Cuando Mariana, una joven maestra de preescolar mexicana, acepta un contrato temporal como niñera en Alzhar, un país del Medio Oriente, sólo espera ahorrar dinero y volver a casa. Sin embargo, su mundo se sacude al conocer al enigmático Jeque Khaled Al-Fayad, un viudo frío, reservado y de mirada intensa que ha criado solo a sus dos hijos desde la muerte de su esposa. Mientras Mariana se adapta a un país lleno de reglas y tradiciones desconocidas, una atracción silenciosa crece entre ella y el jeque, desafiando las normas del palacio, las expectativas familiares y el dolor del pasado. Pero el amor entre culturas no es sencillo, y ambos deberán enfrentarse a traiciones, secretos y decisiones que cambiarán sus vidas para siempre.
Leer másEl ventilador del techo giraba perezosamente, moviendo apenas el aire caliente de aquella tarde de mayo en Ciudad de México. Mariana Hernández repasó por tercera vez los números en su libreta, como si al revisarlos pudieran mágicamente cambiar. No lo hicieron. El saldo seguía siendo insuficiente, y la fecha de la operación de su madre se acercaba inexorablemente.
Apartó un mechón de cabello castaño de su rostro y suspiró. La pequeña mesa de su departamento estaba cubierta de facturas, recibos médicos y solicitudes de préstamo rechazadas. Su salario como maestra de preescolar apenas alcanzaba para mantener a flote los gastos básicos, y ahora con la cirugía de columna de su madre...
El timbre del celular interrumpió sus cálculos. Era Sofía, su hermana menor.
—¿Ya revisaste el correo que te reenvié? —preguntó Sofía sin saludar siquiera.
—¿Cuál correo? Estoy ocupada haciendo malabares con las cuentas.
—El de la agencia internacional. Mari, es una oportunidad increíble. Seis meses como niñera en el extranjero, con todos los gastos pagados y un salario que resolvería todos tus problemas.
Mariana rodó los ojos mientras abría su bandeja de entrada.
—Sofía, sabes que amo mi trabajo en el kínder. No puedo simplemente...
Las palabras murieron en su garganta cuando vio la cifra en el correo. Era más dinero del que ganaría en dos años completos en el jardín de niños.
—¿Es una broma? —murmuró—. Esto tiene que ser una e****a.
—No lo es. Investigué la agencia, es legítima. Colocan personal calificado con familias adineradas en todo el mundo. Y esta familia en particular busca específicamente una maestra con experiencia en educación infantil.
Mariana escaneó el resto del correo. La posición era en Alzhar, un país del Medio Oriente del que apenas había oído hablar. Seis meses cuidando a dos niños pequeños, alojamiento en la residencia familiar, transporte, comidas y seguro médico incluidos.
—¿Alzhar? ¿Dónde queda eso exactamente?
—Es uno de esos emiratos petroleros. Súper rico, súper seguro para expatriados. Mari... —la voz de Sofía se suavizó—. Mamá necesita esa operación. Y tú necesitas un respiro financiero.
Mariana cerró los ojos. La imagen de su madre, intentando disimular el dolor cada vez que se movía, apareció en su mente.
—Enviaré mi currículum —dijo finalmente.
***
Tres semanas después, Mariana se encontraba en una oficina elegante en Polanco, frente a una mujer de traje impecable que le extendía un contrato.
—La familia Al-Fayad es extremadamente selectiva —explicó la mujer, Claudia Montero, directora de la agencia—. Tu experiencia como educadora y tu perfil psicológico fueron determinantes para su elección.
—¿Puedo saber más sobre ellos? —preguntó Mariana, pasando las páginas del contrato—. Aquí solo dice "familia prominente de Alzhar".
Claudia sonrió con discreción.
—Pertenecen a la familia real. El padre es viudo y tiene dos hijos: un niño de cinco años y una niña de tres. Ambos hablan algo de inglés, pero esperan que les enseñes español. Valoran mucho la privacidad, por lo que hay cláusulas de confidencialidad bastante estrictas.
