Mundo ficciónIniciar sesiónIsidora Almonte siempre ha sido la sombra en la mansión que lleva el apellido más admirado de Barcelona: callada, correcta, encerrada entre libros y bocetos que nadie ve. Tras la muerte del patriarca Javier Almonte, la familia queda al borde del abismo y la esperanza de salvar la Casa de Moda recae en decisiones que nadie esperaba. Cuando los Franzani —una dinastía rival pero amiga de la familia— exigen que Matteo Franzani se comprometa con una Almonte para honrar una promesa, la inesperada elegida es Isidora, una joven a la que su propia sangre convirtió en blanco de burla. Matteo llega frío, acostumbrado a obtener todo con una sonrisa, y encuentra en Isidora una resistencia que lo irrita y lo atrae en partes iguales. Bajo la cortina del compromiso arreglado florecen secretos, pacto familiar, y el choque entre deseo y deber. Mientras el mundo exige una unión por estrategia, Isidora y Matteo deberán descubrir si lo que los une será solamente una promesa, una red de mentiras, o el inesperado comienzo de algo que ambos temían: amar de verdad.
Leer másEl agua fría cayó sobre las rosas blancas del jardín trasero. Isidora Almonte movió la regadera con cuidado, asegurándose de que cada planta recibiera la cantidad exacta. Sus manos, delgadas y pálidas, trabajaban con la precisión de quien ha encontrado paz en la rutina.
—Las flores no van a salvarte del mundo real —dijo Clara desde la puerta de cristal.
Isidora no levantó la vista. Había aprendido que el silencio era su mejor defensa contra su media hermana. Clara dio tres pasos hacia el jardín, sus tacones resonando contra las baldosas de mármol importado. Llevaba un vestido rojo que probablemente costaba más que todo lo que Isidora poseía.
—Rafael quiere verte en su oficina. Ahora.
—Terminaré de regar primero.
Clara soltó una risa seca.
—Siempre tan rebelde en las cosas pequeñas. ¿Sabes? A veces me pregunto qué vio papá en tu madre. Una modelo sin clase que destruyó una familia.
Las manos de Isidora se tensaron sobre la regadera, pero su rostro permaneció inmutable. Había escuchado esas palabras tantas veces que ya no cortaban tan profundo. O al menos eso se decía a sí misma.
—Mi madre no destruyó nada. Tu madre tomó sus propias decisiones.
El rostro de Clara se endureció. Dio un paso más cerca, invadiendo el espacio personal de Isidora.
—Mi madre está muerta por culpa de la tuya. Y tú... tú eres solo un recordatorio viviente de esa traición.
Isidora finalmente levantó la vista. Sus ojos azules se encontraron con los marrones de Clara, y por un momento, el jardín pareció contener la respiración.
—Filipa eligió su camino. Nadie la obligó.
La mano de Clara voló hacia el rostro de Isidora, pero se detuvo a centímetros de su mejilla. Rafael apareció en la puerta.
—Clara, basta. Isidora, a mi oficina. Ya.
Clara bajó la mano lentamente, una sonrisa venenosa curvando sus labios.
—Disfruta tu jardín mientras puedas, hermanita. Las cosas están a punto de cambiar.
Isidora dejó la regadera en el suelo y siguió a Rafael por los pasillos de la mansión Almonte. Las paredes estaban cubiertas de fotografías de desfiles de moda, portadas de revistas y retratos de Javier Almonte con celebridades. En ninguna foto aparecía ella.
La oficina de Rafael olía a cuero y whisky barato. Él se sentó detrás del escritorio masivo que había pertenecido a su padre, luciendo incómodo en el espacio que claramente le quedaba grande.
—Siéntate.
Isidora permaneció de pie.
—Prefiero estar así.
Rafael apretó la mandíbula. A sus veinticinco años, intentaba proyectar autoridad, pero solo conseguía parecer un niño jugando a ser adulto.
—La empresa está mal. Muy mal.
—No es mi problema.
—Claro que lo es. Vives bajo este techo, comes nuestra comida...
—Comida que mi padre pagó con su trabajo.
Rafael golpeó el escritorio con el puño.
—¡Tu padre está muerto! Y su legado se está desmoronando. Los acreedores llaman cada día. Los proveedores no quieren trabajar con nosotros. Clara puede ser una gran diseñadora, pero necesitamos capital. Necesitamos la alianza con los Franzani.
Isidora sintió un escalofrío recorrer su columna. Los Franzani controlaban la mitad del mercado de alta costura en el país.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—Nada. Por ahora. Solo necesito que no causes problemas durante las próximas semanas. Clara se casará con Matteo Franzani, y esa unión salvará ambas empresas.
—Felicidades para ella.
Rafael la estudió con sus ojos calculadores.
—Charles me dijo que has estado visitando el convento de Santa Teresa.
El estómago de Isidora se contrajo.
—Es un lugar tranquilo para pensar.
—Me dijo algo más. Que estás considerando unirte a ellas.
Silencio.
Rafael se levantó, rodeó el escritorio y se paró frente a ella.
—No puedes irte. No ahora. No hasta que la boda esté asegurada.
—No puedes detenerme. Cumplo dieciocho en dos semanas.
—Puedo hacer tu vida imposible hasta entonces. Puedo asegurarme de que ese convento no te acepte. Tengo contactos, Isidora. El tipo de contactos que tu madre nunca tuvo.
Isidora lo miró fijamente, viendo en él no al hijo de Javier Almonte, sino a un extraño desesperado aferrándose a un imperio de cenizas.
—Haz lo que tengas que hacer, Rafael. Siempre lo haces.
Salió de la oficina sin esperar respuesta. Sus pasos la llevaron automáticamente hacia su habitación, el único espacio en la mansión que realmente le pertenecía. Era pequeña, en el ala de servicio, pero tenía una ventana que daba al jardín.
Charles la esperaba sentado en la única silla de la habitación. El anciano mayordomo había servido a la familia por cuarenta años, y era la única persona en la casa que la trataba con genuino afecto.
—¿Te lo dijo?
Isidora se sentó en la cama.
—¿Que la empresa está quebrando? Sí.
—Hay más.
Charles se veía cansado, más viejo que sus setenta años.
—Luca Franzani llamó hace una hora. Quiere una reunión personal y confidencial con Rafael mañana. Es sobre adelantar la boda.
—¿Adelantarla? ¿Por qué?
—Los rumores en la industria son que Matteo Franzani está... inquieto. Ha habido escándalos. Mujeres. Su padre quiere casarlo antes de que dañe más la reputación familiar.
Isidora se recostó contra la pared.
—Perfectos el uno para el otro entonces. Clara y él.
Charles la miró con tristeza.
—Niña, sé que quieres irte al convento. Sé que buscas paz. Pero...
—No hay peros, Charles. He tomado mi decisión.
—Tu padre no querría esto para ti. Él querría que fueras feliz, sí, pero no que huyeras.
—No estoy huyendo. Estoy eligiendo.
Charles se levantó con dificultad.
—A veces, niña, elegir el silencio es otra forma de gritar.
Se fue, dejándola sola con sus pensamientos. Isidora miró por la ventana hacia el jardín. Las rosas blancas se mecían suavemente con la brisa de la tarde. En dos semanas sería libre. En dos semanas podría finalmente encontrar la paz que había buscado desde que sus padres murieron hace tres años.
Su celular vibró. Un mensaje de Sor Mercedes: "Las puertas del convento están abiertas cuando estés lista, hija mía. Pero recuerda, la vida religiosa no es un escape, es un llamado."
Isidora cerró los ojos. ¿Era un llamado o un escape? Ya no estaba segura.
Otro mensaje llegó, esta vez de Rafael: "Reunión familiar mañana a las 8 PM. Asistencia obligatoria. Habrá noticias importantes."
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo su pequeña habitación de dorado. Isidora se levantó y caminó hacia su closet. Dentro, escondido detrás de sus pocas prendas, había un portafolio de cuero desgastado. Lo sacó y lo abrió sobre la cama.
Diseños. Docenas de diseños de moda que había creado en secreto durante años. Vestidos que fusionaban la elegancia clásica con líneas modernas. Creaciones que nunca vería la luz del día porque ella era la hija bastarda, la intrusa, la que no pertenecía al mundo de la alta costura.
Tomó un lápiz y comenzó a dibujar. Era su forma de meditación, su manera de procesar el caos que la rodeaba. Las líneas fluían sobre el papel, creando un vestido que parecía hecho de agua y luz.
—Señorita Isidora —la voz de una de las empleadas la interrumpió—. La cena está servida.
—No tengo hambre.
—El señor Rafael insiste en que baje.
Por supuesto que insistía. Todo en esa casa era una orden disfrazada de invitación.
El comedor era ostentoso, con una mesa para doce personas donde solo se sentaban tres. Clara ya estaba ahí, scrolleando en su teléfono con una sonrisa que no auguraba nada bueno. Rafael cortaba su filete con movimientos precisos.
Isidora se sentó en su lugar habitual, el más alejado de ambos.
