Cuando Bianca se despertó, él ya no estaba en la habitación. «Seguro ya se fue», pensó, sintiendo un gran alivio. Estar cerca de ese sujeto, por más que intentara ignorarlo, nunca sería tan liberador como estar sola.
Después de asearse, bajó lentamente las escaleras. Le extrañó no ver a nadie en la sala. Recordaba que en esa casa había personal de servicio, y también estaba Manuel. ¿Cómo era posible que no hubiera nadie? El silencio en la enorme mansión la inquietó un poco. Abrió la puerta y la luz del sol la deslumbró. Se cubrió los ojos con la mano y, al abrirlos de nuevo, se encontró con una escena que jamás había presenciado en su vida.
En una de las tumbonas blancas junto a la alberca de la mansión, una pareja se besaba apasionadamente. El hombre no era otro que Efraín, el tipo con el que se había casado a penas ayer. La mujer llevaba un bikini y él solo un traje de baño. Estaban prácticamente desnudos. Bianca se quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar. ¿Debía gritar? ¿Salir corriendo?
Efraín, por supuesto, notó su presencia. Se levantó con aire despreocupado. La mujer, que hasta hace un momento gemía suavemente, se le colgó del brazo como una enredadera, con una mirada de adoración. Al seguir la dirección de los ojos de Efraín, vio a una esbelta joven de vestido blanco que los miraba atónita desde la puerta. La mujer levantó la barbilla con aire desafiante y se aferró aún más a él.
Bianca bajó la mirada y, al levantarla de nuevo, su expresión era indescifrable. Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios. Pasó de largo junto a la alberca, sin dedicarles una sola mirada.
—¿A dónde vas? —dijo Efraín con expresión severa. Le molestó que esa mujer ni siquiera lo hubiera mirado.
—No es asunto tuyo a dónde voy. Señor Herrera, tú sigue en lo tuyo.
La voz de Bianca sonó distante. Efraín mostró aún más su enfado, se soltó de la mujer que lo sujetaba y, con grandes zancadas, alcanzó a la figura que estaba a punto de desaparecer y la agarró de la muñeca.
—¡Suéltame! —exclamó ella, fulminándolo con la mirada. La escena la había humillado profundamente, pero sabía que la rabia que sentía se le pasaría si salía a dar un paseo. Además, ojos que no ven, corazón que no siente. ¿Acaso él quería que se quedara a ver su espectáculo?
—¿A dónde vas? —repitió él, con una expresión sombría, mirándola fijamente mientras ella le sostenía la mirada sin ceder.
—Voy a dar una vuelta. Y no, no tengo por qué informarte, ¿o sí?
Forcejeó, pero no pudo liberarse. Se sintió increíblemente frustrada. Ya les había dejado el campo libre, ¿qué más quería?
La expresión de Efraín cambió de repente. La soltó y la miró con aire burlón.
—Estás molesta, ¿no es así? A ver, déjame adivinar… ¿estás celosa?
—¡Fray! ¡Ven acá conmigo, anda! —se quejó la otra mujer desde la alberca.
Bianca sonrió y señaló con un gesto hacia la mujer.
—Eso, mi querido esposo, esos sí son celos, ¿no crees?
Al ver cómo cambiaba la cara de Efraín, ella bajó la vista y sonrió para sus adentros antes de continuar.
—Admito que me molestó, pero no son celos. Es que cuando una empieza el día de buen humor y de repente se topa con un espectáculo de tan mal gusto, pues como que se te arruina. Pero no te preocupes, es solo falta de costumbre. Te aseguro que la próxima vez que traigas a… quien sea, no me importará en lo más mínimo. Uno se acostumbra a todo, ¿no? Espero que lo entiendas.
—¿Un espectáculo de mal gusto? ¿Estás diciendo que soy… de mal gusto? —dijo Efraín, casi rechinando los dientes.
—Anda, no te enojes. Ve a divertirte. Yo ya me voy. —Bianca rio, y con esa risa, toda su molestia anterior se desvaneció.
—Eres una…
Justo cuando Efraín iba a responder, el celular de Bianca sonó. La vio mirar la pantalla con confusión ante el número desconocido. En cuanto contestó, él sintió una opresión en el pecho, una premonición de que esa llamada era de ella. Aguzó el oído y vio cómo Bianca le lanzaba una mirada irritada antes de darse la vuelta y susurrar:
—¡Hermana!