El Paso Sombrío era un lugar en ruinas.
Las piedras estaban cubiertas de musgo seco, ennegrecidas por siglos de magia sin nombre. El aire olía a metal oxidado y a humo, como si el tiempo mismo se hubiese quemado allí.
Elena sintió la vibración apenas cruzaron el umbral: un tirón visceral, como si el plano reconociera su presencia.
—Está cerca —dijo, con la daga temblando en su cinto.
Sareth, entrecerrando los ojos—. Hay algo despierto. Algo viejo.
Kael frunció el ceño.
—Lo siento también. Es magia residual… mutada.
Amadeo se adelantó con la espada desenvainada, la luz que lo rodeaba parpadeando en respuesta a la distorsión del lugar.
—Esto está contaminado.
Entonces lo vieron.
En el centro de un antiguo círculo de invocación, hundido en el suelo de piedra, se encontraba un relicario. Negro. Irregular. Palpitante. Como un corazón petrificado.
Y lo que lo rodeaba no tenía nombre.
Criaturas deformes, fundidas con fragmentos del plano, como si hubiesen sido humanos una vez y luego corromp