Bianca paseaba por las calles de Aarhus, en Dinamarca, disfrutando del paisaje rural. No podía creer que existiera una ciudad así, con sus calles tan limpias y ordenadas que parecían un tesoro bien cuidado. Se veía la costa, el mar azul salpicado de veleros blancos y yates que se deslizaban sobre el agua. Era un lugar hermoso.
Lo que menos esperaba era encontrarse en una de esas calles con dos personas conocidas, caminando de la mano con una complicidad evidente.
Francisco soltó la mano de su pareja, un poco incómodo. Él también estaba sorprendido de verla. Hacía meses que no se encontraban, y ella se veía radiante y serena.
—Qué sorpresa verlos.
Su sonrisa era genuina, llena de una calma.
Los dos se sentaron en la arena de la playa, mientras Rubén se quedaba de pie a poca distancia. Era un asunto entre ellos dos, así que prefirió mantenerse al margen.
—Te ves muy bien, Francisco.
Notó el anillo en su mano.
—¿Están casados?
—Sí.
Respondió, un poco tímido.
—No te preocupes. Ya lo super