Mariana asintió, aunque un nudo se formaba en su estómago. ¿Realeza? ¿Confidencialidad? Todo sonaba demasiado... intimidante.
—¿Y las costumbres? No sé nada sobre cómo comportarme en un país como ese.
—Recibirás un manual completo sobre protocolo y cultura. Alzhar es conservador, pero no extremista. Como extranjera trabajando para la familia real, tendrás ciertos privilegios, aunque siempre deberás respetar las tradiciones locales.
Mariana respiró hondo y firmó. Por su madre, se dijo. Solo seis meses.
***
El calor la golpeó como una pared invisible al descender del avión en el aeropuerto internacional de Alzhar. A pesar del aire acondicionado en la terminal, Mariana podía sentir la intensidad del desierto esperando afuera. Siguió las indicaciones hasta la zona de llegadas VIP, donde un hombre con túnica blanca tradicional sostenía un cartel con su nombre.
—Señorita Hernández —saludó en un inglés formal—. Soy Farid, asistente personal del Jeque Al-Fayad. Bienvenida a Alzhar.
La condujo hacia un Mercedes negro con vidrios polarizados. Mientras avanzaban por la ciudad, Mariana observaba fascinada el contraste entre rascacielos ultramodernos y edificios de arquitectura árabe tradicional. Palmeras flanqueaban avenidas impecables donde circulaban autos de lujo junto a mujeres con abayas negras.
—Es... impresionante —murmuró.
—Alzhar ha cambiado mucho en las últimas décadas —explicó Farid—. Pero mantenemos nuestras tradiciones mientras miramos al futuro.
Pronto dejaron atrás la ciudad y tomaron una carretera que serpenteaba entre dunas doradas. A lo lejos, Mariana distinguió una estructura que parecía salida de un cuento de Las mil y una noches: un palacio de paredes blancas y cúpulas doradas, rodeado de jardines verdes que desafiaban al desierto.
—¿Ahí es donde...? —no pudo terminar la pregunta.
—La residencia principal de la familia Al-Fayad —confirmó Farid—. Su hogar durante los próximos seis meses.
El auto atravesó enormes puertas de hierro forjado y se detuvo frente a una fuente de mármol. Mariana descendió, sintiendo que sus piernas se habían vuelto de gelatina. Una mujer mayor de rostro amable la recibió en la entrada.
—Bienvenida, señorita. Soy Amina, el ama de llaves. La llevaré a conocer a los niños y luego a sus aposentos para que pueda refrescarse.
Mariana la siguió a través de pasillos de mármol decorados con mosaicos intrincados y arcos elegantes. El sonido de sus pasos resonaba en la inmensidad del lugar, haciéndola sentir diminuta. Finalmente llegaron a una sala amplia y luminosa, decorada con colores suaves y juguetes cuidadosamente organizados.
Dos niños jugaban bajo la supervisión de una mujer joven que vestía un uniforme discreto. Al verla entrar, ambos levantaron la mirada con curiosidad.
—Niños —dijo Amina en inglés—, ella es la señorita Mariana, su nueva niñera.
El niño, de cabello negro y ojos intensamente oscuros, la observó con seriedad impropia de su edad. La niña, en cambio, sonrió tímidamente, revelando un hoyuelo en su mejilla derecha.
—Hola —saludó Mariana, arrodillándose para quedar a su altura—. Me alegra mucho conocerlos.
—¿Hablas árabe? —preguntó el niño en inglés.
—No, pero puedo enseñarles español, si quieren. Y ustedes pueden enseñarme palabras en árabe.
La niña se acercó y tocó con curiosidad el collar de plata que Mariana llevaba.
—Bonito —dijo en un inglés vacilante.
—Gracias. Se llama colibrí, es un pájaro de mi país.
Mariana estaba mostrándoles el dije cuando sintió una presencia. Una sombra se proyectó sobre ellos, y el ambiente en la habitación cambió sutilmente. Los niños se irguieron, y la sonrisa de la pequeña desapareció.
