Mundo ficciónIniciar sesión“Ah… ah… así… así… no pares… voy a llegar”, dijo la voz, viscosa y ajena a todo excepto a un placer que no era suyo. La sangre se le heló en las venas. Isabella se apoyó en la baranda, la mano temblándole. No quería creerlo. No podía ser. No en su casa, no en su cama. Isabella lo entregó todo por amor: dejó su pueblo, sus sueños y hasta su inocencia para casarse con Alejandro, el hombre que le prometió un hogar y la ayudó a construir la oficina de modas que siempre había soñado. Creyó tenerlo todo… hasta el día en que regresó inesperadamente a casa y descubrió la verdad más dolorosa: su esposo compartía su cama con Olga, su mejor amiga. En un instante, su vida se derrumbó. Alejandro, arrogante y cruel, no solo no mostró arrepentimiento, sino que la desafió a olvidarlo todo y continuar como si nada hubiera pasado. Y si no lo hacía, le quitaría todo lo que con tanto esfuerzo había logrado. Pero Isabella no está dispuesta a seguir siendo la víctima. Entre lágrimas, rabia y una traición que la marcó para siempre, encontrará en su dolor la fuerza para levantarse. Ahora, ya no será la esposa sumisa que lo perdonaba todo, sino la mujer decidida que enfrentará a sus enemigos y reconstruirá su vida desde las cenizas. ¿Podrá Isabella sobrevivir al odio de Alejandro y a la traición de Olga, o descubrirá que la venganza es el arma más dulce para un corazón destrozado?
Leer másLa abuela e Isabella se encontraban en el ala de lujo del centro comercial más exclusivo de la ciudad. Las tiendas aquí no vendían ropa, vendían estatus. Estaban frente a la entrada de la boutique de alta costura, un lugar donde los vestidos costaban más que un coche.El teléfono de la abuela sonó. Ella lo sacó de su bolso, miró la pantalla y luego miró a Isabella con una disculpa implícita.—Ve tú, hija. Mira cuál de esos vestidos te gusta. Yo tengo que responder esta llamada. Es urgente.—Está bien, abuela, ve. Yo me quedaré mirando.La abuela se retiró unos pasos para tomar la llamada, dejando a Isabella sola en el umbral de cristal. Isabella entró con cautela. Las luces suaves destacaban las telas exquisitas.Isabella, la modista en el alma, empezó a admirar la confección de los vestidos. Su mente analizaba los cortes, las costuras invisibles, la calidad del encaje. Se acercó a un diseño espectacular, un vestido de noche bordado en seda cruda. Al mirar la etiqueta del precio, qued
Dimitrix salió del baño envuelto en una toalla oscura. El vapor lo seguía, mezclándose con el aire acondicionado de la habitación. Miró hacia la cama; Isabella estaba acostada, de espaldas a él, inmóvil.Se acercó a la cama y se sentó en el borde, el peso de su cuerpo haciendo crujir levemente el colchón. Sabía que la inmovilidad de Isabella era una defensa, no un sueño profundo.—Sé que no estás dormida —dijo Dimitrix, su voz baja y uniforme.Isabella abrió los ojos. No se giró, pero el ligero parpadeo en la penumbra reveló su vigilia.Dimitrix no esperó respuesta. Se puso de pie, se vistió con sus pantalones de pijama y luego se acostó, dándole la espalda. Se inclinó para apagar la lámpara de la mesita de noche. La habitación quedó sumida en la oscuridad, rota solo por el brillo pálido de la ciudad.—Buenas noches, Isabella —murmuró.Ella no contestó. El silencio se instaló, pesado y lleno de cosas no dichas. Y allí, envueltos en la inmensidad de la cama y de la mentira, ambos se qu
