A la mañana siguiente, una llamada de su padre hizo que Bianca temblara de rabia. ¡Efraín era un maldito cínico!
Lo buscó por toda la casa, pero no estaba. Tomó un taxi y se dirigió directamente al edificio del Corporativo Herrera. Se detuvo frente al imponente rascacielos, apretando los puños, y entró furiosa.
—Señorita, señorita, no puede pasar así. ¿A quién busca? —La recepcionista, al ver a una mujer elegante entrar con esa actitud, presintió problemas. El presidente tenía demasiadas admiradoras, y aunque las visitas de mujeres guapas eran frecuentes, una así de enfadada era raro. «¿Se habrá enterado de que se casó y viene a armar un escándalo?», pensó.
—Busco a Efraín Herrera. A su presidente —respondió Bianca, respirando hondo para calmarse. La recepcionista no tenía la culpa.
—¿Podría darme su nombre y el motivo de su visita? —preguntó la empleada con cautela. No quería meter la pata.
—Bianca Lira. Si le dices mi nombre, él sabrá por qué estoy aquí.
«Ah, es la nueva esposa del