Lentamente, Mariana alzó la vista.
Un hombre alto, vestido con una túnica blanca inmaculada y un tocado tradicional, la observaba desde arriba. Su rostro, de rasgos definidos y barba perfectamente recortada, permanecía impasible. Pero fueron sus ojos los que capturaron a Mariana: oscuros, penetrantes, cargados de una intensidad que la hizo contener la respiración.
—Padre —dijo el niño, inclinando levemente la cabeza.
Mariana se incorporó rápidamente, consciente de su aspecto desaliñado tras el largo viaje. El hombre la estudió de pies a cabeza, con una mirada que parecía evaluarla, catalogarla, quizás incluso juzgarla.
—Jeque Al-Fayad —intervino Amina con una reverencia—. Esta es la señorita Hernández, la nueva institutriz de los niños.
Él asintió levemente, sin que su expresión revelara nada.
—Bienvenida a Alzhar, señorita Hernández —dijo en un inglés perfecto, con un acento apenas perceptible—. Espero que su estancia sea... productiva.
Había algo en su tono, una frialdad calculada, que hizo que Mariana sintiera un escalofrío a pesar del calor.
—Gracias por la oportunidad, señor —respondió, intentando que su voz sonara firme—. Haré mi mejor esfuerzo con sus hijos.
Sus miradas se encontraron por un instante que pareció extenderse indefinidamente. Mariana tuvo la extraña sensación de que aquellos ojos podían ver más allá de su fachada profesional, hasta los rincones de incertidumbre y miedo que intentaba ocultar.
Finalmente, él rompió el contacto visual y se dirigió a sus hijos en árabe. Luego, sin otra palabra para ella, dio media vuelta y salió de la habitación, dejando tras de sí un silencio cargado de tensión.
Mariana soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo. Seis meses, se recordó. Solo seis meses en este palacio de mármol y oro, bajo la mirada escrutadora del Jeque Khaled Al-Fayad.
Pero algo en su interior le decía que esos seis meses cambiarían su vida para siempre.
El silencio del despacho era absoluto, roto únicamente por el suave deslizar de la pluma sobre el papel mientras Khaled firmaba documentos. La luz del atardecer se filtraba por los amplios ventanales, bañando la estancia con tonos dorados que contrastaban con la severidad de la decoración. Alzó la vista hacia el reloj de pared: llevaba tres horas encerrado entre informes económicos y propuestas de inversión.Intentó concentrarse en los números frente a él, cifras que normalmente absorbían toda su atención, pero hoy parecían desdibujarse ante sus ojos. Frunció el ceño, molesto consigo mismo por su falta de concentración.Fue entonces cuando las escuchó. Risas. Cristalinas y despreocupadas, flotando desde el jardín hasta colarse por la ventana entreabierta de su despacho. La risa de Amira, aguda y burbujeante. La de Faisal, más contenida pero igualmente genuina. Y luego, esa otra risa, melodiosa y cálida como el sol de la tarde: Mariana.Khaled dejó
El cielo amaneció extraño aquella mañana. Mariana lo notó desde que abrió los ojos: una luz amarillenta, casi enfermiza, se filtraba por las cortinas de su habitación. Se incorporó en la cama y caminó hacia la ventana, descorriendo la tela para encontrarse con un espectáculo tan hermoso como inquietante. El horizonte se había teñido de un ocre intenso, como si alguien hubiera derramado oro líquido sobre el desierto.—Una tormenta de arena —murmuró para sí misma, recordando las advertencias que le habían hecho cuando llegó a Alzhar.Apenas había terminado de vestirse cuando escuchó golpes apresurados en su puerta. Era Fátima, con el rostro tenso y los ojos brillantes de preocupación.—Señorita Mariana, debe prepararse. Se acerca una haboob, una gran tormenta. El jeque ha ordenado que nadie salga del palacio hoy.—¿Es peligroso? —preguntó Mariana, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.—Solo si estás fuera cuando llega. Dentro estaremos seguros
