LA ESPOSA TRAICIONADA

LA ESPOSA TRAICIONADAES

Romance
Última actualización: 2025-09-13
sasuke  En proceso
goodnovel18goodnovel
0
Reseñas insuficientes
4Capítulos
15leídos
Leer
Añadido
Resumen
Índice

“Ah… ah… así… así… no pares… voy a llegar”, dijo la voz, viscosa y ajena a todo excepto a un placer que no era suyo. La sangre se le heló en las venas. Isabella se apoyó en la baranda, la mano temblándole. No quería creerlo. No podía ser. No en su casa, no en su cama. Isabella lo entregó todo por amor: dejó su pueblo, sus sueños y hasta su inocencia para casarse con Alejandro, el hombre que le prometió un hogar y la ayudó a construir la oficina de modas que siempre había soñado. Creyó tenerlo todo… hasta el día en que regresó inesperadamente a casa y descubrió la verdad más dolorosa: su esposo compartía su cama con Olga, su mejor amiga. En un instante, su vida se derrumbó. Alejandro, arrogante y cruel, no solo no mostró arrepentimiento, sino que la desafió a olvidarlo todo y continuar como si nada hubiera pasado. Y si no lo hacía, le quitaría todo lo que con tanto esfuerzo había logrado. Pero Isabella no está dispuesta a seguir siendo la víctima. Entre lágrimas, rabia y una traición que la marcó para siempre, encontrará en su dolor la fuerza para levantarse. Ahora, ya no será la esposa sumisa que lo perdonaba todo, sino la mujer decidida que enfrentará a sus enemigos y reconstruirá su vida desde las cenizas. ¿Podrá Isabella sobrevivir al odio de Alejandro y a la traición de Olga, o descubrirá que la venganza es el arma más dulce para un corazón destrozado?

Leer más

Capítulo 1

Capitulo 1

El vuelo había aterrizado con puntualidad, pero en la cabeza de Isabella el tiempo parecía haberse detenido unos segundos más. La escalera mecánica la llevó hasta la salida donde el aire nocturno le golpeó la cara con una mezcla de humedad y luces de la ciudad. Llevaba su maleta con una mano, los lentes oscuros colgando de la otra, el teléfono caliente contra la palma como si aún guardara el eco de la última llamada. Pensó en marcar a Alejandro para avisarle, pero sonrió para sí misma y guardó el número: No, mejor será una sorpresa. Quería ver su cara cuando la encontrara en la casa.

Tomó un taxi sin prisa. Miró la ciudad deslizarse por la ventana: carteles parpadeantes, gente apresurada, la banalidad familiar de su pueblo que ahora, tras meses fuera, le parecía distinta, más pequeña. Al cruzar la avenida, el taxímetro parecía repetir el tic tac de su corazón. Llegó frente a la casa, pagó, le dijo “gracias” al conductor y lo vio alejarse con la misma indiferencia con la que el mundo siempre actúa ante la felicidad de los demás.

Se quedó un instante en la vereda, tomando aire como quien se prepara para entrar a escena. Abrió la puerta, entró y dejó la maleta en una esquina del recibidor.

Quitó el abrigo con movimientos automáticos y colgó sus lentes en el perchero. Todo olía igual a lavanda suave y a la esencia masculina que Alejandro usaba. Caminó por el pasillo con la sensación de volver a una vida que, hasta hace poco, había sido su refugio.

Al llegar a la sala, un detalle la detuvo en seco: unos tacones rojos, abandonados descuidadamente junto a la mesita baja, brillaban con arrogancia bajo la lámpara. Más adelante, sobre el sillón, había una camisa blanca suya arrugada, todavía con el aroma que ella conocía tan bien. Un escalofrío le recorrió la espalda. Subió las escaleras con el corazón en un puño, cada peldaño resonando como un latido que se aceleraba.

Desde el pasillo, una voz la atravesó sin avisar: jadeos cortos, seguidos por risas ahogadas y una respiración irregular. “Ah… ah… así… así… no pares… voy a llegar”, dijo la voz, viscosa y ajena a todo excepto a un placer que no era suyo. La sangre se le heló en las venas. Isabella se apoyó en la baranda, la mano temblándole. No quería creerlo. No podía ser. No en su casa, no en su cama.

La manilla de la puerta le quemó la palma cuando la cerró detrás de sí; cada segundo se estiró como un músculo. Abrió la puerta de golpe y la escena la golpeó con la fuerza de una bofetada. Allí, en la habitación que alguna vez había sido su santuario, dos cuerpos se recomponían a la vez: Alejandro se incorporó con la torpeza de quien trata de cubrir culpas con una sábana, y una mujer, todavía recuperando el aliento, le sonrió con la insolencia de alguien que no tiene nada que perder.

—¿Qué demonios es esto? —gritó Isabella sin medir la fuerza de su voz.

Alejandro, con el rostro pálido, la mirada primera de sorpresa y luego de culpa, intentó erguirse, la sábana apretada alrededor de su cintura como si fuera una armadura insuficiente. —Isabella… yo… —balbuceó.

La mujer se incorporó con despreocupación. Era Olga. El nombre le llegó a Isabella como una sentencia más. Olga, su supuesta amiga, la que en cenas y confidencias compartía maquillaje y sueños, ahora se abrochaba la blusa con la misma naturalidad con la que quien se coloca el abrigo en una tarde fría.

Olga la miró y su sonrisa se ensanchó, la mirada fría como una cuchilla. —Vaya, querida, qué sorpresa verte tan pronto —dijo con la voz afilada—. ¿Vienes a interrumpir? Qué mala suerte.

