Los días se desdibujaron en un dolor sordo y una oscuridad abrumadora. flashes aparecían en mi memoria, golpeándome con una fuerza espeluznante. La sensación helada de unas sábanas de seda, voces bajas, el olor a hierbas medicinales. Estaba al borde. Lo supe. Sentía mi cuerpo como un cascarón vacío, y mi loba, Keyra, seguía en un silencio sepulcral, apenas un eco de vida. Los sanadores reales, con sus manos expertas, se afanaban, pero el daño de la plata y el trauma eran inmensos.Hubo un momento, un instante eterno, en el que sentí el peso de la muerte. Frío. No el frío del calabozo, sino el vacío absoluto, un tirón inexorable. Vi mi cuerpo desde arriba, inerte, y escuché a los sanadores susurrar, sus voces llenas de desesperación.—¡La estamos perdiendo! ¡Más esencia de lobo plateado! ¡Tenemos que estabilizarla!Me estaba yendo. Estaba en el limbo, un espacio gris y tranquilo donde el dolor se desvanecía. Y entonces, lo vi. Estaba allí, esperándome. Dorian. Tan real, tan hermos
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