El diagnóstico de la traición

El techo del hospital era de un blanco quirúrgico que lastimaba mis ojos. El sonido rítmico de un monitor cardíaco me recordaba que seguía viva, aunque cada parte de mi cuerpo se sentía como si hubiera sido arrollada por un camión. Intenté mover la mano, pero sentí el tirón de una vía intravenosa.

—No te muevas, Isa. Todavía tienes el sistema cargado —la voz de Jimena era firme, profesional, pero teñida de una preocupación que solo una hermana puede sentir.

Giré la cabeza lentamente. Jimena ya no llevaba el vestido de fiesta; vestía su bata blanca impecable con su nombre bordado: Dra. Jimena Vargas, Jefe de Urgencias. Verla en su elemento, rodeada de autoridad y conocimiento, me recordó quién era yo antes de perderme en el laberinto del matrimonio Morel. Yo también era una profesional. Yo también tenía un lugar en el mundo que no dependía de un apellido.

—¿Qué me dieron? —mi voz sonó como si hubiera tragado arena.

—Una mezcla de benzodiazepinas de acción rápida y un potenciador sintético —Jimena revisó el gotero con movimientos precisos—. no querían que solo te marearas; quería que perdieras el control total de tus actos. Si Ricardo no te hubiera sacado de allí, habrías terminado en una situación irreversible.

Cerré los ojos, recordando el calor de las manos de Ricardo en la limusina. La ironía era un trago amargo: el hombre que me rompió el corazón me había salvado de un destino peor. Pero no me engañaba. Su "heroísmo" no borraba cuatro años de negligencia.

Mientras tanto, en la sala de espera privada del hospital, el ambiente estaba a punto de estallar. Ricardo estaba sentado en uno de los sillones de cuero, con la cabeza entre las manos. Los papeles del divorcio, esos que yo le había arrojado con tanto desprecio, asomaban por el bolsillo de su chaqueta, arrugados y humillados.

No podía dejar de pensar en mi rostro bajo las luces de la limusina. No podía sacar de su mente la forma en que su corazón había dado un vuelco al reconocer en esa mujer imponente a la "esposa gris" que siempre ignoró. Se sentía como un hombre que descubre que ha tenido un diamante en bruto en la mano y lo ha tirado a la basura pensando que era un vidrio común.

—¡Es el colmo, Ricardo! ¡Es el maldito colmo! —el grito de Camila rompió su ensimismamiento.

Camila caminaba de un lado a otro frente a él, con la cara roja de furia y el vestido rosa ahora arrugado.

—Me dejaste sola en la fiesta de los Rossi. ¡A mí! ¡A la mujer que lleva a tu hijo! —le reprochó, golpeando el suelo con su tacón—. Todo por ir detrás de esa... de esa aparecida. ¿Qué te pasa? ¿Acaso no viste que solo está montando un circo para llamar tu atención? ¡Esa transformación es ridícula!

Ricardo levantó la vista. Por primera vez en años, el tono de voz de Camila, que antes le parecía dulce y vivaz, le resultó irritante y chillón.

—Ella no estaba montando un circo, Camila. Estaba drogada —dijo Ricardo con una voz peligrosamente baja.

—¡Oh, por favor! —Camila soltó una carcajada sarcástica—. Ella se drogó sola para hacerse la víctima. Conoce tus debilidades, Ricardo. Sabe que eres un caballero y que correrías a salvarla. Es una manipuladora profesional.

—Basta —susurró él.

—¡No me callo! Me humillaste frente a todos. Mateo no deja de hablar de lo "increíble" que se ve Isabella. ¿Acaso ya olvidaste que ella nos odia? ¿Que te dio una bofetada frente a tu servicio? Ricardo, mírame. Yo soy tu presente. Yo soy la madre de tu heredero.

Ricardo se puso de pie, su estatura imponente haciendo que Camila retrocediera un paso. Sus ojos negros, habitualmente fríos, ahora tenían un brillo de duda y arrepentimiento que ella nunca había visto.

—Lo que pasó esta noche fue una vergüenza, Camila —dijo Ricardo, ignorando sus reclamos—. Y lo peor es que estoy empezando a sospechar que tú tuviste mucho más que ver con ese "incidente" de lo que admites.

—¿Cómo puedes decir eso? —Camila fingió un sollozo, llevándose la mano al vientre—. ¡Estás acusando a la madre de tu hijo por culpa de esa mujer!

Ricardo no respondió. Solo pensaba en la firmeza de mi voz en el auto, en la forma en que le sostuve la mirada sin parpadear. Se sentía vacío. El mensaje del embarazo, que debería haber sido la culminación de su felicidad, ahora se sentía como una cadena pesada que lo ataba a una mujer que, de repente, le parecía extraña y maliciosa.

La puerta de mi habitación se abrió y Jimena salió al pasillo, encontrándose de frente con ellos. Su rostro profesional desapareció para dar paso a la mujer que defendía a su sangre.

—Jimena ... —intentó decir Ricardo, dando un paso adelante.

—Ni un paso más, Ricardo—sentenció Jimena, cruzándose de brazos—. Mi hermana está bajo observación. El informe toxicológico ya está listo y, como abogada que es, Isabella ya sabe exactamente qué pasos legales seguir.

Miró a Camila con un desprecio que la hizo encogerse.

—Y tú, Camila... espero que ese bebé sea realmente un Morel, porque vas a necesitar cada centavo de Ricardo para pagar a los abogados que intentarán salvarte de la cárcel por intento de envenenamiento y agresión. Tengo el video de seguridad de los Rossi. Se ve claramente tu "propina" al mesero.

El rostro de Camila se volvió de un color cenizo. Ricardo giró la cabeza lentamente hacia ella, con una expresión de horror absoluto.

—¿Lo hiciste? —preguntó Ricardo, su voz era un trueno contenido.

—¡Ella miente! —chilló Camila—. ¡Es un complot de las hermanas Vargas para separarnos!

—Vete de aquí, Ricardo —ordenó Jimena—. Isabella no quiere verte. Ella ya firmó los papeles. No te acerques más a ella, no le llames. Has perdido el derecho a preocuparte por ella el momento en que permitiste que esta víbora entrara en su vida.

Desde mi cama, a través del cristal de la puerta que se había quedado entreabierta, pude ver la espalda de Ricardo alejándose. Se veía derrotado, un gigante con pies de barro. Y por primera vez en toda la noche, sentí una ola de satisfacción que superaba al dolor físico.

Jimena entró de nuevo y me tomó la mano.

—Ya está hecho, Isa. Él sabe la verdad. Ella sabe que la tenemos acorralada.

—Esto es solo el principio, Jimena —dije, sintiendo cómo el efecto de la droga se disipaba por completo, dejando espacio para una claridad mental implacable—. Ricardo cree que puede perseguirme para calmar su culpa, y Camila cree que el embarazo es su escudo. Se equivocan. Voy a ejercer mi título como nunca antes. Voy a quitarles hasta el último gramo de paz que me robaron.

—Esa es mi hermana —sonrió Jimena—. Mañana te dan el alta. Y mañana, Isabella Vargas volverá a las cortes, no como una esposa, sino como la mujer que les cobrará cada deuda.

Me quedé mirando el techo, trazando mi plan. La humillación pública que ellos me hicieron pasar sería devuelta con intereses. Camila quería guerra, y yo estaba a punto de darle un campo de batalla que no podría controlar.

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