La noche había caído como un sudario sobre el bosque. No había estrellas. Solo un cielo inmóvil, mudo. Como si incluso el firmamento temiera respirar.
Elena no dormía.
Sentada frente al círculo de protección donde Eidan descansaba, con Lucía a su lado canalizando una red de runas menores, sentía que algo se removía aún en la distancia. No era magia. Era otra cosa. Un presentimiento, un vacío demasiado familiar.
A sus espaldas, el fuego crepitaba. Ailén se acercó sin hacer ruido, envuelta en su capa gris, como una sombra amable.
—Estás agotada —dijo, sin rodeos.
—Estoy bien —mintió Elena, sin convicción.
Ailén no respondió enseguida. Se sentó frente a ella, y por un momento, ambas solo compartieron el silencio.
—Ya no la siento —murmuró Elena, sin levantar la voz—. A Nyara. Antes era como un picor constante. Como un susurro en la nuca. Pero desde que Kael y Darek cerraron ese plano… se desvaneció.
—Tal vez se debilitó —aventuró Ailén.
—Tal vez está cambiando de forma —dijo Elena, con l