El portal se cerró tras ellos con un chasquido seco, como si el plano mismo sellara una herida que había sangrado demasiado. La luz del Saelith desapareció, y el suelo bajo sus pies volvió a sentirse sólido.
Sareth cayó de rodillas, aún abrazando a Eidan. Kael se inclinó junto a ella, con el corazón latiéndole a un ritmo imposible. Pero antes de que pudieran hablar, una onda de magia los rodeó.
—¡¡EIDAN!! —la voz de Elena estalló como una orden.
A pocos metros, ella corría hacia ellos con los ojos desbordados de terror. Su pelo estaba revuelto, su ropa rasgada por la energía que había liberado buscando al niño. Darek iba detrás de ella, con sombras reptando bajo su piel, vivas, salvajes, sin control. Lucía y Amadeo cerraban el círculo, cubriéndolos con hechizos de contención. Todos estaban en pie de guerra.
—¡Elena! —gritó Kael, pero no fue necesario.
Ella ya había llegado.
Se arrojó al suelo, con los brazos abiertos, y Sareth le entregó al niño sin decir palabra. Eidan lloraba bajito