—Mañana es un día importante —comenzó Rafael sin preámbulos—. Los Franzani han aceptado adelantar todos los planes. La fiesta de compromiso será este fin de semana.
Clara chilló de emoción.
—¡Por fin! Matteo Franzani será oficialmente mío.
—Será oficial cuando firmen los contratos —la corrigió Rafael—. No antes. Así que necesito que te comportes perfectamente. Nada de escenas, nada de drama.
—Por favor, sé exactamente cómo manejar a los hombres como Matteo. Fuimos compañeros en la universidad. Él ya sabe lo que puede esperar de mí.
Isidora empujó la comida en su plato sin comer. Todo esto sería irrelevante en dos semanas.
—Isidora —Rafael se dirigió a ella—. Necesitarás un vestido apropiado para la fiesta.
—No iré.
—Irás. Eres una Almonte, aunque sea a medias. Tu ausencia sería notada y mal interpretada.
—Deja que la gente interprete lo que quiera.
Clara rio.
—Oh, déjala, Rafael. Mejor que no venga. No queremos que avergüence a la familia con su falta de clase.
—Suficiente —Rafael las silenció a ambas—. Isidora irá. Usará uno de los vestidos de la colección antigua de madre. Y sonreirá. ¿Entendido?
Isidora se levantó de la mesa.
—Entendido.
Subió las escaleras sintiendo el peso de sus miradas. En el pasillo, se encontró con Charles, quien llevaba una bandeja con té.
—Para ayudarte a dormir —dijo suavemente.
—Charles, ¿alguna vez has sentido que estás viviendo la vida equivocada?
El anciano consideró la pregunta.
—Cada día, niña. Pero entonces recuerdo que a veces estamos exactamente donde necesitamos estar, aunque no lo entendamos en el momento.
Isidora tomó la bandeja.
—¿Y si donde necesito estar es lejos de aquí?
—Entonces el camino te llevará allá. Pero no antes de que aprendas lo que necesitas aprender aquí.
En su habitación, Isidora se sentó junto a la ventana con el té caliente entre sus manos. El jardín estaba oscuro ahora, pero podía oler el perfume de las rosas en la brisa nocturna.
Su teléfono sonó. Rafael había enviado otro mensaje: "Luca Franzani confirmó. Reunión mañana a las 10 AM. Esto cambiará todo."
Isidora apagó el teléfono. Los planes de Rafael no la concernían. En dos semanas, Clara sería la señora Franzani, la empresa se salvaría, y ella finalmente sería libre.
El té se enfrió mientras ella miraba las estrellas, sin saber que en algún lugar de la ciudad, Matteo Franzani también miraba el cielo nocturno, aburrido y hastiado, planeando con su amante secreta cómo sabotear una fiesta de compromiso que no deseaba.
El destino, ese arquitecto invisible, ya había comenzado a tejer los hilos que los unirían. Pero esa noche, Isidora solo podía pensar en el silencio del convento, sin imaginar que el verdadero silencio —ese momento de quietud que cambia todo— la esperaba en una fiesta que no quería atender, de la mano de un hombre que aún no conocía.
Isidora despertó a las 6:23 AM, treinta y siete minutos antes de que sonara su alarma. La luz gris del amanecer apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas de su estudio en Gràcia.No había dormido en el apartamento de Diego anoche. Después de salir de allí con su "no lo sé" colgando en el aire como sentencia de muerte, había venido a su propio espacio, necesitando procesar sola lo que estaba a punto de hacer.Pero el sueño había sido imposible. Había pasado horas mirando el techo, su mente reproduciendo cada conversación con Diego, cada momento de duda en sus ojos, cada palabra de Matteo que de alguna forma había logrado infiltrarse en su relación y envenenarla desde adentro.Su teléfono mostró que tenía mensaje de Rafael de las 11:47 PM que no había visto:"El maquillador llega a las 2 PM. El estilista a las 3. Julieta insiste en que te prepares en la mansión Franzani para 'mantener apariencias apropiadas'. Ya acordé todo. Nos vemos allá."Por supuesto. Por supuesto que Julieta ha
Veinticuatro horas. Solo veinticuatro horas hasta el cumpleaños de Matteo. Hasta el momento en que tendría que pararse frente a toda la élite de Barcelona y fingir ser prometida feliz del hombre que la había violado.Isidora estaba acostada en su propia cama en su estudio de Gràcia, mirando el techo mientras su mente giraba sin control. Había intentado llamar a Diego tres veces durante el día. Las tres veces había ido directo a buzón de voz.No bloqueado. Solo ignorado. Lo cual de alguna forma era peor.A las 6:47 PM, su teléfono finalmente vibró con mensaje de Diego:"Ven al apartamento. Necesitamos hablar antes de mañana."No "por favor". No "te extraño". Solo comando directo.Isidora llegó al apartamento de Diego exactamente cuarenta y tres minutos después, habiendo tomado tres metros diferentes y casi corrido las últimas dos cuadras.Diego abrió la puerta antes de que pudiera tocar. Lucía cansado, como si tampoco hubiera dormido. Sus ojos estaban rojos, tal vez de llorar o tal vez
