LA NIÑERA DEL JEQUE
LA NIÑERA DEL JEQUE
Por: Cam N.
1

El ventilador del techo giraba perezosamente, moviendo apenas el aire caliente de aquella tarde de mayo en Ciudad de México. Mariana Hernández repasó por tercera vez los números en su libreta, como si al revisarlos pudieran mágicamente cambiar. No lo hicieron. El saldo seguía siendo insuficiente, y la fecha de la operación de su madre se acercaba inexorablemente.

Apartó un mechón de cabello castaño de su rostro y suspiró. La pequeña mesa de su departamento estaba cubierta de facturas, recibos médicos y solicitudes de préstamo rechazadas. Su salario como maestra de preescolar apenas alcanzaba para mantener a flote los gastos básicos, y ahora con la cirugía de columna de su madre...

El timbre del celular interrumpió sus cálculos. Era Sofía, su hermana menor.

—¿Ya revisaste el correo que te reenvié? —preguntó Sofía sin saludar siquiera.

—¿Cuál correo? Estoy ocupada haciendo malabares con las cuentas.

—El de la agencia internacional. Mari, es una oportunidad increíble. Seis meses como niñera en el extranjero, con todos los gastos pagados y un salario que resolvería todos tus problemas.

Mariana rodó los ojos mientras abría su bandeja de entrada.

—Sofía, sabes que amo mi trabajo en el kínder. No puedo simplemente...

Las palabras murieron en su garganta cuando vio la cifra en el correo. Era más dinero del que ganaría en dos años completos en el jardín de niños.

—¿Es una broma? —murmuró—. Esto tiene que ser una e****a.

—No lo es. Investigué la agencia, es legítima. Colocan personal calificado con familias adineradas en todo el mundo. Y esta familia en particular busca específicamente una maestra con experiencia en educación infantil.

Mariana escaneó el resto del correo. La posición era en Alzhar, un país del Medio Oriente del que apenas había oído hablar. Seis meses cuidando a dos niños pequeños, alojamiento en la residencia familiar, transporte, comidas y seguro médico incluidos.

—¿Alzhar? ¿Dónde queda eso exactamente?

—Es uno de esos emiratos petroleros. Súper rico, súper seguro para expatriados. Mari... —la voz de Sofía se suavizó—. Mamá necesita esa operación. Y tú necesitas un respiro financiero.

Mariana cerró los ojos. La imagen de su madre, intentando disimular el dolor cada vez que se movía, apareció en su mente.

—Enviaré mi currículum —dijo finalmente.

***

Tres semanas después, Mariana se encontraba en una oficina elegante en Polanco, frente a una mujer de traje impecable que le extendía un contrato.

—La familia Al-Fayad es extremadamente selectiva —explicó la mujer, Claudia Montero, directora de la agencia—. Tu experiencia como educadora y tu perfil psicológico fueron determinantes para su elección.

—¿Puedo saber más sobre ellos? —preguntó Mariana, pasando las páginas del contrato—. Aquí solo dice "familia prominente de Alzhar".

Claudia sonrió con discreción.

—Pertenecen a la familia real. El padre es viudo y tiene dos hijos: un niño de cinco años y una niña de tres. Ambos hablan algo de inglés, pero esperan que les enseñes español. Valoran mucho la privacidad, por lo que hay cláusulas de confidencialidad bastante estrictas.

Mariana asintió, aunque un nudo se formaba en su estómago. ¿Realeza? ¿Confidencialidad? Todo sonaba demasiado... intimidante.

—¿Y las costumbres? No sé nada sobre cómo comportarme en un país como ese.

—Recibirás un manual completo sobre protocolo y cultura. Alzhar es conservador, pero no extremista. Como extranjera trabajando para la familia real, tendrás ciertos privilegios, aunque siempre deberás respetar las tradiciones locales.

Mariana respiró hondo y firmó. Por su madre, se dijo. Solo seis meses.

***

El calor la golpeó como una pared invisible al descender del avión en el aeropuerto internacional de Alzhar. A pesar del aire acondicionado en la terminal, Mariana podía sentir la intensidad del desierto esperando afuera. Siguió las indicaciones hasta la zona de llegadas VIP, donde un hombre con túnica blanca tradicional sostenía un cartel con su nombre.

—Señorita Hernández —saludó en un inglés formal—. Soy Farid, asistente personal del Jeque Al-Fayad. Bienvenida a Alzhar.

La condujo hacia un Mercedes negro con vidrios polarizados. Mientras avanzaban por la ciudad, Mariana observaba fascinada el contraste entre rascacielos ultramodernos y edificios de arquitectura árabe tradicional. Palmeras flanqueaban avenidas impecables donde circulaban autos de lujo junto a mujeres con abayas negras.

