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Capítulo 5: El pacto matrimonial

 

La abuela de Dimitrix sonrió con ternura; sus arrugas se acentuaban cada vez que hablaba.

Perfecto, hijo. Si me dices que será pronto, confío en ti. No necesito grandes celebraciones; lo importante es que estén juntos.

—Así será, abuela —contestó Dimitrix, inclinando la cabeza con solemnidad—. Habrá boda, pero solo por el registro. Nada de fiestas.

La anciana asintió satisfecha.

—Eso está bien. Lo sencillo siempre es lo mejor. Ahora, si me disculpan, tengo que visitar a una amiga.

Ambos se levantaron. Dimitrix besó la frente de su abuela, e Isabella hizo lo mismo con una sonrisa educada, aunque su interior hervía de desconcierto.

—Adiós, abuela.

—Adiós, hija.

Los dos observaron cómo la mujer desaparecía por la puerta del restaurante. Apenas quedaron solos, el ambiente se cargó de una tensión afilada. Dimitrix se sentó de nuevo, tomó un sorbo de agua y, sin apartar los ojos de Isabella, dejó escapar una leve sonrisa.

—¿Y bien? —dijo ella con voz dura, cruzándose de brazos—. ¿Qué demonios fue todo esto? ¿En qué me has metido?

Él le señaló la silla con calma, invitándola a sentarse.

—Siéntate.

—No me des órdenes.

—No es una orden, es una invitación. —Se inclinó hacia adelante, sus ojos oscuros brillando con malicia—. Sé que soy un extraño para ti, e igualmente tú lo eres para mí. Pero podemos ayudarnos.

Isabella arqueó una ceja, ofendida.

—¿Ayudarnos? ¿Y tú crees que yo necesito tu ayuda?

—Todos necesitan ayuda, aunque no lo admitan. —Él ladeó la cabeza, estudiándola—. Tú no eres la excepción.

Ella rió, amarga.

—Pues ve pensando cómo le dirás a tu abuela la verdad, porque yo me largo de aquí. No quiero volver a verte, Dimitrix. Ni en sueños.

Con altanería, tomó su bolso y caminó hacia la salida. Dimitrix la siguió con la mirada, sereno, mientras dejaba varios billetes sobre la mesa. Acto seguido, se levantó y corrió tras ella.

La persecución y el juego del gato y el ratón

Isabella ya encendía el motor de su auto cuando lo vio ponerse frente al capó, bloqueándole el paso.

¡Apártate! —gritó, golpeando el volante con furia.

—Solo quiero hablar —dijo él con las manos extendidas.

Ella aceleró un poco; el motor rugió.

—Te juro que te paso por encima.

Dimitrix sonrió como si no temiera a nada, con esa confianza exasperante.

Hazlo, si eres capaz.

Los ojos de Isabella ardieron. Dio un pequeño avance con el coche, intentando asustarlo, esperando que la cobardía se impusiera. Dimitrix, astuto y teatral, se tiró al suelo fingiendo que había sido golpeado.

¡No! —Isabella salió disparada del auto, llevándose las manos a la cabeza—. Solo quería asustarte…

Pero en el suelo, Dimitrix reía a carcajadas.

—Te asustaste, ¿cierto?

Se levantó sacudiéndose el polvo, y ella lo miró con furia.

—¿Qué clase de idiota eres?

Uno que consigue lo que quiere. Y ahora, ven conmigo.

—¿A dónde? ¿Quién te crees para mandarme? Habla aquí mismo, rápido.

Dimitrix se acercó despacio, bajando la voz como si estuviera a punto de revelar un secreto de estado.

—Está bien, lo diré claro. Quiero que finjas ser mi esposa. Solo eso.

Isabella lo miró como si lo hubiera perdido todo.

—¿Qué? ¿Tú estás loco?

—No tan loco. Es sencillo: haremos creer a mi abuela que vivimos juntos. No habrá boda con música ni flores, solo papeles. En seis meses nos divorciamos y asunto terminado.

Ella negó con la cabeza, retrocediendo un paso.

No puedo casarme contigo.

Él la observó con sorpresa genuina.

—¿Por qué no?

Isabella suspiró, su mirada se nubló de pronto. La respuesta salió en voz baja, casi un susurro cargado de rabia y vergüenza:

—Porque ya estoy casada… con un idiota.

Por un momento, creyó que él no había escuchado. Pero Dimitrix arqueó una ceja, intrigado, y en sus ojos se encendió un brillo de oportunidad.

—¿Cómo lo llamaste? ¿Un idiota? —sonrió con ironía—. Entonces no tienes de qué preocuparte. Mañana mismo estarás divorciada.

Isabella abrió los ojos como platos.

—¿Mañana?

—Sí, mañana. Solo pásame toda la información de ese hombre, y lo solucionaré.

Ella lo miró incrédula.

—¿Tú quién te crees? ¿Un mago?

—No. Soy alguien con recursos. Y cuando digo que haré algo, lo cumplo.

Isabella lo miró con desconfianza, pero también con un atisbo de esperanza. Alejandro (el idiota) le había quitado todo, hasta la dignidad. Tal vez Dimitrix, este manipulador con dinero y contactos, sí podía ayudarla.

Se dirigió al asiento trasero de su auto, tomó una libreta y comenzó a escribir. Dimitrix la observaba en silencio, con los brazos cruzados, como si ya supiera que ella cedería ante la desesperación.

Al entregarle la libreta, Isabella lo miró directamente a los ojos.

—Aquí está. Todos los datos de… mi esposo. Y también mi número de teléfono.

Dimitrix sonrió, satisfecho.

Perfecto. Con esto basta.

Ella se subió al auto, encendiendo el motor con decisión.

—Adiós, Dimitrix.

Él retrocedió un paso, guardándose la libreta en el bolsillo interior de su chaqueta.

—Adiós, Isabella. O mejor dicho… hasta pronto.

Isabella arrancó, alejándose de allí con el corazón latiendo a mil. Pero aunque intentara convencerse, sabía que algo había cambiado para siempre. Su vida ya no era solo suya. Dimitrix había entrado a la fuerza en ella… y no parecía tener intención de irse.

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