De vuelta en la mansión de los Herrera, Bianca se quedó parada frente a la puerta, sin ganas de entrar. El lugar se sentía asfixiante. Decidió que al día siguiente llamaría a sus padres; necesitaba escuchar sus voces, recordar que existía un mundo más amable con gente que la quería.
Entró y notó que seguía sin haber personal doméstico, ni siquiera Manuel. El silencio era pesado. Estaba preguntándose a dónde se habrían ido todos.
—¿Así que te dignaste a volver?
Una voz siniestra y cargada de hostilidad la sorprendió. Efraín estaba de pie en lo alto de la escalera, su silueta recortada contra la penumbra, mirándola desde arriba como un depredador a su presa.
Una oleada de fastidio la invadió. Justo ahora no quería verlo; su presencia arruinaba por completo la alegría de haber conocido a su ídolo.
—Sí, ya volví. —No dijo más. Solo quería llegar a su habitación y evitarlo, escapar de esa mirada rencorosa.
Efraín bajó los escalones con una lentitud deliberada y le bloqueó el paso. Ella levantó la vista, incrédula.
—¿Quién es él?
—¿Quién es quién? —preguntó ella, arrugando la frente con impaciencia. No tenía idea de a qué se refería.
—¡El tipo con el que se escapó tu hermana! —dijo él.
—¿Puedes no hablar así? ¡No lo conozco! Por favor, quítate. No quiero verte ahora mismo.
Efraín se rio con desprecio.
—¿Que no quieres verme? —dijo, sujetándola bruscamente de la barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos—. ¡Soy tu esposo!
—¡Suéltame! —forcejeó ella. En la lucha, la bolsa con el celular nuevo se le cayó de las manos y rodó escaleras abajo—. ¡Ay, mi celular!
Él la jaló hacia su pecho antes de que pudiera ir por él.
—Vaya, qué rápido lo cambiaste. Apenas se rompe uno y ya tienes otro nuevo.
Bianca no pudo más. Estaba harta de su actitud llena de desprecio. Empujándolo para crear un espacio entre ellos, explotó:
—¡Efraín, ya basta! ¿Qué es lo que quieres? Las cosas son como son. Mi hermana no te quiere. ¡Tiene a alguien a quien ama y, si de verdad está bien, deberías alegrarte por ella en lugar de ser tan miserable!
—¿Que yo soy miserable? ¿Miserable? —Su voz se convirtió en un rugido—. ¡Toda su familia se ha burlado de mí! Tu hermana nunca aceptó mi propuesta, fue tu madre quien lo hizo por ella, y yo me lo creí como un idiota. Creí que por fin me casaría con la mujer que amaba, y ella se escapa. ¡Es la mayor humillación de mi vida! ¡Todos ustedes sabían que amaba a otro, todos me mintieron y me dejaron planear mi estúpido sueño! ¿No les parece ridículo? ¿Se divirtieron viendo cómo me hacía ilusiones? —La rabia lo cegó y la sujetó del cuello. Sus dedos se cerraron con firmeza, cortándole el aire.
—Suéltame… —logró decir ella con un hilo de voz, el pánico ahogándola.
Al ver su cara enrojecida y sus ojos llenos de lágrimas aterradas, Efraín la soltó de golpe, como si su piel quemara. Se sintió desarmado, impotente.
—Tengo hambre. Prepara la cena. Les di vacaciones a los sirvientes, ahora es tu trabajo. —Sin importarle si ella podía respirar o no, se dio la vuelta y se encerró en el estudio.
Bianca, con los ojos rojos y la respiración entrecortada, se llevó una mano al cuello, donde aún sentía la presión de sus dedos. Lo vio desaparecer. La nariz le picó y sintió ganas de llorar. ¡Qué tipo tan infame! Una lágrima rodó por su mejilla, pero se la secó con rabia. "No voy a llorar. No le daré esa satisfacción. No he hecho nada malo". Rápidamente, bajó a recoger la bolsa de su celular y se encerró en su habitación.
En la oscuridad del estudio, Efraín extendió las manos, que aún temblaban. Por un momento, pensó en lo que acababa de hacer, en que casi la estrangulaba. Ella era inocente. ¿Cómo había podido ser tan cruel? Pero entonces, el recuerdo de la voz de Claudia en el teléfono regresó, y el odio que sentía ahogó cualquier rastro de arrepentimiento. "¡Ellos me engañaron! ¡Ellos me obligaron!".
En la silenciosa mansión, detrás de dos puertas cerradas, dos corazones luchaban con su propio dolor.