Khaled se detuvo en el umbral de la puerta, observando en silencio. Mariana no había notado su presencia mientras ordenaba meticulosamente la habitación de Sami. Sus movimientos eran fluidos, casi como si danzara entre los juguetes esparcidos por el suelo. El jeque permaneció inmóvil, cautivado por la escena.La tarde caía sobre el palacio, y los rayos dorados del sol se filtraban por los ventanales, creando un halo alrededor de la figura de Mariana. Khaled notó cómo tarareaba una melodía suave mientras doblaba la ropa de Sami y acomodaba sus libros de cuentos. No era la primera vez que la observaba así, en secreto, admirando la naturalidad con la que se desenvolvía en su hogar."Es solo una empleada", se recordó a sí mismo, pero la frase sonaba cada vez más hueca en su mente.Mariana se arrodilló para recoger un pequeño avión de madera que Sami había dejado bajo la cama. Lo examinó con cuidado, notando que una de las alas estaba ligeramente suelta. Con delicade
La noche había caído sobre el palacio, trayendo consigo una brisa fresca que aliviaba el calor persistente del día. Mariana terminaba de ordenar los juguetes en la habitación de los niños mientras Amira y Zayn se preparaban para dormir. Las estrellas brillaban con intensidad a través de los amplios ventanales, como pequeños diamantes esparcidos sobre terciopelo negro."¿Ya se lavaron los dientes?" preguntó Mariana, doblando una pequeña manta y colocándola sobre el baúl de juguetes."Sí, Miss Mari," respondió Amira, saltando sobre su cama con su pijama de princesa. "¿Nos contarás un cuento esta noche?"Zayn, que ya estaba acostado con su osito de peluche, asintió entusiasmado. "¡Sí, por favor! Uno de tu país."Mariana sonrió, sintiendo una punzada de nostalgia. Llevaba semanas en Alzhar, y aunque se había adaptado sorprendentemente bien, había momentos en que la añoranza por México la golpeaba con fuerza inesperada. Eran detalles pequeños: el aroma del caf
El despacho de Khaled permanecía en silencio, interrumpido únicamente por el suave deslizar de papeles y el ocasional tecleo en su ordenador portátil. La luz del atardecer se filtraba a través de los amplios ventanales, bañando la estancia con tonos dorados que contrastaban con la severidad de la decoración. Llevaba horas revisando contratos para la nueva refinería, un proyecto que requería su total atención, pero que hoy, inexplicablemente, no lograba capturar su interés como debería.Khaled se pasó una mano por el rostro, intentando despejarse. Los números y cláusulas comenzaban a mezclarse ante sus ojos. Necesitaba un descanso, pero el tiempo apremiaba. La reunión con los inversores saudíes estaba programada para la próxima semana y todo debía estar perfectamente revisado.Un suave golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.—Adelante —respondió con voz firme, enderezándose en su asiento.La puerta se abrió lentamente y Mariana apareció en el umbr
El salón principal del palacio resplandecía bajo la luz de los enormes candelabros de cristal. Mariana nunca había visto el lugar tan engalanado, con arreglos florales que perfumaban el ambiente y sirvientes que se deslizaban silenciosamente entre los invitados ofreciendo bandejas con bebidas y aperitivos. La celebración del aniversario de la fundación de Alzhar había reunido a la élite del país, y por alguna razón que Mariana no terminaba de comprender, Khaled había insistido en que ella asistiera."Es importante que los niños te vean como parte de la familia durante eventos oficiales", le había dicho con ese tono neutro que no admitía réplicas.Mariana se sentía fuera de lugar. A pesar del hermoso vestido color turquesa que Khaled había hecho llegar a su habitación —un diseño modesto pero elegante que respetaba las costumbres locales mientras realzaba su figura—, no podía evitar sentirse como una intrusa. Los invitados la miraban con curiosidad apenas disimulada, y ella intentaba ma
Último capítulo