Franco Garibaldi estaba decidido a ser un buen hombre, tanto que se había alejado de su familia y se había convertido en médico. Un hombre hecho para salvar vidas. Pero por desgracia ser el único heredero de la ´Ndrangheta es algo de lo que no se puede escapar. Tres años atrás, su padre lo drogó de tal manera que terminó violando y matando a una muchacha… quería demostrarle que él también podía ser un monstruo, y lo consiguió. Franco jamás pudo recuperarse de eso, y Santo Garibaldi supo que en el mismo momento en que lo declararan Conte, Franco ordenaría su muerte. Sin embargo, cuando le llega de regalo un ataúd con una chica herida dentro… la misma chica que creía muerta, ¿qué será capaz de hacer este señor de la mafia para vengarse? ¿Qué será capaz de hacer para recuperar todo lo demás que le quitaron?
Leer másVictoria sintió que la cabeza iba a estallarle del dolor, probablemente por todas las drogas que le habían metido para sedarla. Una bofetada medianamente dolorosa acabó de despertarla y miró alrededor horrorizada.
No tenía ni idea de dónde estaba, y menos con quién, pero a su lado había al menos una docena de chicas tan aturdidas y asustadas como ella. Varios hombres paseaban por la habitación, revisando a las muchachas y llevándoselas.
Uno de esos hombres se paró frente a ella; parecía un gigante y tenía un aspecto profundamente desagradable. Atrapó su barbilla, la miró bien por un segundo y luego le habló en perfecto italiano.
—¿Eres virgen? —le preguntó, pero ella solo respondió con un sollozo, así que el hombre le dio otra bofetada que la hizo callarse al instante—. Te explicaré bien cómo es esto. Virgen: vendida a un amo. Desvirgada: vendida a un burdel. Mentirosa: muerta. ¿Entendiste?
Victoria apretó los dientes mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro.
—¡Pregunté si entendiste! —repitió y ella asintió apurada.
No podía creer el infierno en que se había convertido su vida en unas pocas horas. Había ido a Italia en el viaje de sus sueños, a conocer la historia de sus ancestros, porque aunque ella hubiera nacido en España, sus abuelos maternos eran italianos. Y sin saber cómo había terminado allí, atada a una silla y a punto de ser vendida.
—¿Entonces? ¿Qué va a ser? —se impacientó el hombre.
—Vi-virgen… —sollozó Victoria, aterrorizada—. Soy virgen…
—Mejor para ti —replicó el gigante volviéndose—. ¡Tenemos una ganadora!
Victoria vio que un hombre de unos sesenta años, canoso y de rostro feroz se acercaba a ellos.
—Esta servirá. Llévensela a la habitación de Franco.
Otro de los que estaban en el cuarto la levantó y se la echó al hombro, solo para llevarla a una habitación muy lujosa y amarrarla a otra silla.
Victoria no podía dejar de llorar. Tenía miedo, tenía frío, y sabía que posiblemente terminara muerta antes de que amaneciera.
Para su sorpresa, diez minutos después arrastraron a otra persona dentro de la habitación y lo ataron a una silla delante de ella. El hombre debía tener unos veinticinco o veintiséis años y gruñía con rebeldía. Era muy atractivo, con la piel ligeramente bronceada y el cabello casi blanco, y estaba muy enojado. Solo llevaba un pantalón negro de algodón que parecía de pijama y el torso desnudo, con cada perfecto músculo marcado mientras luchaba por zafarse.
—¿Te volviste loco? —le gritó a la oscuridad que los rodeaba.
—No, solo estoy tomando cartas en el asunto. —La imagen del señor canoso entró en su campo de visión, y Victoria ahogó un gemido de terror, llamando la atención de los dos—. ¡Tú eres el próximo Conte* de la 'Ndrangheta, ni siquiera los sicilianos tendrán tanto poder como tú! ¡Y no tienes estómago para llevar el negocio de la familia!
—¡Te dije que no quiero tener nada que ver con eso! —exclamó Franco con rabia—. Me hice médico para salvar vidas, y tú lo único que haces es acabar con ellas. ¡Estás loco si piensas que voy a seguir tus pasos!
Su padre dio una vuelta, rodeando la habitación y fue a pararse detrás de la silla de Victoria.
—Por desgracia para ti, eres mi único hijo —siseó—. Los Garibaldi hemos dirigido la 'Ndrangheta por décadas. ¿Qué crees? ¿Que voy a permitir que alguno de los estúpidos sobrinos de tu madre tome el mando después de mí? ¡Sobre mi cadáver! ¡Así que te guste o no, esta noche te convertirás en lo que siempre has debido ser…!
