Para salvar el honor y la estabilidad económica de su familia, Bianca Lira se ve obligada a tomar el lugar de su hermana fugitiva en el altar y casarse con Efraín Herrera, un multimillonario CEO. Efraín no es un esposo, es un verdugo. Consumido por el dolor de la traición, ve en Bianca el instrumento perfecto para su venganza, decidido a sanar su corazón roto a costa del sufrimiento de ella. Pero Bianca se niega a ser una víctima. Detrás de su aparente fragilidad, arde un espíritu desafiante que choca una y otra vez contra el hombre cruel que vive atrapado en su propio rencor. En medio de esta guerra de voluntades, los secretos del pasado salen a la luz y surgen las chispas de una atracción innegable y peligrosa. ¿Puede el amor florecer de las cenizas de la venganza? ¿O el dolor que sembraron solo cosechará la destrucción de ambos?
Ler maisEn la mansión de los Lira, en las afueras de la ciudad, se escuchó un grito de pánico.
—¡La señorita Claudia no está!
Quien gritaba era Rosa Torres, el ama de llaves muy querida por la familia, que sostenía un vestido de novia blanco mientras miraba, paralizada, la habitación vacía.
Todos corrieron hacia el cuarto. La abuela Lira casi se desmaya del disgusto y los empleados domésticos se apresuraron a llevarla de vuelta a su habitación. Bianca Lira se quedó pálida; recordó que, dos días antes, su hermana le había confesado que no quería casarse por un arreglo familiar. «¿Será que de verdad se fue con ese cocinero...?», no se atrevía a terminar el pensamiento.
—Señor, el carro para recoger a la novia está por llegar. ¿Qué hacemos? —preguntó Jacinto Pérez, el mayordomo de la familia. Llevaba años sirviendo a los Lira y sabía que la situación era grave. Su viejo semblante pareció arrugarse aún más.
—¡Esa Claudia! —maldijo Antonio Lira, tomando la nota de despedida que su hija había dejado y haciéndola pedazos.
Sara Lira, su elegante y dulce esposa, le tomó la mano. Aunque también estaba furiosa con Claudia, ver a su marido con las venas del cuello marcadas la preocupó.
—Antonio, no te alteres. No te hace bien. Seguro Claudia solo está confundida, ya volverá.
—¡Si vuelve, le rompo las piernas! La limusina ya casi está aquí. Los Lira y los Herrera somos familias importantes, ¿cómo se supone que le diga a los Herrera que la novia se escapó? ¿Que se cancela la boda? Sabes perfectamente que Efraín Herrera quiere mucho a nuestra Claudia. Y ahora esto… ¡esa niña! —Antonio se dejó caer en el sofá, derrotado.
—Papá, mamá, ¿y si le llamamos a la familia Herrera para ver qué hacemos? La prensa ya está llamando a esto “la boda del siglo”, tenemos que pensar en algo rápido —dijo Bianca, arrodillándose frente a su padre, con una mirada llena de angustia.
Antonio se levantó y fue a su estudio a hacer la llamada. El resto esperaba en la sala con una ansiedad que hacía que el tiempo pasara con una lentitud insoportable. Cuando regresó, su expresión era de puro espanto. Miró a Bianca, que se había acercado para ayudarlo, y sus labios temblaron antes de poder hablar.
—Efraín quiere que Bianca se case con él. Si no, retirará toda la inversión en nuestra empresa y nos llevará a la quiebra.
Todos en la habitación se quedaron helados. Los ojos de Sara se llenaron de lágrimas.
—Pero ¿por qué? Él ni siquiera ha tratado a Bianca.
—¡Efraín Herrera! —gritó Antonio, golpeando la mesa de caoba con tal fuerza que el impacto lo hizo colapsar.
Sara, desesperada, comenzó a llorar mientras llamaba al doctor Raúl Anaya. Jacinto, ordenó a otros empleados que ayudaran a recostar a Antonio en el sofá y le dieron una de sus pastillas para el corazón.
—Señora, señora, ¡llegó el carro de la familia Herrera! —anunció Luis, un joven del servicio, entrando a toda prisa.
—Dios mío, ¿qué vamos a hacer? —sollozó Sara, aferrada a la mano de su esposo. No se dio cuenta de que, a sus espaldas, su hija menor cerraba los ojos con una expresión de tristeza infinita.
—Mamá, yo me caso.
Sara se giró, incrédula. Se quedó mirándola un instante y luego la abrazó con fuerza, rompiendo en un llanto desconsolado.
—Señorita Bianca… —dijo Rosa, llorando también. «Pobre niña», pensó. «De pequeña se perdió y sus padres tardaron cuatro años en encontrarla en casa de unos campesinos que la habían comprado. Ahora que por fin tenía una vida tranquila, tenía que sustituir a su hermana en el altar».
Bianca apretó la mano de su madre y se volvió hacia Rosa.
—No estés triste —le dijo en voz baja—. Ayúdame a arreglarme. Hoy soy la novia.
Rosa se secó las lágrimas y subió las escaleras detrás de ella. Sara se mordió el labio con fuerza; por salvar a una hija, estaba sacrificando la felicidad de la otra. Pero, en ese momento, no había otra opción.
Cuando Bianca bajó las escaleras, todos en la habitación contuvieron el aliento. El vestido de novia ceñía su esbelta figura, su cabello oscuro enmarcaba una cara de piel blanca y labios rosados. Sus ojos negros, profundos y algo melancólicos, parecían un pozo sin fondo que atraía todas las miradas.
Era hermosa. Esa fue la primera palabra que cruzó la mente de todos.
—Hija mía… —dijo Antonio, que ya se había recuperado un poco. Con la ayuda del doctor, se sentó y le tendió la mano.
—Papi. —Bianca tomó su mano fuerte y sintió un poco de calor a pesar del frío que la invadía. Amaba a su familia, y eso era suficiente.
—Bianca… —Sara también extendió la mano, y los tres se abrazaron en un gesto de unidad. Ni uno solo de los miembros del personal pudo contener las lágrimas ante la desgarradora escena.
—Ya, papá, mamá, su hija se casa hoy. Voy a ser feliz, no se preocupen por mí. Cuídense mucho, ¿sí? —les dedicó una sonrisa amorosa.
Acompañada por su familia, subió a la lujosa limusina que encabezaba el cortejo nupcial. Una vez dentro, se despidió con la mano y cerró los ojos, negándose a mirar atrás por miedo a arrepentirse. «Papá, mamá, hermana, por favor, sean felices».
Después de que Francisco se fue por la tarde, la mansión quedó sumida en un silencio abrumador. Bianca se sentó en el sofá, sin ver la televisión, con la cabeza gacha, perdida en sus pensamientos.Decidió tomar el celular y marcar un número. A los pocos tonos, una voz suave respondió.—¿Bianca?—Mamá… —dijo ella, sintiendo un nudo en la garganta, pero logró controlarse. Sin embargo, olvidó lo bien que su madre la conocía.—Bianca, ¿qué pasa? ¿Estás triste? —preguntó Sara, su voz teñida de preocupación.Antonio, que le había pedido a su esposa que le trajera su pijama, se detuvo al oír la pregunta. Se acercó al teléfono y la miró, interrogándola con la mirada. Sara negó con la cabeza, pidiéndole que no hiciera ruido.—No, mami, no me pasa nada. Solo te extrañaba. —Bianca echó la cabeza hacia atrás. Alguien le había dicho una vez que ese gesto ayudaba a contener las lágrimas, y parecía funcionar. Las lágrimas se quedaron en sus ojos, sin atreverse a caer.—¿Segura que solo es eso? —insi
Efraín conducía con la vista fija al frente, sus manos aferradas al volante con fuerza. Acababa de recibir una llamada de su asistente, quien le informó que habían localizado a Claudia. Solo oír su nombre le provocó un fuerte dolor de cabeza, una punzada que lo hizo desear aparecer frente a ella en ese mismo instante. Su asistente le había dicho que estaba en una pequeña y remota aldea en la sierra de Chiapas. Alguien la había visto allí....Bianca se giró, aturdida, y vio la mirada preocupada de Francisco. Se forzó a sonreír.—Qué bueno que se fue. Así tenemos más para nosotros. Ven, vamos a comer.—¿Estás bien? —le preguntó él en voz baja.—Yo… ¿por qué no habría de estarlo? Estoy bien. ¿Puedo llamarte Francisco? —dijo, sus grandes ojos parpadeando con nerviosismo mientras buscaba desviar el tema.—Claro que sí. Y supongo que yo puedo llamarte Bianca, ¿verdad? —respondió él con amabilidad, y le sirvió un camarón en el plato.—Sí, por favor. Así no me siento tan rara. Jaja, estos c
