Caminando por la zona comercial, Bianca entró en una tienda que contaba con una gran variedad de celulares. Tenía que conseguir uno nuevo cuanto antes.
Estaba mirando los modelos para mujer cuando un celular delgado de color rosa metálico le llamó la atención. Justo cuando iba a pedirle a la empleada que se lo mostrara, una voz masculina, agradable y tranquila, sonó a su lado.
—Ese te quedaría muy bien. —El sujeto señalaba el mismo teléfono.
Bianca levantó la vista y vio a un tipo atractivo y elegante, más o menos de su edad, que le sonreía como si se conocieran. Se sonrojó.
—Gracias, justo me había fijado en ese.
—Hola, Bianca. Soy Francisco Solís, amigo de Fray. Te vi en la boda. —le dijo, extendiendo la mano.
—Ah, hola. Qué coincidencia encontrarte aquí. ¿Tú también vienes por un celular? —respondió, estrechándole la mano, sintiendo la calidez del saludo.
Francisco se encogió de hombros y le mostró su propio celular, partido en dos, con una sonrisa resignada.
—Se me cayó rodando por las escaleras.
—Vaya, qué lástima. El mío también se rompió —dijo ella con una risita. De pronto, su mirada se fijó en un adorno que colgaba de su celular —. ¡Francis! ¿Ese es tu nombre en inglés?
—Sí, ¿por? —preguntó Francisco, extrañado por su reacción repentina.
—¡No puede ser! ¿Eres Francis, el diseñador de moda? —preguntó ella, con una emoción creciente. Él asintió. Bianca buscó algo en su bolso para pedirle un autógrafo, pero se dio cuenta de que no traía nada con que escribir.
—¡Me encanta tu estilo! Es vanguardista, libre, celebra la naturaleza. ¿Sabes? Yo también estudié diseño de modas y siempre he admirado tus colecciones femeninas. ¡No puedo creer que te encontré aquí! ¡Qué emoción!
Francisco no dijo nada, solo le dedicó una sonrisa amable. Bianca se sintió un poco tonta.
—Ay, perdón. Creo que me emocioné de más. Lo siento.
—No te preocupes, me da gusto que te agrade mi trabajo. Por cierto, ¿cómo está Fray?
—¿Ah, él? —Bianca se quedó en blanco por un segundo, recordando cómo la había empujado y había roto su celular—. Está bien.
—Qué bueno. A ver si un día de estos los visito, no me vayan a cerrar la puerta. ¿Te gusta ese celular? —le preguntó, pidiéndole a la empleada que se lo diera.
—Sí, me encanta. Señorita, me llevo este. —Bianca iba a sacar su cartera, pero una tarjeta de crédito brillante se le adelantó.
—Yo te lo regalo.
—No, no, ¿cómo crees? —dijo ella, avergonzada, intentando detenerlo. Francisco le sujetó suavemente la muñeca y negó con la cabeza.
—Gracias, entonces —Bianca retiró la mano, sintiendo un calor que se extendía por su brazo y un latido acelerado en el pecho. "¿Así se siente cuando conoces a tu ídolo?", se preguntó.
—Listo. Aquí tienes. —Francisco le entregó la bolsa con el celular—. ¿Ya te vas? Te puedo llevar.
—No, no es necesario, de verdad. Ya hiciste mucho por mí. Yo regreso sola. Te lo agradezco muchísimo. Otro día te invito a cenar para pagártelo.
—Claro que sí —dijo él, y sacando una pluma, anotó un número en un trozo de papel y se lo dio—. Este es mi número, por si necesitas algo.
—Sí, claro, te lo agradezco mucho. Adiós. —Bianca tomó el papel con el corazón latiéndole a mil y se subió a un taxi.
Mientras la veía alejarse, Francisco bajó la mirada con una expresión de pena y preocupación. "Bianca… es una buena chica. Fray, ¿de verdad vas a lastimarla?", pensó, recordando la fugaz expresión de desánimo en su cara cuando le preguntó por su amigo.