—¿Y tú simplemente vas a seguirlo? —La voz de Lucía temblaba, pero no por miedo a Amadeo, sino por la grieta que se abría entre ellas—. ¿Ni siquiera vas a dudar un segundo?Elena, aún de pie frente a él, bajó lentamente la mano que había extendido para tomar la suya. Miró a su hermana. Lucía tenía los ojos cargados de una furia contenida, de esa clase de dolor que no se grita, pero que arde igual.—No es eso… —empezó Elena, aunque no sabía cómo terminar esa frase. ¿Cómo podía explicarle que sentía dentro de sí una llama que no se apagaba, que su cuerpo respondía a Amadeo como si lo conociera de antes de nacer?—Entonces ¿qué es? —Lucía dio un paso hacia ella, su luz parpadeando como si también dudara—. Porque yo no entiendo nada. De pronto hay magia, linajes secretos, una profecía, un hombre que parece una sombra con ojos… y tú… tú pareces como si todo esto fuera lo que esperabas toda tu vida.—Tal vez lo esperaba —dijo Elena, con una honestidad que dolía—. Tal vez a
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