—Es... impresionante —murmuró.

—Alzhar ha cambiado mucho en las últimas décadas —explicó Farid—. Pero mantenemos nuestras tradiciones mientras miramos al futuro.

Pronto dejaron atrás la ciudad y tomaron una carretera que serpenteaba entre dunas doradas. A lo lejos, Mariana distinguió una estructura que parecía salida de un cuento de Las mil y una noches: un palacio de paredes blancas y cúpulas doradas, rodeado de jardines verdes que desafiaban al desierto.

—¿Ahí es donde...? —no pudo terminar la pregunta.

—La residencia principal de la familia Al-Fayad —confirmó Farid—. Su hogar durante los próximos seis meses.

El auto atravesó enormes puertas de hierro forjado y se detuvo frente a una fuente de mármol. Mariana descendió, sintiendo que sus piernas se habían vuelto de gelatina. Una mujer mayor de rostro amable la recibió en la entrada.

—Bienvenida, señorita. Soy Amina, el ama de llaves. La llevaré a conocer a los niños y luego a sus aposentos para que pueda refrescarse.

Mariana la siguió a través de pasillos de mármol decorados con mosaicos intrincados y arcos elegantes. El sonido de sus pasos resonaba en la inmensidad del lugar, haciéndola sentir diminuta. Finalmente llegaron a una sala amplia y luminosa, decorada con colores suaves y juguetes cuidadosamente organizados.

Dos niños jugaban bajo la supervisión de una mujer joven que vestía un uniforme discreto. Al verla entrar, ambos levantaron la mirada con curiosidad.

—Niños —dijo Amina en inglés—, ella es la señorita Mariana, su nueva niñera.

El niño, de cabello negro y ojos intensamente oscuros, la observó con seriedad impropia de su edad. La niña, en cambio, sonrió tímidamente, revelando un hoyuelo en su mejilla derecha.

—Hola —saludó Mariana, arrodillándose para quedar a su altura—. Me alegra mucho conocerlos.

—¿Hablas árabe? —preguntó el niño en inglés.

—No, pero puedo enseñarles español, si quieren. Y ustedes pueden enseñarme palabras en árabe.

La niña se acercó y tocó con curiosidad el collar de plata que Mariana llevaba.

—Bonito —dijo en un inglés vacilante.

—Gracias. Se llama colibrí, es un pájaro de mi país.

Mariana estaba mostrándoles el dije cuando sintió una presencia. Una sombra se proyectó sobre ellos, y el ambiente en la habitación cambió sutilmente. Los niños se irguieron, y la sonrisa de la pequeña desapareció.

Lentamente, Mariana alzó la vista.

Un hombre alto, vestido con una túnica blanca inmaculada y un tocado tradicional, la observaba desde arriba. Su rostro, de rasgos definidos y barba perfectamente recortada, permanecía impasible. Pero fueron sus ojos los que capturaron a Mariana: oscuros, penetrantes, cargados de una intensidad que la hizo contener la respiración.

—Padre —dijo el niño, inclinando levemente la cabeza.

Mariana se incorporó rápidamente, consciente de su aspecto desaliñado tras el largo viaje. El hombre la estudió de pies a cabeza, con una mirada que parecía evaluarla, catalogarla, quizás incluso juzgarla.

—Jeque Al-Fayad —intervino Amina con una reverencia—. Esta es la señorita Hernández, la nueva institutriz de los niños.

Él asintió levemente, sin que su expresión revelara nada.

—Bienvenida a Alzhar, señorita Hernández —dijo en un inglés perfecto, con un acento apenas perceptible—. Espero que su estancia sea... productiva.

Había algo en su tono, una frialdad calculada, que hizo que Mariana sintiera un escalofrío a pesar del calor.

—Gracias por la oportunidad, señor —respondió, intentando que su voz sonara firme—. Haré mi mejor esfuerzo con sus hijos.

Sus miradas se encontraron por un instante que pareció extenderse indefinidamente. Mariana tuvo la extraña sensación de que aquellos ojos podían ver más allá de su fachada profesional, hasta los rincones de incertidumbre y miedo que intentaba ocultar.

Finalmente, él rompió el contacto visual y se dirigió a sus hijos en árabe. Luego, sin otra palabra para ella, dio media vuelta y salió de la habitación, dejando tras de sí un silencio cargado de tensión.

Mariana soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo. Seis meses, se recordó. Solo seis meses en este palacio de mármol y oro, bajo la mirada escrutadora del Jeque Khaled Al-Fayad.

Pero algo en su interior le decía que esos seis meses cambiarían su vida para siempre.

  

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