El sol de la mañana bañaba las dunas con un resplandor dorado cuando Mariana ajustó el pañuelo sobre la cabeza de Amira. La pequeña no dejaba de moverse, emocionada por la excursión que les esperaba.—¡Quieta, pequeña! Si no te protegemos bien del sol, no podremos ir a ver los camellos —dijo Mariana con una sonrisa, mientras aseguraba la tela colorida.—¡Camellos, camellos! —canturreaba Sami, dando saltitos alrededor de ellas, ya completamente listo con su túnica blanca y su keffiyeh, perfectamente colocado por Fátima antes de partir.La excursión había sido idea de Yasir, el asistente personal del jeque, quien había sugerido que los niños necesitaban salir del palacio para disfrutar de actividades tradicionales. Khaled había accedido con reticencia, pero solo después de organizar un séquito de guardias y guías beduinos experimentados que los acompañarían.—Señorita Mariana, todo está listo —anunció Hassan, el jefe de seguridad, un hombre de rostro severo pero trato amable—. Los camel
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