—¿¡Qué cosa, padre!? ¿¡Un monstruo como tú!? ¿Un hombre que vive de la droga, el tráfico de armas y de mujeres? —escupió Franco con desprecio.
—No, no muchacho. Un hombre no, ¡el rey de todo eso! —replicó su padre con satisfacción—. Te has cansado de decirme que soy un monstruo, ¡pero esta noche voy a demostrarte que hasta tú puedes ser uno!
Un hombre pasó el brazo alrededor del cuello de Franco para inmovilizarlo mientras otro le inyectaba algo que lo hizo gritar y lo mareó en un segundo.
—¡Mira aquí! —le ordenó su padre mientras atrapaba violentamente con una mano el cabello de Victoria y ella sollozaba—. Diecinueve años… virgen… Dile cómo te llamas, niña.
La muchacha dudó un segundo, pero el terror terminó por persuadirla.
—Vi-Victoria… me llamo Victoria… —lloró mientras Franco bajaba la cabeza, negando.
—Esta noche eres tú, o ella —le sonrió Santo Garibaldi.
—¿Qué mierd@ me inyectaste? —le gritó Franco que ya empezaba a sentirse mal.
—¿Por qué? ¿Todavía no lo sientes? —Su padre soltó a la muchacha y llegó junto a él, inclinándose con la maldad retratada en el rostro—. Es una pequeña dosis de lo que le inyectamos a los purasangre cuando queremos potros nuevos.
Victoria habría jurado que el rostro de aquel hombre también se puso lívido de terror, quizás porque él sí entendía plenamente lo que eso significaba.
—¿Y qué esperas que haga? ¿Qué la viole? —le gritó Franco a su padre viendo cómo el viejo sonreía.
—O no, eso depende de ti. Pero sabes muy bien lo que pasará: tu corazón va a acelerarse, tu cerebro se aturdirá, tendrás una jodida erección por horas y a menos que liberes todo eso, probablemente tu cuerpo colapsará. Convulsionarás, tendrás parálisis muscular… con suerte alguna venita reventará en tu cerebro antes de que sufras demasiado —aseguró tocándole la cabeza con un dedo.
—¡Eres una basura! —le gritó Franco, furioso, ganándose un puñetazo bastante fuerte para la edad de su padre.
—Somos lo que somos, muchacho. Así que tendrás que elegir: o ella o tú. ¡Veremos si eres tan noble como crees!
Franco levantó la mirada para clavarla en la chiquilla aterrorizada que habían atado frente a él. La droga ya empezaba a hacerle efecto, pero al menos tenía la suficiente lucidez para escuchar las últimas palabras que su padre le dijo a uno de los guardias.
—Suéltalo… Y si no la oyes gritar en veinte minutos, mátala.
*El título más alto dentro de la organización. El máximo jefe.
15 años después—¿De verdad no te da curiosidad? ¿Nada de nada? ¿Salir a ver el mundo, ir por Europa? Viajar, conocer… —preguntó Diana Hellmand mientras balanceaba los pies desde la popa del yate de los Garibaldi. Estaban todos anclados cerca de las Islas Griegas, los Garibaldi, los Hellmand y los Easton. Los tres señores de la mafia Europea con sus respectivas familias.Massimo se puso las manos detrás de la cabeza y se recostó con una mueca de satisfacción.—Ya no —respondió—. No somos iguales, mocosita. Yo ya he viajado mucho con mi padre y con Karim, ya hice mis estupideces, ahora es mi tiempo de ser juiciocito.—¡Pues vaya un aburrido que te has vuelto! —rezongó Diana—. Felicidades por tu vejez prematura, creo que le voy a preguntar a Karim si me quiere acompañar.Pero solo era una amenaza vacía, porque Diana sabía que Karim solo tenía ojos para todo lo que fuera tecnología, y que era incluso más centrado que Massimo.—¡Oye, oye, mocosa! —Massimo la retuvo de un brazo—. Para empe
Tres años después.Victoria sonrió mientras le daba un beso a su madre y otro a su hijo. Al final habían ido todos a vivir con ellos a Italia, a Regio de Calabria. Los abuelos, para entretenerse, se habían apropiado de la cocina de la mansión, y tenían su propio restaurancito interno porque ¡vamos! ¡los Silenciosos serían silencioso pero bien que comían!Contarles un poco más a fondo sobre la familia Garibaldi y el resto de las familias que tenían alrededor fue un poco difícil para Victoria y para franco, pero finalmente sus padres habían aceptado que se estaba haciendo un esfuerzo ímprobo por cambiar la esencia misma de la mafia calabresa, así que se quedaron con la mayor disposición.Y por supuesto, porque así son las cosas cuando son del alma, Franco y Victoria siempre acababan peleándose por ver a quién consentían más. Sobra decir que el más consentido era Massimo y cuando las noonas los miraban feo ellos se comportaban mejor.Amira había regresado a sus vidas como una amiga entra
