El umbral que respira

Lucía y Amadeo se detuvieron frente a un arco de piedra.

Él la miró como si cada centímetro de su rostro fuera nuevo.

—¿Sabés? A veces pienso que el mundo se está cayendo a pedazos solo para obligarnos a elegir.

¿Quieres vivir o solo sobrevivir?

Lucía levantó una ceja.

—¿Y tú qué elegis?

—A ti, siempre a ti.

Y si puedo, un hogar. Uno real.

Un lugar donde no tenga que empuñar una espada cada vez que alguien toca la puerta.

Lucía tragó saliva. Quiso decir algo, pero el nudo en la garganta no la dejó. En lugar de eso, se acercó, lo besó como si fuera la primera y la última vez, y lo llevó con ella al interior del cuarto.

Esa noche no hubo guerra.

No hubo estrategias.

Solo dos personas que habían desafiado la muerte lo suficiente como para permitirse un poco de vida.

Elena, en cambio, no podía dormir.

Eidan se movía inquieto.

Su magia chispeaba bajo la piel, como si detectara algo que aún no llegaba.

Darek estaba despierto también, acostado a su lado. La miraba en silencio.

—¿Creés que no
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