La abuela de Dimitrix sonrió con ternura; sus arrugas se acentuaban cada vez que hablaba.—Perfecto, hijo. Si me dices que será pronto, confío en ti. No necesito grandes celebraciones; lo importante es que estén juntos.—Así será, abuela —contestó Dimitrix, inclinando la cabeza con solemnidad—. Habrá boda, pero solo por el registro. Nada de fiestas.La anciana asintió satisfecha.—Eso está bien. Lo sencillo siempre es lo mejor. Ahora, si me disculpan, tengo que visitar a una amiga.Ambos se levantaron. Dimitrix besó la frente de su abuela, e Isabella hizo lo mismo con una sonrisa educada, aunque su interior hervía de desconcierto.—Adiós, abuela.—Adiós, hija.Los dos observaron cómo la mujer desaparecía por la puerta del restaurante. Apenas quedaron solos, el ambiente se cargó de una tensión afilada. Dimitrix se sentó de nuevo, tomó un sorbo de agua y, sin apartar los ojos de Isabella, dejó escapar una leve sonrisa.—¿Y bien? —dijo ella con voz dura, cruzándose de brazos—. ¿Qué demon
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