Isabella subió a la habitación, el eco de la conversación de la cena resonando en su mente. Una fiesta de bienvenida. Un escenario aún más colosal para su mentira. Se quitó la ropa, se puso su toalla y entró al baño. El vapor abrasador no logró disipar la ansiedad que sentía.Al salir, se acercó a la ventana panorámica. Se quedó allí, observando la vasta extensión de la ciudad de noche. Los miles de luces distantes parecían indiferentes a la farsa que se desarrollaba en la mansión. Era su primera noche de convivencia real, y el miedo era una sensación gélida y tangible.La puerta de la habitación se abrió suavemente. Dimitrix entró. Isabella no se movió, sintiendo su presencia sin necesidad de girarse.—Pensé que te habías dormido ya —dijo él, su voz era neutral, despojada de la burla o la orden.Isabella sonrió, un gesto pequeño.—No, aún no tengo sueño.Dimitrix caminó lentamente hacia la zona de estar.—Estás nerviosa, ¿verdad? —preguntó, aunque no era una pregunta.Ella se giró par
La imponente mansión Varallo estaba sumida en una serenidad inquieta al caer la noche. En el despacho, las luces se habían apagado hace un par de horas. En la sala de estar, sin embargo, la atmósfera era de cálida espera. Isabella y la abuela estaban sentadas juntas, el silencio entre ellas salpicado por el tic-tac de un reloj de pie antiguo.Isabella vestía un sencillo pero elegante vestido de seda oscura, una elección deliberada para honrar el luto reciente, pero adecuada para el ambiente familiar. La abuela le había estado contando anécdotas de la infancia de Dimitrix, llenando los vacíos que el propio Dimitrix se negaba a colmar.—Ya debería estar por llegar, ¿verdad? —preguntó la abuela, mirando la hora con impaciencia.—Sí, abuela. Me dijo que no se demoraría —respondió Isabella, con una sonrisa forzada.La verdad era que Isabella estaba nerviosa. Había pasado la tarde desempacando, y aunque la casa era un palacio, se sentía como una prisión dorada. Esperar a Dimitrix, sabiendo
Después de varios días de viaje, Dimitrix, Isabella y la abuela por fin llegaron a la ciudad. El auto avanzó despacio por la elegante avenida que conducía a la mansión familiar, un lugar repleto de historia, tradiciones y recuerdos. Isabella, sentada junto a la abuela en el asiento trasero, sentía cómo el estómago se le encogía con cada metro que los acercaba. Miró por la ventanilla, viendo los altos muros, los jardines perfectamente cuidados y el portón de hierro forjado que se abrió con solemnidad para recibirlos.Dimitrix, como siempre, mantenía el rostro sereno, aunque en sus ojos se leía la determinación de quien sabe que debe imponerse. Él mismo ayudó a bajar a la abuela, quien caminaba con dignidad, y luego a Isabella, que respiró hondo antes de seguirlos. Se adentraron juntos en el recibidor, donde el eco de sus pasos resonaba bajo la lámpara de araña y las paredes cubiertas de retratos familiares.Apenas cruzaron el umbral, apareció Óscar, el hijo de la abuela y tío de Dimitr
Isabella se detuvo frente a la puerta del despacho, respirando hondo. La decisión de acercarse a Dimitrix era un impulso, una necesidad de romper el silencio incómodo que la acompañaba desde el flashback de la traición. Tocó suavemente.Dimitrix, inmerso en un informe financiero, levantó la cabeza.—Adelante —dijo sin alzar la voz.Isabella abrió la puerta con una sonrisa cautelosa.—No interrumpo, ¿verdad?Él la miró, la primera vez que la veía en un ambiente tan íntimo. Su rostro no tenía el rastro de la ira de la noche anterior, solo una curiosidad genuina.—No, claro que no. ¿Qué se te ofrece?Isabella sintió una punzada de nerviosismo.—Bueno, la verdad, solo vine para saber si se te ofrece algo. ¿Un café? ¿Un té?Dimitrix la observó. Era la primera vez que alguien le ofrecía algo cuando trabajaba en el despacho; su abuela sabía que no le gustaba que lo molestaran. Y era la primera vez que él no se molestaba por la interrupción. La presencia de Isabella era extrañamente calmante.
Último capítulo