Diego sostenía su teléfono como si fuera evidencia en caso criminal, sus nudillos blancos de la fuerza con que lo apretaba. Se giró hacia Isidora, su expresión oscurecida por algo que ella no podía identificar completamente.—¿Le contaste que te pedí no traerme? ¿Hablaste con Matteo sobre mi petición de ir contigo al cumpleaños?Isidora sintió como si le hubieran arrojado agua helada.—¡No! ¡Por supuesto que no! No he hablado con él fuera de las reuniones del proyecto. Ni una sola vez. Te lo juro.—Entonces ¿cómo supo? —Diego comenzó a pasearse por el balcón pequeño, sus movimientos tensos y controlados—. ¿Cómo diablos supo que yo quería ir contigo y que tú decidiste ir sola? Esos detalles específicos.Se detuvo abruptamente, girándose hacia ella con expresión que bordeaba la paranoia.—A menos que... a menos que él tenga alguna forma de saber nuestras conversaciones privadas. Acceso a nuestros teléfonos o...Isidora se horrorizó ante la implicación, sintiendo náuseas subir por su gar
Dos días pasaron en agonía de indecisión que mantuvo a Isidora despierta ambas noches, mirando el techo de su estudio mientras su mente giraba en círculos sin fin.Había pasado la primera noche en el apartamento de Diego, ambos durmiendo en lados opuestos de la cama sin tocarse, la tensión entre ellos como pared física. A la mañana siguiente, Diego había preparado desayuno en silencio tenso, y ella había ido a su propio estudio para pensar con claridad sin su presencia complicando sus emociones.El primer día había llamado a Charles, necesitando perspectiva externa de alguien que no tenía interés personal en su decisión.—Querida —había dicho Charles después de escuchar toda la situación—, la pregunta no es qué decisión hará felices a otros. La pregunta es qué decisión te permitirá mirarte al espejo sin odiar lo que ves.Pero esa respuesta no había sido particularmente útil porque Isidora honestamente no sabía cuál decisión cumpliría ese criterio.El segundo día había hablado con Clar
Isidora sostenía su teléfono con manos que temblaban ligeramente, mostrándole la pantalla a Diego una vez más. Como si leer el mensaje de Julieta por tercera vez pudiera cambiar su contenido de alguna manera mágica.Diego lo leyó en silencio, su mandíbula apretándose con cada palabra procesada. Cuando terminó, se levantó del sofá abruptamente, comenzando a vestirse con movimientos tensos y mecánicos.—¿Vas a ir?La pregunta cayó entre ellos como piedra en agua quieta, creando ondas de tensión que se expandían en el silencio del apartamento.Isidora no sabía qué responder. Su boca se abrió pero no salieron palabras. Porque la verdad era complicada y horrible y no había respuesta correcta que no lastimara a alguien.Diego se puso la camiseta, tirando de ella con más fuerza de la necesaria.—Si vas, será como prometida de Matteo. Delante de toda la industria de moda de Barcelona. Cientos de personas viéndote sonreír a su lado. Mintiendo públicamente sobre lo que realmente somos. Sobre lo
Isidora prácticamente corrió desde la parada del metro hasta el edificio de Diego. Sus tacones resonaban contra el pavimento mientras esquivaba turistas y locales en las calles estrechas de Gràcia. Necesitaba verlo, tocarlo, reconectarse con la realidad que la mantenía anclada después de dos horas en la misma sala que Matteo.Cuando llegó a su puerta, ni siquiera tuvo que tocar el timbre. Diego la abrió antes de que pudiera sacar sus llaves, como si hubiera estado esperando justo ahí desde que le escribió que iba en camino.La miró de arriba abajo, sus ojos escaneando cada detalle: la tensión en sus hombros, la forma en que apretaba su bolso contra su costado, la línea tensa de su boca.—¿Cómo estuvo?No "hola". No "qué bueno verte". Solo la pregunta que realmente importaba.Isidora entró al apartamento, dejando caer su bolso junto a la puerta. El olor a comida casera llenaba el espacio. Diego había cocinado mientras esperaba. Había puesto la mesa con dos platos, servilletas, incluso





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