Isabella sintió que el mundo se hacía pequeño. No era solo la humillación de la escena; eran siglos de pequeñas traiciones, de silencios, de favores convertidos en evidencia. Olga se vistió rápidamente, y cada botón ajustado, cada hebilla cerrada, era como clavar una estaca en el pecho de Isabella.

—¿Tú? ¿Mi mejor amiga? ¿Cómo se atreven? ¿En mi cuarto? —las palabras salían atropelladas, rasgadas por la ira y el dolor—. ¡Te voy a matar!

Olga alzó la ceja, claramente disfrutando del caos que había provocado. —No grites, no hagas un escándalo. Es inútil, Isabella. —Su voz fue un susurro calculado—. Tú no ves, ¿no? Él me desea. Él fue mío primero.

Alejandro dio un paso hacia Isabella, las manos extendidas en un gesto inútil. —Por favor, calmémonos, Isa. No… no es como piensas.

Isabella se soltó como si un hilo la uniera a él y se hubiera roto de golpe. El calor del cuerpo del marido le parecía ahora extranjero, como si la piel que una vez conoció fuera de otro. Corrió por el pasillo buscando a Olga, la furia consumiéndola. —¡Ven aquí, estúpida! —gritó—. Ahora entiendo cuando me decías que habías encontrado a alguien especial. ¡Hablabas de mi esposo!

Olga no se movió. Su respuesta fue un silencio arrogante que lo decía todo. Entonces, con la calma de quien sella su victoria, dijo: —Así es. Él fue mío primero. Siempre lo he amado. Fue un error dejar que se casara contigo, pero ya es tarde. Él me quiere, Isabella. Lo siento.

Eso bastó para que algo en Isabella se rompiera. Un grito primitivo, nítido y descontrolado, escapó de su garganta. —¡Te mataré! —vociferó, la locura rozando su voz.

Alejandro la tomó por los brazos con fuerza, intentando contenerla. —Isa, cálmate. Por favor, cálmate. Hablemos, hablaremos de esto.

Las lágrimas que triunfaban por las mejillas de Isabella no eran de arrepentimiento ni de súplica; eran la evidencia líquida de una traición que la convertía en extraña en su propia vida. Miró a Alejandro con ojos que ya no eran los de la chica que se enamoró del hombre que le tendió la mano para ayudarla a levantar su taller; eran ojos de alguien que había observado con paciencia la erosión silenciosa de un vínculo.

Isabella lo miró con lágrimas contenidas, el pecho ardiendo.

—¡Mi madre tenía razón, Alejandro! —su voz temblaba, pero era un trueno—. Siempre fuiste un mal hombre… y me lo demuestras de la forma más asquerosa.

Alejandro apretó la sábana contra su cuerpo, desesperado.

—Isabella, cálmate, déjame explicarte…

Ella lo interrumpió con un grito cargado de furia:

—¡¿Explicarme qué?! ¡Te encontré desnudo con mi mejor amiga en mi cama! ¿Qué explicación puede borrar esta imagen de mi cabeza?

Él dio un paso hacia ella, el rostro contraído por la culpa.

—Isa, por favor… yo no quería que fuera así…

—¡Cállate! —le cortó ella, la mirada incendiada—. No me digas lo que querías o no. ¡Lo hiciste! Me humillaste, me traicionaste y encima pretendes que baje la voz para no hacer un escándalo. ¡Eres un cobarde! No pienso perdonarte.

Alejandro respiró hondo, con el orgullo herido, y la miró con dureza.

—¿Acaso…? ¿Te estoy pidiendo perdón? —dijo con frialdad, la mandíbula apretada.

Isabella quedó helada por un instante. Esa frase fue como un puñal torcido en su pecho. El llanto se le escapó, pero no con debilidad, sino con rabia contenida.

—Entonces escúchame bien, Alejandro Méndez —su voz fue baja, cargada de veneno—: jamás te voy a perdonar. No importa si vienes de rodillas, si me suplicas o si el mundo entero se derrumba. Me perdiste… y esta vez para siempre.

Alejandro dejó escapar un suspiro que contenía toda la derrota. Intentó hablar; su boca se movía en un intento infructuoso de explicar, de justificar, de suplicar.

—Isa… no me pidas perdón… —murmuró, como si buscara redención en la incomprensión de sus propias acciones. Soy un hombre; además, tú nunca me satisfacías en la cama, siempre estabas ocupada o trabajando.

—Eso no te daba derecho a justificar con esto.

Isabella soltó la mirada y se apartó sin fuerza. La casa pareciera haberse llenado de ecos: el roce de la sábana, el tic tac del reloj en la pared, los pasos de Olga alejándose con la ligereza de quien cumple con un plan. Isabella recogió su abrigo con movimientos mecánicos, la mente en blanco salvo por una certeza profunda: aquello no podía ser el final de su historia, porque aún quedaba en ella una voluntad que no había muerto pese a las traiciones.

La sala estaba cargada de un silencio espeso, apenas roto por la respiración entrecortada de Isabella. Aún tenía el eco de los gemidos en sus oídos. Sus ojos se clavaron en Alejandro y Olga, y su voz salió como un látigo:

—¡Lárguense los dos! ¡Ahora mismo, fuera de mi casa!

Desplegar
Siguiente Capítulo
Descargar

Último capítulo

Más Capítulos

Novelas relacionadas

Nuevas novelas de lanzamiento

Último capítulo

No hay comentarios
4 chapters
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP