada.

—Lucía, ven —llamó con un hilo de voz.

Lucía bajó corriendo, sosteniendo su celular como si pudiera protegerlas.

—¿Qué es eso?

—No lo sé. Pero tiene el mismo símbolo que apareció en mi mano —respondió Elena, señalando una espiral tallada en la tapa.

Elena pasó los dedos por la cerradura. Al contacto, la caja se abrió sola con un leve clic.

Dentro, un cuaderno de cuero agrietado esperaba, con el nombre “Nora Velmont” escrito a mano en la primera página.

Lucía:

—Es el diario de Nora.

Elena:

—Empieza en 2004… cuando yo nací.

Con manos temblorosas, Elena pasó las páginas. La caligrafía era firme, elegante. Las primeras entradas hablaban de la vida cotidiana, pero poco a poco, el tono cambiaba:

“Hay algo en ella. Lo supe desde que la vi por primera vez, envuelta en fuego en medio del bosque. No es una niña normal. No sé quiénes eran esas criaturas, pero estaban huyendo… y la dejaron a ella.”

“Amadeo vino a buscarla. No sé cómo logró encontrarme. Le dije que no sabía dónde estaba. Mentí. Porque esta niña es humana… y no lo es. Hay algo en su sangre que quema como la luz del mediodía.”

“La marqué. Tenía que hacerlo. Para protegerla. Pero si su madre alguna vez regresa… todo se desmoronará.”

Lucía:

—¿Su madre? ¿Estás leyendo eso bien?

Elena:

—Sí. Mira esto…

“No es mi hija. No lo es. Pero la amo como si lo fuera. Y aún así, el día que cumpla veintiuno… no habrá forma de detenerlo.”

Elena cerró el diario de golpe. Un silencio pesado cayó sobre las dos.

Lucía:

—¿Qué quiso decir con que no habrá forma de detenerlo?

Elena:

—Que todo esto ya estaba escrito. Y que Nora lo sabía desde el principio.

Elena seguía sosteniendo el diario con fuerza, la marca en su palma palpitando como si respondiera a cada palabra escrita en esas páginas.

Lucía se acercó, preocupada.

—¿Estás bien? Estás pálida.

—Me arde —susurró Elena, y cayó de rodillas.

El símbolo en su piel empezó a brillar intensamente, y una ráfaga de aire caliente recorrió el sótano. Las paredes vibraban. El fuego de una vela se alzó sin control, como si algo intentara entrar desde otra dimensión.

Lucía, sin saber por qué, se arrodilló frente a ella. Quiso tocarla, pero su mano se detuvo justo antes de hacerlo.

—¡Basta! —gritó.

Y entonces ocurrió.

Una esfera de luz dorada brotó de su pecho, expandiéndose como un escudo entre Elena y la energía que la envolvía. El aire se detuvo, el fuego se calmó, y la marca en la mano de Elena se apagó.

Ambas respiraban agitadas. Elena la miró con los ojos muy abiertos.

—¿Qué hiciste?

Lucía temblaba. Aún tenía las manos extendidas, y pequeñas hebras de luz bailaban entre sus dedos.

—No lo sé… pero sentí que tenía que protegerte. Como si algo me respondiera… como si siempre hubiera estado ahí, esperando.

Elena sonrió débilmente.

—Tú también eres parte de esto.

Lucía bajó la mirada, nerviosa… pero en sus ojos brillaba algo nuevo.

Poder.

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