Lo empujó con fuerza y se metió al coche. Arrancó sin rumbo, con el corazón roto y la mente hecha añicos.Condujo hasta su oficina. Allí, el silencio era absoluto, distinto al de su casa manchada de traición. Caminó entre las mesas, las telas, los maniquíes, los bocetos colgados en la pared. Todo lo que había construido con esfuerzo la miraba como un recordatorio de que no estaba sola, aunque se sintiera así.Se sentó en el sofá, tomó su teléfono y marcó.—Vamos, mamá… contesta —susurró.La contestadora respondió. Isabella suspiró y habló con la voz quebrada.—Hola, mamá. Perdona que te llame tan tarde… solo quería que supieras que iré a verte. Espérame. —Colgó, dejando escapar un sollozo.Se acurrucó en el sofá, abrazada a sí misma, y el cansancio la venció.A la mañana siguiente, el sol se filtraba por los ventanales iluminando su rostro dormido. Isabella se removió entre sueños hasta que sintió una caricia suave en su mejilla. Abrió los ojos de golpe.Alejandro estaba allí, inclina
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