De vuelta en la mansión de los Herrera, Bianca se quedó parada frente a la puerta, sin ganas de entrar. El lugar se sentía asfixiante. Decidió que al día siguiente llamaría a sus padres; necesitaba escuchar sus voces, recordar que existía un mundo más amable con gente que la quería.
Entró y notó que seguía sin haber personal doméstico, ni siquiera Manuel. El silencio era pesado. Estaba preguntándose a dónde se habrían ido todos.
—¿Así que te dignaste a volver?
Una voz siniestra y cargada de hostilidad la sorprendió. Efraín estaba de pie en lo alto de la escalera, su silueta recortada contra la penumbra, mirándola desde arriba como un depredador a su presa.
Una oleada de fastidio la invadió. Justo ahora no quería verlo; su presencia arruinaba por completo la alegría de haber conocido a su ídolo.
—Sí, ya volví. —No dijo más. Solo quería llegar a su habitación y evitarlo, escapar de esa mirada rencorosa.
Efraín bajó los escalones con una lentitud deliberada y le bloqueó el paso. Ella lev