Dos meses después.Victoria abrió los ojos despacio, mientras miraba por la ventana del avión y se daba cuenta de que habían aterrizado. Sin embargo el paisaje no le resultaba familiar, o mejor dicho, sí le resultaba vagamente familiar pero muy lejano, como si perteneciera a otra vida.Habían pasado una semana entera en Inglaterra, mientras Franco se reunía con Ruben Easton, el mayor capo de la mafia de Reino Unido y decidía el futuro económico de la ´Ndrangheta.—Dinero por dinero es dinero, amigo mío —le había dicho Ruben—. Lo importante es que lo obtengas y si es de una manera relativamente legal pues mucho mejor. Italia es una panacea el negocio legal mal explotado, solo hace falta que lleguen hombres inteligentes que sepan aprovecharlo.—¿A qué te refieres? —había preguntado franco con curiosidad.—Pon por ejemplo, la droga más usada en el mundo…—El alcohol —dijo Franco.—La tecnología —lo corrigió Ruben—. Italia exporta un equivalente a noventa y dos mil millones de dólares anu
Franco miró de nuevo aquella maleta. No lo hacía particularmente feliz los planes de Victoria para ella, pero si era honesto, tampoco era algo que les perteneciera.Volvió a meterla en la caja de seguridad y salió al corredor, avanzando despacio hasta que escuchó las voces de Amira y de Victoria.Habían pasado una semana en Ucrania, pero no podían extenderse más, porque finalmente eran el Conte y la Mamma de una familia que necesitaba estabilidad de nuevo. Así que habían regresado y apenas dos días después la Ejecutora había ido a visitarlos.—¿Y cómo está? —preguntaba la Mamma.—Silencioso —respondió Amira—. Desde que salió del hospital apenas despega los labios. Primero creí que estaba enojado, pero según han pasado los días creo que solo… creo que solo está triste.Victoria suspiró mientras tomaba una de las manos de su amiga.—Sabes que puedes venir a vivir con nosotros. ¿Verdad? —aseguró la muchacha, pero aquel asentimiento de Amira solo era una negativa llena de amabilidad.—Lo
El vuelo era demasiado corto, pero a Victoria le pareció eterno, llegaron amaneciendo a Ucrania y a la muchacha se le antojaron hermosas las calles de Odesa mientras el sol salía.—¿Estás nervioso? —preguntó.—¡Mucho, estoy nerviosísimo!—¡Mateo, le preguntaba a Franco! —se rio Victoria y el italiano entornó los ojos.—¡Oye! ¿Qué uno no se puede poner nervioso por ver a su marido? —replicó Mateo y Victoria le lanzó un beso.—Claro que sí. ¡Pero nosotros tenemos derecho a más nervios porque vamos a buscar a nuestro hijo! —dijo Franco y poco después estaban atravesando las puertas de la mansión del Eric Hellmand.El hombre le dio un abrazo a Franco y luego inclinó la cabeza con respeto frente a Victoria.—Mamma, un gusto conocerla…—¡Ay no te pongas protocolar, que ya me dijeron quién eres y de qué pata cojeas! —se burló Victoria mientras tiraba de él y le daba un abrazo—. De hecho quería hablar contigo de algo importante: ¿Qué es eso de organizar jaulas solo para hombres? ¡Sé que mi Ej
Franco apoyó los codos en las rodillas y se echó hacia adelante mientras miraba al rostro de Santo Garibaldi. El hombre parecía demacrado, ojeroso y flaco como si fuera cualquiera de los indigentes que había en los callejones del centro de la ciudad.Tenía una manta gruesa, vieja y raída sobre las piernas, pero franco sabía que a la altura de los tobillos solo quedaban muñones. No podía caminar, y sin los hombres o las enfermeras que Rossi había estado pagando hasta ese momento, no tenía forma de sobrevivir.—Estaba seguro de que ibas a reflexionar sobre lo que hiciste —murmuró Franco, viendo que su padre lo miraba con un odio concentrado—. De verdad esperaba que fueras capaz de cambiar, o al menos de aceptar la vida que te perdoné, y aislarte, perderte, desaparecerte sin causar más daño. Pero veo que eso es imposible contigo —terminó con rabia.—No sé de qué estás hablando —siseó Santo y Franco negó con tristeza.—Claro que sabes. Estabas en la nómina de los Rossi, vi tu nombre y cuá
Último capítulo