Se sentaron en la sala y Bianca les sirvió dos tazas de té, colocando una frente a Francisco con una sonrisa tímida.—La otra vez, de verdad, muchas gracias. Quería llamarte para invitarte a cenar, pero con lo del pie… lo siento mucho.Efraín bebió un sorbo de té. Al oír eso, arrugó la frente. ¿Cuándo se habían visto esos dos? Le lanzó una mirada inquisitiva a su amigo, quien, al notarlo, se sintió un poco incómodo y tomó otro sorbo para disimular.—Ah, no fue nada. Fray y yo somos buenos amigos. Era mi deber venir a verte si estabas lastimada —dijo Francisco con una amabilidad que contrastaba brutalmente con la atmósfera tensa que Efraín creaba—. Además, me dio gusto encontrar a alguien que aprecia el diseño.—¿Apreciar? ¡Soy tu mayor admiradora! —exclamó Bianca, la emoción venciéndola—. En serio, tus colecciones son una inspiración. La forma en que combinas la audacia con la elegancia es única.Efraín resopló, un sonido de puro desdén.—Por favor, no empieces con tus discursos de fa
La lesión resultó ser leve. Al cuarto día, el dolor casi había desaparecido. Aunque todavía no podía hacer mucha fuerza, se sentía mejor. Bianca estaba sentada en la glorieta del jardín, mirando la alberca a lo lejos. Efraín se había ido a la oficina. Al pensar en él, una sutil sonrisa se dibujó en sus labios. Esos últimos días se había portado bien. Aunque seguía siendo brusco al hablar, ella notaba que se preocupaba por su mejoría. La idea le provocó un cosquilleo en el corazón. ¿Sería que… le gustaba? Solo pensar en esas dos palabras hizo que se sonrojara. No, no podía pensar en eso. Angustiarse por tonterías no era propio de ella.Un Audi A8 gris entró en la propiedad. Bianca lo reconoció al instante y su corazón dio un brinco de alegría. Quiso levantarse, pero dudó y se quedó sentada. No podía dejar que él notara que lo estaba esperando con ansias.Pero al bajar del carro, vio que no venía solo. Lo acompañaba un hombre alto y delgado, con una camisa blanca de algodón que le daba
—Fray, ¿qué te trae por aquí hoy? —preguntó Diana Acosta, dando una calada elegante a su cigarrillo. Era la dueña de “El Infinito”, la famosa señora Diana. Aunque ya pasaba de los treinta, su piel era la envidia de chicas mucho más jóvenes. Pero su verdadero tesoro era su sofisticación y su manera de tratar a la gente, algo que las jovencitas ni soñando podrían igualar.El hombre frente a ella vestía un traje negro impecable que, lejos de hacerlo ver rígido, acentuaba su aire distinguido y elegante. Era una figura clave en el mundo de los negocios de la ciudad y el sueño de innumerables mujeres. Era Efraín Herrera, un hombre que parecía observar el mundo desde la cima.Efraín se recostó perezosamente en el cómodo sofá, entrecerró los ojos y, después de observar a la mujer del vestido negro bordado, declaró:—Estás enamorada.Diana se sobresaltó un instante. Sus ojos seductores brillaron, haciéndola aún más fascinante. Una sonrisa tímida se dibujó en sus labios rojos.—Vaya, Fray. Nada
Al mediodía, Bianca cojeaba hacia la cocina en busca de algo de comer. Tenía mucha hambre. Antes de que pudiera llegar a la puerta, esta se abrió y Efraín entró.—¿No sabes tocar? —le dijo ella, molesta. Este tipo la sacaba de quicio.—¿Necesito tocar para entrar a mi propia casa? —respondió él, y sin más, la levantó en brazos—. Cállate, vamos a comer.Bianca, que estaba a punto de gritar, se calló y se dejó llevar. La verdad era que no le desagradaba estar en sus brazos. Al darse cuenta de lo que estaba pensando, se reprendió mentalmente. ¿Cómo podía gustarle que ese demonio la cargara? Tímidamente, levantó la vista para mirarlo. Su cara se sonrojó. Tenía que admitir que era muy guapo.—No sabía que te gustaba espiar a la gente —dijo él con voz burlona.Bianca sintió que la cara le ardía.—Solo estaba viendo el techo —masculló.Él se rio.—Ja. —Esta mujer era de verdad terca, y eso le pareció divertido—. Pesas mucho.Al oír eso, sintió que ella tensaba sus brazos. Levantó su cara son
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